Ilegales

13 2 8
                                    

Estar en el jardín de una casa desconocida, en cualquier otro momento me hubiera estresado. No me acabo de sentir cómoda cuando no estoy en mi círculo de confianza. Pero ahora, estoy absorta en mis pensamientos de borracha, hablando con otro borracho, un borracho que acabo de conocer hace menos de una hora.

- Sabes, la belleza está en las matemáticas, - expresa con fascinación mi compañero de borrachera – las flores, por ejemplo, son preciosas, y siguen una secuencia: sus pétalos concuerdan con la sucesión de Fibonacci.

No he entendido ni una palabra de lo que ha dicho, mis neuronas no están lo suficientemente conectadas, yo solo le sonrío y asiento. Él sigue hablando de la belleza:

- Pero la belleza, no está solo en las matemáticas, está en la vida, en las personas. Tú, por ejemplo, eres bella, pero no tienes nada que ver con matemáticas, no sé si me estas entendiendo. – yo lo único que he entendido es que me ha dicho guapa.

Pensaba que la gente borracha solo decía tonterías o cosas sin sentido, pero porque no le había conocido. ¿Quién borracho se pone a filosofar sobre la belleza de las matemáticas? Mejor dicho, ¿a quién le parecen bellas las matemáticas?

De repente, se calla, se calla y mira a la nada, con los ojos desorbitados. Sin pensarlo mucho me dice:

- Nunca te había visto por aquí, soy una persona muy observadora, si te hubiera visto lo sabría, no olvido a las personas y mucho menos a una chica que parece una modelo y tiene la sonrisa más sincera que he visto nunca. Mi única explicación es que nunca habías venido. – es de las pocas personas borrachas que no me parecen insufribles, al contrario, me encanta ver como desvaría.

- No, nunca había venido a las famosas fiestas de Hanna, este año he estudiado mucho, sobre todo para la sele, me lo he currado mucho.

- Sele? Tienes dieciocho? ¿O has repetido? no pareces de dieciocho. - me mira con confusión, sin comprender mucho ni lo que él está diciendo. Gira la cabeza para dejar de mirar a la nada y centrarse en mis ojos.

- En realidad, diecisiete... en dos semanas dieciocho. – alza las cejas con exageración, como si acabara de decir una locura.

- O sea que mi amigo le ha dado tabaco a una menor, ¡iremos a la cárcel! – me rio por la estupidez que acaba de decir, él cómo mucho tiene veinte años, si es que llega.

De repente miro el móvil y veo que tengo cinco mensajes de Sara, preguntándome dónde estoy, diciéndome que quiere bailar y a Matt no le apetece. Me percato de que llevo mucho tiempo hablando con Elyan, el cual me mira con confusión.

- Me tengo que ir, ¿me das tu número? – en un momento de sobriedad, nunca se me hubiera ocurrido preguntarle por su número, pero ahora lo que más me apetece es tener una garantía de que lo volveré a ver.

Él me mira con sonrisa triunfadora y me pasa su teléfono abierto para que le apunte mi número. Al darle yo mi número y no él, el suyo, me da miedo que no me escriba o que mañana no se acuerde de mí.

Le sonrío una última vez y entro a la fiesta, el ambiente está cargado, el aire condensado por toda la masa de gente que hay aquí.

Localizo rápidamente a Ari, absorbiéndose con un chico al que no llego a verle bien la cara. De repente, veo a Sara. Es el momento perfecto, suena una canción muy "perreable". Nos miramos con complicidad, nos juntamos en medio del gran salón y empezamos a... bueno, a hacer un intento de lo que nos gustaría considerar un baile sexy.

Perdemos la noción del tiempo, bailando, riendo y bebiendo, como tanto he echado de menos todos estos meses. La verdad, se me han hecho eternos.

Ya son las cinco de la mañana y Matt está hasta los cojones de nosotras, se nota que quiere mucho a Sara, sino no nos aguantaría. Nos dice de llevarnos ya a casa, yo acepto, porque estoy cansada, pero Ari dice que volverá más tarde por su cuenta. Después de decirle cincuenta veces que tenga mucho cuidado y si está segura de que no quiere que la llevemos, Sara, Matt y yo salimos al frescor de la noche.

Me dejan por fin en mi casa y se quedan solos los tortolitos. Yo, ignorando mi embriaguez y como puedo, abro la puerta de casa después de varios intentos.

Subo las escaleras con cuidado de no hacer demasiado ruido, cosa que me es inevitable. Me tumbo en mi cama y todo me da vueltas, sobre todo esos penetrantes ojos amarillos y esa sonrisa burlona. Cuando ya estoy por dormirme, recibo un mensaje de un número desconocido. Sonrío automáticamente, y tan rápido como mi estado me lo permite, miro lo que pone.

Número desconocido:

"No sé si escribirte, puede que mañana me lleven a la cárcel, pero quien no arriesga no gana."

My first, you know, love.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora