El verano que abraza Junio.

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Ha llorado tanto estos días que siente ambos ojos como dos globos enormes cerca de explotar. Le duele tanto todo que le resulta inexplicablemente inútil intentar estar bien. Sabe también que no es necesario mentir, que nadie quiere o desea saber si está bien, entonces si a nadie le incumben esas nimiedades, no debe fingir sobre nada. Puede sufrir en silencio sin nadie rondando ni preguntando o agotándole la paciencia. Hasta estar así tiene sus cosas positivas.

La incertidumbre es esa clase de sentimiento que te obliga a soltarte un botón del pantalón para poder respirar de manera adecuada. Dongmin siente que la incertidumbre lo asfixia y lo hace pequeño, pero no sabe dónde está ese botón que debe soltar. Tiene tantas dudas, una más ruidosa que la anterior. La culpa le come la cabeza y le llena la boca de "tal vez". No quiere entrar por esa puerta de posibilidades imposibles porque sabe que eso solo hará que sus ojos se hinchen todavía más, pero no puede evitarlo, en realidad nadie en su lugar podría, así que no hace nada para evitarlo.

Si tal vez hubiera investigado más al respecto para buscar una solución.

Si tal vez Dongmin no hubiera durado tanto tiempo enojado con Bin sobre haberle mentido.

Si tal vez Bin le hubiera dicho la verdad de su situación médica antes.

Si tal vez Dongmin jamás habría subido a aquella azotea.

Si tal vez Bin se hubiera quedado en casa esa noche.

Si tal vez ellos no se hubieran conocido nunca.

La culpa lo obliga a retractarse de pensar todo aquello, pero en el fondo, muy, muy en el fondo, ahí donde el dolor no le llega, sabe que, si todo aquello hubiera sobrepasado los límites del tal vez, ahora no sería infeliz. Pero jamás ocurrió, las cosas no fueron de ese modo y nunca lo serían porque su destino era estar juntos, vivir todo eso y sonreír hasta que las mejillas les dolieran. Ya no sabe qué debe hacer, de verdad que no. Perdió el apetito ayer, y las ganas de dormir lo dominan con cada hora transcurrida, el segundero del reloj hace que sus párpados pesen y la conciencia se desvanezca, un poco cada vez.

Se siente tan gris y azul, no más rojo o amarillo, solo gris y azul; ese azul tan bonito que Bin llevó consigo en el cabello durante un año, un azul opaco que Bin junto a su sonrisa, convertía en el color más vivo del arcoíris en la vida de Dongmin. Ese arcoíris que recordaba a la perfección; el rojo de sus labios después de besarlo hasta dejarlo sin aliento; el anaranjado del cielo que se ocultaba cada día mientras tomaban sus manos y compartían miradas llenas de complicidad y amor; el amarillo de los girasoles en la florería al otro lado de la calle que Bin apreciaba desde la ventana que daba al balcón; el verde de las plantas sintéticas colgadas por toda la casa por las que tanto suplicó Bin cobraran vida; el azul de la maraña de pelo que su chico tenía en la cabeza cada mañana y que presumía con orgullo al salir de casa; el índigo de las noches estrelladas en que iban a la azotea, se tumbaban en el suelo y conversaban sobre banalidades; el violeta de los moretones en el cuerpo del lindo joven que llamaba novio de cabello azul, que con valentía estaban ahí cada día, más grandes conforme el paso de los meses, y volviendo un ciclo aquel arcoíris mientras algunos eran rojos en lugar de violetas.

Está aterrorizado, el miedo le pica las palmas de las manos y le congela los dedos, siente cómo este mismo lo abraza y él no pone oposición alguna. Está cansado de verdad, tan cansado. Cierra los ojos y se hace un ovillo, ahí en el pasillo, mientras la baja temperatura de la noche le entumece los tobillos y le ata las manos.

Despierta abruptamente unas horas después, la luz del sol que entra por la ventana le deslumbra la vista, el corazón le late con velocidad y la cabeza le da vueltas con los recuerdos de sus sueños. No llora, no esta vez, cree por un momento que no tiene más por lo que llorar, pero sabe que es mentira, que sus días de llanto y dolor apenas han comenzado y que lo más probable es que solo esté deshidratado. No recuerda la última vez que ingirió líquido y se rosa los labios con la lengua; ásperos y agrietados. Recuerda vagamente el cuadro que él mismo pintó hace un tiempo y que ahora está en la sala, colgado sobre una mesa pequeña que siempre tenía sobre ella un jarrón con flores artificiales.

twelve o'clock | binwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora