O O : O O

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Plop, plop. Era todo lo que se escuchaba en aquella fría y pálida habitación. Una habitación llena de pena, de pesar y de un corto amor; un amor joven concluido a la fuerza, de dos personas que daban todo lo que poseían por unos segundos más cerca del otro. La realidad era cruel con ellos, el tiempo injusto y la vida indiferente.

Un suspiro proveniente del chico de cabello azul hizo que Dongmin centrara su atención en él. Su Bin lo miraba con ilusión y amor, ese amor que se desbordaba por sus orbes cada que estos se dirigían al castaño, solo que en esta ocasión había detalles diferentes. Cosas insignificantes que rompían su corazón. Sus delgados labios eran pálidos y resecos, sus ojos reflejaban cansancio y ya no brillaban del mismo modo como hicieron unos meses atrás.

-¿Necesitas algo?

-No, Dongminnie, estoy bien. -respondió con una débil sonrisa. Tal vez la última que Dongminnie recordaría.

Deseaba tener una cámara para poder hacer eterno ese momento, deseaba haber tenido una cámara cada vez que Bin dibujaba una sonrisa en su boca, para que después de ahora no volviera a faltar su luz en la vida que iba a continuar por ambos.

-¿Estás seguro?

-Sí, lo estoy -dudó. -deberías ir a casa a dormir.

Fue entonces que esa mirada apareció, Dongmin la reconoció de inmediato, ya que no era la primera vez que esta se presentaba. El peliazul estaba al borde del llanto, pero aun así continuaba sonriendo, como si no pasara nada.

Una.

Lee se levantó de su asiento y lo abrazó, con tanta fuerza como si se le fuera a escapar y con tantas emociones como si fuera la última vez.

Dos.

-No me gustan los hospitales, Minnie. Quiero ir a casa.

Tres, cuatro.

-A mí tampoco me gustan los hospitales.

Cinco.

Acarició su cabello y continuó abrazándolo.

Seis, siete.

Escuchó los latidos de su corazón, eran sonoros y veloces.

Ocho.

-Quiero ir a casa contigo. -habló Bin otra vez.

Nueve, diez, once.

-Pronto lo haremos. Te darán el alta e iremos a Tokio, siempre quisiste ir a Tokio. Iremos juntos.

Doce. Doce fueron las lágrimas que Dongmin contó. Doce lágrimas rodaron por las mejillas del peliazul. Doce lágrimas humedecieron la ropa de Dongmin. Solo doce, después no hubo otra cosa; no hubo sonrisas, ni abrazos, ni lágrimas, no de Bin. No hubo suspiros, miradas o besos; no hubo nada más que silencio.

Dongmin lloró, lloró durante horas tal vez, no lo sabe con certeza. Perdió la noción del tiempo después de que Binnie se fue, perdió un pedazo de su alma y el futuro que habían planeado juntos se hizo añicos.

Después las lágrimas dejaron de fluir y el tiempo seguía sin correr a su ritmo normal. Todo era gris. Se sentía como una noche oscura de tormenta, donde las gotas de lluvia golpean con odio las ventanas y los relámpagos te obligan a guardar silencio para poder escucharlos.

En algún momento alguien le entregó unas hojas de papel arrancadas de un cuaderno y dobladas por la mitad, mismas que solo recibió sin tomarse la molestia de leer. Palabras salieron de los labios de la persona que se encargó de entregárselas, pero no recuerda cuáles fueron, no hay ningún sonido en las memorias que guardó de aquel momento a excepción del pitido ininterrumpido que martilleaba su cabeza. Lo recuerda porque aquel incesante y molesto ruido era en lo único que podía centrar su atención.

Aquellas descuidadas hojas de papel fueron entregadas junto a una caja de cintas; viejos VHS dentro de cajas acrílicas transparentes cada uno y con algo escrito en una de sus caras. Dongmin no prestó atención a nada de eso, no podía pensar en nada que no fuese su Bin.

No recuerda tampoco cómo fue que llegó a casa, ni lo que hizo después de eso. La única memoria clara que tiene es la de él al despertar por la mañana revisando su celular creyendo que todo lo vivido el día anterior no fue nada más que un sueño, una pesadilla horrible. Pero se da cuenta de que todo eso fue real y ocurrió cuando entre sus mensajes encuentra uno con la fecha, hora y lugar donde se llevará a cabo el funeral. Mientras lee dicho mensaje siente como su corazón se estruja con las últimas líneas en este:

"Bin dejó para ti una videocasetera, ven a recogerla cuando puedas. Esperamos puedas acompañarnos, eres un pedazo de lo que Bin dejó para nosotros y no podríamos lidiar con todo esto sin ti."

En una habitación de paredes crema, muebles grisáceos y decoraciones de vivos colores; permanece un chico de pelo castaño, ojos cafés y piel rosada, sentado en el borde de la cama leyendo un mensaje de no más de cien palabras, pasando sus ojos una y otra vez por aquellos renglones, convenciéndose de que lo que lee es un error y su cerebro está jugándole una mala pasada.

En el borde de una cama de sábanas azules y cabecera blanca; hay un joven con el corazón roto y las mejillas húmedas; con un celular entre una de sus manos que tiemblan con miedo y confusión, tratando de prepararse para el mundo, ahora que la persona que más quiere y más le quiso en el universo entero ya no está.

En una ciudad con más de 9 millones de habitantes; hay un alma que perdió el rumbo de lo que había planeado como su vida porque el alma que encontró una noche en la azotea de un edificio vecino durante una fiesta común y corriente, ya no compartiría ese futuro que con tanta paciencia había planeado.

En la cabeza de Dongmin las emociones e ideas están congeladas. No sabe qué hacer, ni cómo reaccionar. No sabe cómo sentirse porque jamás llegó a él algún manual de cómo lidiar con un corazón roto. No sabe qué debe sentir porque jamás le habían roto el corazón. No sabe qué esperar porque no pensó jamás que el peliazul ebrio que lo hizo reír por horas en esa noche fría de invierno, reduciría su mundo a la nada.

En una habitación de paredes crema, muebles grisáceos y decoraciones de vivos colores, permanece un chico de pelo castaño, ojos cafés y piel rosada, sentado en el borde de la cama.

En ese espacioso cuarto, repleto de memorias, suspiros y sueños, un joven llora desconsoladamente porque acaba de ver morir en sus brazos al amor de su vida.

twelve o'clock | binwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora