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Joyce extrañaba su suéter verde, nunca antes lo había extrañado tanto. Pero sucedió algo curioso: con el pasar de los minutos y repentinamente, se olvidó de él completamente. Ya no importaba más. Afuera había mucho ruido y movimiento, la gente entraba y salía de su campo de visión, pero Joyce estaba lejos de aquello. Estaba lejos, tanto físicamente como mentalmente. 

Miró al par de niños sentados en la escalera de la entrada. Uno de ellos era una niña rubia, vestida de la mujer maravilla. La niña estaba atónita y quieta, una manta cubría su cuerpecillo mientras un oficial le hacía preguntas. Y del otro lado, estaba el niño alto y robusto con la máscara blanca en la frente, llorando a mares, escondiendo la cara del mundo. 

Joyce se acercó más a la ventana del coche, se acercó tanto que su frente tocó el vidrio y su reflejo se veía con claridad. Joyce se miró a sí mismo, miró los ojos sombríos y bien abiertos, que más que la mirada de un psicópata parecían los de un cadáver. Y luego miró las líneas rojas.., los rasguños por toda la cara, recordó vagamente a un niño gritando y pidiendo clemencia en el borde de un abismo. En ese preciso instante sonó la ambulancia que abandonaba la zona. Joyce perdió el hilo de sus recuerdos y no lo volvió a encontrar. 

Bajó la mirada y se enfocó en sus muñecas, que ahora estaban unidas por una brillantes y frías esposas, eran pesadas, Joyce nunca las había imaginado tan pesadas. Y se las pusieron por delante, no por detrás cómo en las películas. Entonces un golpe en su ventana lo sobresaltó.

—¡Sal de ahí jodida escoria! —gritaba una mujer rubia y penosamente delgada, el rímel se había deslizado por sus mejillas. Mostraba los dientes y su rostro estaba deformado por la ira— ¡Quiero verte la cara, pedazo de mierda! 

Aquella mujer golpeaba la ventana una y otra vez, una y otra vez...

—¡Juró nunca te lo perdonaré!

Joyce se encorvó y se encerró en sí mismo. No proyecto ninguna clase de respuesta ni de emoción, era tan frío que la mujer entornó los ojos y por sólo un instante algo parecido al terror la invadió. Luego un oficial de policía la retiró del lugar. 

Pasados unos minutos un nuevo policía subió al asiento del piloto, ajustó el espejo retrovisor y mediante ello miró al muchacho detrás de la reja protectora. 

—¿Joyce Western? ¿Ese es tú nombre? 

Hubo un silencio abismal. Joyce estaba tan quieto y encorvado que el oficial se preguntó si se había desmayado. 

—¿Joyce Western...? 

El oficial puso una mirada severa, medio intrigado y medio intimidado. Sujetó el volante y poco después quitó la vista del espejo. 

—Dios mío, ¿qué te llevó a eso?

¿Qué te llevó a eso?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora