destellos de asombro

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-Desirée, ven aquí cielo- Su voz suena aterciopelada cuando dice mi nombre; me da ganas de arrancarme las entrañas.

Le respondo que ya voy mientras me preparo para quitarme el suéter azul que él mismo me ha comprado.

Marcus siempre hace esto, es tan... disimulado. Cuando menos me lo espero, sus ojos inundan los míos y se convierte en olas y rayos y en una catástrofe en la que me quiero sumergir sin pensarlo.
El caos ha sido siempre mi hogar y todo el daño que me ha causado desaparece con prisa vergonzosa bajo las caricias de sus dedos.

Su mano se posa detrás de mi oreja y el nudo de mi pecho se hace más grande, sabiendo que pase lo que pase voy a llorar, y no me gusta llorar.

Nadie sabe causarme eso, nadie sabe sacarme ni un ápice de emoción, de amor. Absolutamente ninguna persona en el mundo puede dañarme emocionalmente.
Excepto él.
Él sí que puede. Marcus puede hacerme vomitar y gemir y llorar y morir con tan solo susurrarme al oído. Con tan solo mirarme a los labios y agarrarme por la cintura.

Sus susurros son el peor veneno que he tenido el placer de conocer.

Al volver de mis pensamientos noto su mano, que se desliza por mi pecho y los jadeos se hacen más persistentes, pero no se si son los suyos o los míos.

Quiero decirle que pare, cada vez que me toca quiero decirle que pare. Que no merezco tacto humano, y que me repulsa todo lo que me causa...
Pero no me haría caso, Marcus no hace caso a nadie.

Cierro los ojos para contener el mar que se acumula en mis ojos y él aprovecha para subirme la falda.
Doy un respingo, pero Marcus no lo nota... o no lo quiere notar.

Imbécil.
Imbécil él e imbécil yo por hacerle caso y por no pegarle una bofetada y salir corriendo de la habitación del monstruo.

Empiezo a sentirme débil ante la mano fastidiosamente experta que tiene la osadía y la impaciencia de meterse entre mis piernas, pero ya no hay nada que yo pueda hacer; nada más que apoyar los brazos en sus hombros y aprovechar para esconder así mi cara que se vuelve cada vez más roja.

Le oigo sonreír, bueno, más bien le oigo reír, ya que las sonrisas no se oyen, se sienten, especialmente las de Marcus.
Sus dedos entran y salen de mi casi de manera sistemática, y con el pulgar presiona mi clitoris hinchado que se rinde como el resto de mi cuerpo a él.
Soy tuya, pienso.

Se ríe, otra vez y es de esas risas que provienen de alguien que sabe lo que causa, de alguien que conoce su propio poder. Tiene una risa amarga, como si nunca se fuera porque algo le hace gracia de verdad.
Es asqueroso.
Me dedico a robarle a gilipollas con el mismo ego y aquí está él, siendo mi puto jefe.

Yo sabía que Marcus había traicionado a los suyos, que un chico de la calle siempre será un chico de la calle, por mucho que se vista de traje, intentando tapar con seda las marcas de los cuchillos y las peleas.
Lo cierto es que él sabe de mí lo que yo sé de él.

Marcus me susurra que me arrodille, y sin avisar, una lágrima traicionera me cae por la mejilla...
Por suerte no la ve, y me dedico a obedecer a Marcus en lo que me pide, como si fuera un autómata, una máquina incapaz de pensar.

Mis labios se abren en cuanto su glande los toca, obedeciendo antes sus ojos lujuriosos.

Mi mente se queda blanco y la oigo entrar y salir y entrar y salir y entrar otra vez, cuando ve que me dan arcadas me deja respirar, y agarro aire mientras subo la mano a mi cara para limpiarme los fluidos que se acumulan en la comisura de mis labios.

Marcus me para, y me indica que deje caer la mano otra vez.
Él mismo me agarra y me esparce sus líquidos por la barbilla para después meterme el dedo en la boca y presionar contra mi lengua, lo cual me hace cerrar los ojos en una mueca de incomodidad.
—Que bien te queda mi polla en la boca, nunca me acostumbro a tus gemidos, y sé que en el fondo solo quieres más, eres una viciosa.—

Púdrete.
Le digo en mi mente mientras como venganza cojo su polla con la mano derecha y la meto hasta el fondo de mi boca, tocando casi mi garganta.
No puedo respirar por la nariz y la sensación de ahogo es terrible.
Sin perder un minuto, me dedico a mover mis manos, mi boca, la lengua... Llegados ha este punto no se si quiero que me perdone o que me odie más, pero en el fondo estoy muy contenta de ver en Marcus un respingo de asombro, he conseguido que no se lo esperara.
Cuando Marcus termina sin avisarme, solo puedo pensar en una cosa:
Está pegajoso... y caliente.

—Ser la mano derecha de Marcus hace que todo valga la pena, cada gemido y suspiro que me causa horas y horas de llanto vale tanto la pena  y sinceramente, no lo cambiaria por nada.— Me convenzo en voz baja mientras me seco los fluidos corporales que Marcus me ha dejado en los labios, y que saben a culpa gustosa.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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de Desirée 🫐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora