Epílogo

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Riendo con complicidad, entraron al baño de la elegante hacienda donde se estaba llevando a cabo la boda, no sin antes mirar alrededor, por si alguien pudiese estarlos viendo.

Sonriendo traviesos, se encerraron en el campestre cuarto, y fue Roberta quien se aseguró de poner pestillo a la puerta, para que nadie los interrumpiera. Se volteó y de inmediato recibió el beso apasionado que Diego le dio, al tiempo que sentía ambas manos de él en su cuello. Ellable devolvió aquella caricia con la misma fuerza, la misma pasión y, por supuesto, el mismo amor.

Habían pasado 3 años desde que se habían conocido, 1 y medio desde que se habían casado y la atracción que había entre los dos seguía siendo la misma que el primer día.

El vestido que usaba ese día era largo, de color blanco y negro en motivos trivales. Pero para Diego no fue un impedimento la longitud del vestido para levantarla en vilo, logrando que le rodeara la cintura con las piernas, mientras no dejaba de besarla con ahínco.

Excitado, el doctor la sentó en la encimera al lado del lavamanos y con sus sensuales caricias la estrechaba, incitándola a frotarse contra él.

Con una mano en el trasero de Roberta la restregaba contra su erección, mientras con la otra le agarraba el ondulado y largo cabello color rojo, para sujetarla y tenerla donde él quisiera, a la vez que la besaba con desenfreno, como si no supiera como poder parar ante la tentación que representaba para él sus jugosos labios y su adictivo sabor.

Introducía la lengua en movimientos precisos y profundos, haciéndole el amor con la boca, mientras ella bebía de él, gimiendo ante su inasible deseo.

Aquello era demasiado, pensó Roberta, embriagada por la lujuria del momento que estaban compartiendo, tan similar a los muchos otros que solían tener en su historia, pues algo pasaba con los dos que cuando tenían ganas de estar juntos, sencillamente no podían esperar a hacerlo en un lugar apropiado, solo se preocupaban por satisfacerse mutuamente donde se diera la ocasión. Algunos podrían pensar que era preocupante, pero para ellos era excitante y divertido, y estaban contentos de que la vida les haya presentado un otro con el que compartir esa desenfrenada pasión.

Roberta le pasó ambos manos por el cabello, despeinándolo, luego las puso en su pecho y las deslizó hasta sus hombros para quitarle la chaqueta color arena, la cual cayó al piso en un segundo. Notó la intención que él tuvo de desatar el nudo en su nuca, el cual mantenía en su lugar la tela que cubría sus pechos, pero rompió el beso para impedírselo, con una sonrisa coqueta adornando su rostro.

—No, doctor, no tenemos tiempo para el paquete completo.

—¿Y para qué si tenemos tiempo? —preguntó él, acercando su rostro al de ella seductoramente.

Roberta sonrió de lado, al tiempo que engancha los dedos indices de cada mano en las pretinas del pantalón de su esposo.

—Para follar, mi amor.

Le puso una mano en la nuca para besarlo de nuevo, mientras con la otra que tenía libre le desabrochaba el cinturón y luego el pantalón. Sacó el duro miembro de Diego de dentro de los bóxers y lo acarició con la misma mano, sintiendo como él se estremecía contra su cuerpo, al tiempo que un gemido ahogado se dejaba escapar de entre sus labios entreabiertos.

La pelirroja se acomodó al filo de la encimera e intentó sacarse ella misma las bragas, pero Diego no se lo permitió, pues se tomó el tiempo de acariciarle las suaves piernas hasta alcanzar la fina tela de encaje, para luego deslizarlas hasta sus tobillos y más a abajo, para que cayeran al suelo.

Puso ambas manos en las caderas de su esposa y la penetró hasta lo más profundo, logrando que ella dejara caer la cabeza hacia atrás y cerrara los ojos, obligándose a no gritar, ya que no quería que nadie los descubriera. Diego la tomó del pelo nuevamente en un puño y tapó su boca con la suya, al tiempo que la embestía una y otra vez, penetrándola con fuerza y hasta al fondo, como sabía que a ella le gustaba.

Un nuevo comenzarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora