Capitulo 6

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Se sentía como un insecto atrapado en un charco de aceite, con las alas pesadas y la mirada turbia. Se movía con dificultad mientras el resto observaba su agonía. Ningún esfuerzo era suficiente para entender lo que ocurría, le costaba hasta respirar.

Acostumbrado a pasar inadvertido, ahora Tomás estaba en el centro de las miradas y no podía escapar.

La foto estaba ligeramente desenfocada, pero no había duda, era él, y cualquiera lo reconocería. Era un primer plano, de frente, con iluminación blanca, fantasmal. Con su cabello corto y negro, y con un gesto de traviesa alegría, dejaba ver su cuerpo desnudo. En un costado del encuadre se veía algo que parecía ser una botella de licor.

La fotografía había corrido como pólvora y con la misma capacidad destructiva. Antes de que que terminara el fin de semana, esa imagen había logrado viajar de pantalla en pantalla afilando las miradas y convirtiendo en veneno la saliva de cientos, acaso miles, de curiosos.

Llamadas perdídas. Mensajes que iban desde el insulto hasta el morbo, desde la curiosidad malsana hasta la burla. Redes sociales, portales de fotos, mensajes electrónicos... Tomás estaba en todas partes, y al mismo tiempo Tomás estaba en su cama, con su almohada cubriendo su cabeza mientras pronunciaba en voz baja y desgarrada: "Esto no puede estar sucediendo, esto no puede estar sucediendo, esto no puede estar sucediendo...".

En un primer momento no se atrevió a decir nada a sus padres. "Los milagros a veces ocurren" se dijo a sí mismo con la lejana esperanza de que el incendio se apagara espontáneamente, de que esa persona que hubiera recibido el mensaje tuviera la sensatéz, la solidaridad, ¿la piedad? de eliminar la imagen.

El sábado por la mañana, cuando había llamado a su mamá para que lo recogiera de la casa de Nicolás, le había dicho que se sentía mal, que había comido algo que le había provocado dolor de estómago y que había vomitado durante la noche. "No habrás bebido, ¿no?", preguntó su madre cuando pasó por él, como si no fuera lo peor que podía haber sucedido en esa reunión.

Llegó a su cuarto y se encerró. Su teléfono no paraba de vibrar. Alguien toco la puerta y Tomás gritó: "¡No me siento bien, voy a dormir un poco!". Pero ese alguien insistió. Cuando abrió, vio a su hermana Olivia, de 12 años, que con ojos de angustia le mostraba el computador portátil, a toda pantalla, la foto que había llegado a su correo.

Avergonzado, Tomás sintió que las lágrimas le desbordaban. La rabia y el miedo también.

Cuando era niño y tenía un problema, cruzaba la calle de a la casa en la que vivía la abuela. Entraba a la cocina y se abrazaba de su cintura sollozando. La abuela se agachaba, se limpiaba mas manos con un trapo y le decía: "Quien quiera que haya provocado esto, se las tendrá que ver conmigo". Tomás creía en esas palabras, en esa voz que lo apaciguaba todo, en esa presencia más grande y poderosa que la de cualquier súper héroe. "Ya nadie podrá hacerme daño, la abuela está de mi lado".

Pero la abuela se había ido para siempre unos años atrás. La casa se había quedado vacía y ya no existía ningún lugar en el mundo en donde Tomás pudiera correr en busca de sus manos cálidas. Su salvavidas, su chaleco blindado, su armadura, su abuela, ya no estaba más

De vez en cuando volvía, mágica, con el viento. Voz que escapaba de la muerte para sostener la vida de Tomás. Las palabras de la abuela llegaban como un susurro, y luego, sutilmente, se desvanecían.

Luego de mostrarle la imagen que circulaba a través del correo electrónico, Olivia no hizo preguntas, sólo apagó la computadora, cerró la puerta y sin hacer ruido se quedó, durante toda la tarde, junto a Tomás, acariciándole el cabello húmedo por el llanto.

𔘓

El lunes a las siete y media de la mañana cruzaron juntos la puerta del colegio. "Dame la mano", le dijo Olivia. Y por un segundo Tomás sintió que esa mano de niña, esa mano buena, lo sostenía para que no cayera al abismo.

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⏰ Última actualización: Nov 25, 2022 ⏰

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𝐋𝐀 𝐋𝐋𝐔𝐕𝐈𝐀 𝐒𝐀𝐁𝐄 𝐏𝐎𝐑 𝐐𝐔𝐄́.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora