Capítulo I

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I - PRIMERA SEMANA.

Tw // mención de muerte, intubación, perfusión, mención de estados de crisis y desesperación, procedimientos médicos diversos

Las últimas horas se desgranan del reloj y las luces centrales zozobran hasta convertirse en mortecinos focos de iluminación. El hospital entra en su turno nocturno y el zumbido ambiental de la ventilación se vuelve un diálogo a falta de personas rondando los pasillos.

Charlotte ojea una revista, volando las páginas para producir un serpenteo sonoro que le produzca sueño. Lleva sin dormir desde que hospitalizaron a Horacio. Dormita de guardia en guardia, esmirriada por la carencia total de descanso, pero es imposible conciliar su mente. Las pesadillas la despiertan a los minutos, anegando su realidad de un pánico momentáneo que desaparece tan pronto como los latidos de Horacio zigzaguean en la pantalla del monitor. El "bip" que despunta y repunta a cada pálpito es su canción de noche y el alivio a sus agujados terrores noctámbulos. Atenúan al ver la cara de su niño en paz, aunque sepa que mañana no despertará. Ni pasado. Ni al siguiente. Horacio reposa en coma inducido.

Levanta la mirada y todo sigue ahí. El monitor. Los tubos y conexiones. El gesto sereno de su hijo pero contradictorio a su jovialidad. En un enfoque externo, Horacio está dormido, recuperando horas de sueño antes eludidas, pero la artificialidad que articula su supervivencia actual –las máquinas, los médicos que revolotean a su alrededor de hora en hora, las dosis de medicaciones diversas vía intravenosa– es dolorosa. Una foto o una pintura son canvas retocables, pueden endulzar lo amargo si así lo buscan, pero la realidad que le otorgan sus ojos es indeformable. Y no sólo ella lo sabe y lo ve. Lo ven todos. En especial, uno.

Uno que entra por la puerta con un andar siliente, embebiendo toda palabra que pueda decir, porque nada parece convincente o relevante para rasgar el silencio. Así que opta por no hacerlo. Volkov sólo entra con un café entre manos, las caracolas de humo que enroscándose en volutas por la sala y unas ojeras como dos telones violetas bajo los ojos.

Entreveran una mirada de nuevo saludo y Charlotte puede acusar su derrumbe interno. De lo poco que lo conoce, intuye que su yerno no osará mostrarse vulnerable frente a ella. Las noches son largas, muy largas, pero Volkov ha desaparecido hasta en cinco ocasiones a lo largo de esta hora. Apenas unos cinco minutos, es cierto (no quiere correr el riesgo de que Horacio despierte sin él al lado), pero duda que ese café aguado inspire a tanta reincidencia seguida.

Pero no dice nada. Sólo se encarga de recordarle dormir, de animarle a ir a casa a ducharse en vez de hacerlo en este baño y de recomendarle atender a Mika y Webonauta sin obligarse a cederle la tutela a Nikolai. Volkov lo intenta, pero la angustia ha instaurado ley marcial en su corazón y nada la deroga. Está atenazado por los "y si"s y los "pero"s, por lo que Charlotte no ha tenido más remedio que dejarlo estar y padecer.

Volkov toma asiento a su lado y Charlotte se ahueca un poquito, para no invadir su espacio vital en exceso. Ingenua ella, porque Volkov sólo quiere que lo abracen –que Horacio lo abrace– y le digan que todo va a ir bien a él también.

La mente de Volkov naufraga entre pensamientos y su mirada cristalina se coloca en un punto aleatorio, ondeando el palillo del café, para que el azúcar de poso se disuelva en el amargo sabor y, con suerte, en su amargo pesar. Charlotte observa sus movimientos vacuos y robóticos. No pregunta cómo está, es obvio. En su lugar, se arrellana contra el respaldo y, con su maternal capacidad de alivianar el malestar, habla:

—Sí que debe de estar bueno el café ese... Es el quinto que te tomas— evidencia, insinuante. Se arrebuja con la manta que le proporcionó antes el mismo Volkov.

Días felices - [Volkacio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora