Final parte II

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Diego entró en su auto y cerró la puerta, luego dejó caer la cabeza hasta que su frente descansó sobre el volante.

Estaba igual que al comienzo, sin tener idea donde podía estar Roberta y buscándola por todos lados.

Los padres de la pelirroja le habían asegurado que no tenían idea sobre su paradero, pese a que había pasado las últimas noches ahí. Luego, se encaminó a la casa de sus tíos, donde la había conocido, pero ahí tampoco tenían noticias sobre ella. Volvió a llamar a Miguel, pero el moreno le había dicho que tampoco sabía donde podía estar. Hasta a su hermana Mía había llamado para saber si tenía algún rastro de Roberta, pero obviamente ella tampoco sabía nada.

Solo le quedaba una persona a quien preguntarle, la misma que lo había ayudado en un inicio a encontrar a Roberta en Monterrey. Su ex novia.

No le guardaba resentimiento a Dulce por lo que había pasado entre los dos, era evidente ahora que no funcionaban como pareja y hasta se alegraba que, bajo las circunstancias que fueran, se evitaran el error de seguir juntos como pareja. Aún así, había evitado durante toda la noche pedirle ayuda, pues no dejaba de ser rara toda la situación.

Dejando la incomodidad a parte, sacó el teléfono del bolsillo de su pantalón y buscó el número entre sus contactos.

—¿Bueno?

—Hola, Dulce.

—¡Diego, qué sorpresa! ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Bien.

—Me alegro —se aclaró la garganta antes de continuar—. Oye, de casualidad, ¿no estará Roberta en tu casa?

Dulce soltó una suave carcajada.

—¿Se te escapó de nuevo?

—Algo así.

—¿Cómo que algo así?

—Es un poco largo de explicar, pero me urge encontrarla lo antes posible.

—Pues aquí no está.

—Ya. ¿Y Christopher no sabrá nada de ella?

—Mmm, si sabe no me lo dirá a la primera. Me va a tocar sacárselo... Dame un poco de tiempo y cuando sepa algo te llamo de vuelta.

—Gracias, Dulce.

—Un placer.

Diego respiro profundo y soltó el aire, apesadumbrado luego de cortar la llamada. Ahora sí que no tenía a nadie más a quien recurrir. Roberta nunca le había hablado de tener amigas, ni otros familiares que no fueran sus primas, con Miguel no estaba y aparentemente con Dulce tampoco.

Prendió el motor de su auto y arrancó camino a su departamento, pues no sacaba nada con seguir dando vueltas sin rumbo.

Mientras manejaba, temía que a cada minuto que pasaba, Roberta se alejara más y más de él, y no solo físicamente.

¡Qué idiota! ¡Idiota, idiota y mil veces idiota!, se maltrató, ¡Cómo pudo cometer un error tan grave con ella!

Renegando contra sí mismo, se estacionó en el parqueadero de su edificio. Subió hasta su piso en el ascensor y cuando abrió la puerta, se sorprendió al encontrar las luces prendidas. Dejó su maletín en el sillón de la sala y justo en ese momento, la puerta de su habitación se abrió, dejando ver a la chica que había estado buscando durante toda la tarde.

Roberta se quedó inmóvil ante la presencia de Diego, con su bolso lleno colgando de su hombro.

Ninguno dijo nada, solo se miraron por un momento. Y cuando Diego abría la boca para hablar, el sonido de su celular sonando se lo impidió.

Un nuevo comenzarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora