— ¡No me jodas Greco! — aparentemente, Víktor no lo había tomado tan bien.
— ¡Anda, Volkov! Piénsalo bien. Un viaje completamente pagado a Estados Unidos, ¡me dijo que incluso te daría hospedaje y alimento en su casa! Lo único que tendrías que hacer es estar ahí y cuidar a Pam, y te juro que Pam no es una niña difícil — intentaba convencerlo. Después de todo, ya le había comentado sobre él a Horacio.
— Esa parte la entiendo, Greco — bajó el tono de voz, pero aún lucía alterado, y quizá ya no era sólo por la cafeína en su sistema — pero no sé cómo mierda se cuida a una niña, ¡ni siquiera me gustan los niños!
— Volkov — llamó su atención — ¿quieres o no quieres largarte del país urgentemente? Esa es la única pregunta que debes hacerte.
— Hombre, ¡pues claro que quiero! — respondió la obviedad.
— Bueno, Horacio ya tiene tu número, así que espera su llamada en cualquier momento — levantó su taza de café, como si estuviera haciendo un brindis, para después sacar dinero de sus bolsillos y dejarlo sobre la mesa.
— Greco — el nombrado se levantó de la mesa.
— Ya terminó mi descanso, ¡nos vemos!
— ¡Greco! — lo llamó, pero fue ignorado.
Colocó sus codos sobre la mesa y sostuvo su cabeza entre sus manos, pensando en qué haría ahora.
No era que no tuviera experiencia cuidando a niños, había cuidado de Alek, su hermano menor, desde que éste había nacido. Sin embargo, su hermano había fallecido años atrás, con tan solo 5 años, y desde eso, no había vuelto a convivir con ningún niño. Todos le recordaban a su pequeño hermano.
Además, no sabía qué tan diferente era cuidar a un niño que cuidar a una niña. No debía cambiar tanto, pero los nervios no le permitían pensar con claridad. Sólo estaba buscando excusas para no hacerlo.
Claro que era una buena idea, ¡era maravillosa! pero no estaba seguro de la ejecución. Temía hacerlo mal y que lo sacaran de ahí, se quedaría en la calle, solo y sin nada.
¿Y quién le aseguraba que esta persona no era algún loco? Todo lo que sabía de él es que era amigo de Greco y necesitaba que cuiden a su hija, pero Greco podía hacerse amigo de absolutamente cualquier persona.
Sin darse cuenta, las horas habían pasado mientras él nadaba en sus pensamientos. Pidió la cuenta antes de que se haga más tarde y meditó un poco más. Tal vez no era una idea terrible. Realmente le urgía marcharse, no podía ponerse quisquilloso con los detalles.
Pagó la cuenta y se levantó de la mesa, saliendo del sitio y comenzando a dirigirse hacia su hogar.
*****
Llevaba pensándolo un par de horas. Confiaba en Greco, pero no se sentía capaz de traer a cualquier desconocido a vivir en su casa y dejarlo al cuidado de su pequeña. Era su tesoro.
El reloj se encontraba por marcar las 12 de la noche. Ahora mismo en Rusia debían ser las 11 de la mañana.
Decidió que su taza de café, ya casi vacía, sería la última de la noche. De otra manera, se quedaría despierto hasta el día siguiente, y no podía darse el lujo de drenarse esa cantidad de energía.
Tomó valor y comenzó a teclear en su teléfono el número que Greco le había proporcionado. Le daría una oportunidad. Greco era su amigo, y confiaba en que no le recomendaría a alguien si éste no le convenía.
Suspiró profundamente y presionó el botón de llamar, mientras caminaba a la cocina y sustituía la taza de café por un vaso con hielo y agua. Realmente lo que quería era un whisky en las rocas, pero trataba de nunca tener alcohol en su casa. Además, debía estar completamente consciente para entrevistar al amigo de Greco.
Se escucharon tres largos tonos y comenzó a arrepentirse de haber llamado, sin embargo, antes del cuarto tono, una voz ronca le respondió.
— Priviet — saludó. Horacio había visto un par de películas rusas, así que reconoció el saludo, y no negaría que le emocionaba un poco haber escuchado esa palabra en la vida real.
— Buenas no... días — recordó la diferencia horaria — buenos días.
— Buenos días — respondió el ruso, con el sonido de un vaso con hielo de fondo.
— Greco... Greco me dio tu número, ¿eres Viktor Vol-... Vol... kom? — leía lo escrito en el papel. Había anotado el nombre que había entendido.
— Volkov — corrigió — sí, soy yo.
— ¡Ah, hola! Mi nombre es Horacio Pérez — saludó nuevamente, ahora que ya había confirmado que había marcado bien el número — como te decía, Greco me dio tu número, me dijo que podrías estar interesado en el trabajo, no sé... no sé si él te haya comentado algo — era la primera vez que hacía esto, así que simplemente intentaba replicar lo que había experimentado él en las entrevistas a las que había asistido.
— Algo me dijo, Да, niñero o algo así, ¿no? — nuevamente el ruido de vaso con hielo.
— Sí — respondió algo confuso por el sonido — es... para cuidar a mi hija, Pam. Tiene 5 años. ¿Te... te interesa?
— Sí — respondió rápidamente. Tenía miedo de cambiar de opinión si lo pensaba un segundo más.
— ¡Perfecto! Entonces comencemos — se levantó y caminó hacia la encimera de la cocina, tomando de ella un bloc de notas y un bolígrafo — ¿tienes experiencia cuidando niños? — decidió comenzar a interrogar.
— Bueno... sí — técnicamente no era mentira.
— ¿A qué te refieres? — preguntó con rapidez.
— Sí tengo- tengo experiencia — usualmente era buen mentiroso, su trabajo lo requería, pero quizá debía dejar el vodka a un lado si quería conseguir el puesto.
— Bueno, es que... lo dudaste, eh — había comenzado la frase con un tono estricto, tratando de relajarlo al final, riendo suavemente. No le convenía sonar como un padre neurótico, pero no podía evitar preocuparse por los detalles — ¿a qué te dedicas?
— Soy... soy mesero — mintió — en una cafetería — sería sospechoso que un detective de pronto quiera dedicarse a cuidar niños. Y tampoco quería explicar la situación en la que estaba, lo cual solo alarmaría más al padre.
— Y... ¿por qué quieres cambiar de trabajo? — se acomodó en el asiento.
— Bueno... quiero... cambiar de aires — la pregunta le había tomado por sorpresa — perfeccionar el idioma — habló marcando aún más el acento, en un intento de hacer su respuesta más creíble.
— ¡Lo hablas bastante bien! — le animó, dejando salir su espíritu de profesor — bien, pues... — comenzó a rebuscar en su mente por más preguntas, pero el cansancio y los nervios lo bloquearon por completo — te llamo luego para decirte... decirte si sí o si no, ¿vale?
— Да, Vale...
— Bueno, pues... hasta luego, supongo — se despidió lo más amigable que pudo, colgando al instante y suspirando mientras dejaba su cuerpo resbalarse por el asiento.
No le habían desagradado las respuestas, pero necesitaba pensarlo un poco más. No era una decisión cualquiera.
Intentaría hablar con Athenea sobre el asunto. No quería preocuparla o hacerla sentir mal, pero no sabía a quién más acudir por consejo.
Se levantó de la mesa y se dirigió a su habitación, listo para dormir.
Al otro lado del mundo, el día de Volkov apenas estaba por comenzar.
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Caminos Cruzados
RomantikHoracio es padre soltero de una pequeña de 5 años, y trabaja como profesor de francés en una escuela de idiomas. Al quedarse repentinamente sin alguien que pueda ayudarlo con su pequeña, decide buscar con urgencia a una nueva persona para la labor. ...