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Media ciudad duerme todavía. Desde el aire, la ciudad entera es una red de vías iluminadas que se entretejen en una maraña de luces en medio de casas oscuras. La red de caminos se densifica en el centro y el mundo es cada vez más oscuro en su periferia... hasta que una sola vía se desprende de la ciudad y se extiende hasta el próximo pueblo, donde la red se repite de nuevo. Desde el cielo nocturno, las ciudades son neuronas interconectadas en un cerebro a medio despertar. Algunos coches atraviesan las calles oscuras y parecen sinapsis que viajan de un extremo a otro del cerebro dormido. Una de esas sinapsis es la inspectora Jey.

Vista desde dentro del coche, la inspectora Jey avanza con la mirada fija en el parabrisas. La noche es fría fuera, no empezará a nevar hasta el final del mes, pero el aire ya trae los vientos helados de las tierras norteñas. A medida que el coche avanza por la carretera circunvalar, las luces de la carretera se van encendiendo a su paso. Si hubiese un dios mirándola desde arriba vería el punto iluminado de un electrocardiograma dibujando picos arrítmicos su paso por la carretera.

Mientras dirige su coche en esa carretera que se va iluminando a su paso, su propia existencia es el puntero de un monitor conectado a un moribundo que dibuja la línea de una vida agónica.

El monitor se detiene. El coche de la inspectora Jey se enmudece y poco a poco la va abandonando a medio camino entre un pueblo y otro. Su coche es una caja oscura abandonada en la mitad de la nada. Evidentemente, es víctima de un ciberataque en el software de su propio coche. Alguien ha tomado el control de este sin saber que ella se encuentra adentro... o peor aún, sabiéndolo.

La neblina ocupa la carretera. Las lunas están empañadas. El sistema automático de oscurecimiento de lunas no funciona. Lentamente, los cristales invierten su polarización, no podrá observar nada de lo que ocurre fuera, pero podrá ser observada por cualquiera que se acerque oi suficiente al vehículo... El sol tardará unas horas en aparecer. La inspectora Jey toma su arma de dotación y asegura las puertas desde adentro. Espera en silencio.

Silencio... el viento roza las espigas de trigo. La neblina, que viene del norte, trae en sus entrañas la fuerza helada del invierno, invierno de sangre gélida.

No está sola. En medio de la oscuridad, un hombre se abre paso por entre los campos de trigo. La ha estado esperando y, a pesar de no poder verlo, sabe exactamente dónde se ha detenido el coche.

La inspectora Jey toma posición de tiro dentro del coche. Sabe que es un blanco visible desde cualquier punto exterior y que no podrá ver nada desde adentro cuando alguien se acerque. Con las manos temblorosas abandona el arma por un momento y se sumerge en el rincón más profundo del coche, junto a los pedales del conductor. Con una mano recupera el arma y con la otra toma su móvil de la guantera. La luz del móvil ilumina su cara. Intenta llamar, la señal está muerta. Deja el teléfono, con ambas manos desprende la tapa sobre su cabeza que da acceso al sistema eléctrico del coche. Conoce bien este modelo y sabe que su coche está siendo hackeado. Alguien le ha tendido una trampa y no está dispuesta a ponerle la situación fácil. Frente a sí, una pila de circuitos eléctricos se expone a sus ojos; procesadores y microprocesadores encargados de controlar todo el sistema de posicionamiento, conexión y conducción del vehículo. Apunta directamente a un circuito.

Dispara. El golpe seco del disparo aturde a los animales afuera y se escucha una bandada de cuervos volar en medio de la niebla. Lentamente, las lunas del coche pierden su color opaco para dejar ver la neblina de la noche fuera. La inspectora Jey apunta su arma hacia las lunas. Aún no consigue ver nada, pero sabe que podrá ver cualquier cosa que se acerque al coche y sabe que disparará sin pensarlo. Toma de nuevo el móvil, lo acerca a su boca... susurra.

El hombre observa el coche detenido en la carretera. Una leve luz azul emana de la parte delantera del coche. Sabe dónde está, sabe qué hace, casi puede ver la luz pálida del móvil lamiéndole la cara mientras suda asustada. El hombre ajusta sus guantes de cuero negro. Presiona con sus dedos y libera el picaporte de la puerta...

La Inspectora Jey susurra a su móvil:

"Sé que me leéis. Venid a por mí."

Luego susurra las últimas palabras que el mundo entero sabrá sobre ella:

"Buscad a LOS LECTORES".


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⏰ Última actualización: Nov 21, 2022 ⏰

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