Capítulo 1

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1990
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Aimara

Cuando tenía trece años, huí de casa. Nadie tenía que saber el motivo, solo que no me iba a quedar ahí. Intenté convencer a mamá, pero ella dijo que ya estaba mayor, ya no le quedaba muchos años más por lo que permanecer con papá, ya no le importaba, se había acostumbrado. Yo no sé si podría acostumbrarme a qué me traten así y darme por vencida, yo saldría de una relación como aquella.

Mamá siempre me dijo que no repitiera los mismos errores que ella. Yo me imaginaba un príncipe azul( porque el rosa no me gusta) que viniera en motocicleta ( porque los caballos tienen que estár libres en su hábitat) y me llevara a recorrer el mundo. Mi mejor amiga era diferente en aquel sentido, no quería relaciones con nadie. Era un alma libre de obligaciones, que es lo que tendría una relación ¿No? Un cincuenta y cincuenta.

Maya  y yo huímos. Yo de mis padres, ella de sus abuelos. Nos conocimos en una plazoleta por obra del destino. Ella me lleva tres años. Luego nos reencontramos en la primaria y de allí inseparables.

Conoseguimos una casa pequeña. Super pequeña. Dormíamos en la misma cama, la cocina era diminuta y el baño era más chico que el que nosotros teníamos antes. Pero nos las ingeneabámos.

Claramente a ambas nos dejaron de pagar la escuela, bueno, a mí, Maya debía esforzarse el triple dado que entraría a la universidad solo con una beca, ninguno nos daría un solo peso.

En mi caso, mi padre, mamá dejó de trabajar cuando se “enamoraron” y depende de él.

¡No! Y ella era tan buena.

Maya trabajaba doble turno en una cafetería, por más que quise ayudarle se negó rotundamente obligándome a ir a estudiar (nuestra vecina es súper buena y me estaba enseñando gratis)

Protesté pero, era como mi hermana, ella no cedería. Así que solo me quedó aceptar y ya.

Una mañana llegó muy emocionada y me despertó a almohadazos. Somnolienta le pregunté qué estaba pasando. Encontró otro trabajo y que era de noche, y todas las noches hasta la mañana siguiente, irradiaba de felicidad porque podía pagarme los estudios.

—¿Y tú? No quiero hacerlo sola, también debes prepararte.

—Y lo haré, un intensivo cuando tenga dieciocho. Aprobaré, entraré a la universidad y listo.

—Yo también quiero hacer ese intensivo.

—No, tu irás a clases, conocerás a gente y harás amigos.

Dicho y hecho. Hacía un año que estaba en clases. Aprobé todas las materias y como tal, mi adorable hermana me llevó a una fiesta para celebrar que pasé de año. Estaba resignada a que hiciera amigos, en este año no logré hacerlos, todos eran unos idiotas. Las chicas desesperadas cómo perra en celo, y los chicos en plena adolescencia tirando baba detrás de ellas.

Ridículos.

—¡Tierra llamando a Aimara!—me sacudió mi hermana.

—¿Qué quieres?—protesté alejándome de ella.

—Ese de allí duda en venir a hablarte o no.

Miré sin disimulo alguno al rizado de la esquina. Y en menos de nada, la estúpida de Maya le gritó que viniera, y el muy ridículo no dudó en acercarse.

—Muy guapo —susurró ella cerca mío.

Me crucé de brazos apoyándome en la barra y miré hacia otro lado.

Cuando se quedó parado, contemplándome, di media vuelta hasta mirarlo directo a la cara.

Hay que admitirlo, sí era lindo. Pero no aceptaría tan fácil.

—¿Qué tanto me ves?

—Lo siento es que....¿Te han dicho que eres hermosa?

—¿Estás dándome un cumplido?

—Depende, ¿funciona?

—Pues no, fíjate—me crucé de brazos —. A mí no me vengas con esas cosas que no caigo fácilmente.

—¿Cómo te llamas, odiosa?

—¿Disculpa? ¿Cómo me has dicho?

Lindo, pero estúpido.

—Soy Alex.

Dudé por unos segundos si decirle mi nombre o no, tal como él hizo anteriormente, me fijé en él, todo de él.

<<Nada mal>>

Nada mal.

—Aimara—arqueé una ceja sin ganas de seguir con esto.

—Hola, yo soy Maya, su mejor amiga, dado que ella no va a presentarme—le extendió su mano.

—Un placer —la recibió sin dejar de mirarme.

—Bien. Los dos cortados con la misma tijera. ¿Saben? Me está llamando mi amiga de allá.

—Viniste solo conmigo—reñí.

—¿Cuántos años tienes?—le preguntó Maya.

—17.

— Ella 14.  Perfecto. Socializen. Adiós.

—¿Quieres algo para tomar?

—¿Y por qué aceptaría bebida de un extraño? ¿Qué tal que tenga droga? ¿Y si abusas de mí?

—¿Sabes? No todos somos iguales.

—Prefiero no tomar el riesgo—me pegué la vuelta dejándolo solo.

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—¡Buenos días, dormilona!—chilló mi hermana en mi oído.

—Buenos van a ser los golpes que te daré por semejante grito —refunfuñé cubriendo mis orejas con la almohada.

—Anda ya, aguafiestas. Cuéntame qué tal baila.

—¿Qué?—me senté —¿De que hablas?

—De Alex, anoche bailaron juntos, y bien pegaditos—me codeó con voz pícara —¿No lo recuerdas? Yo no lo olvidaré por siglos.

—Solo...—tragué profundo ante la idea—¿Solo bailamos?

—Sí, aburrida. Él luego quiso besarte pero tú te pegaste la vuelta dejándolo con las ganas. Qué cruel, hermanita.

—¿Qué puedo decir?—me encogí de hombros victoriosa.

—¿Bailaba bien?

Super.

—No recuerdo nada. Lo siento, estaba ebria.

—¡Ay, ya. Sí como no! ¡Tú no tomas! Y sí, de seguro baila bien, sabe cómo moverte y tú seguir el ritmo.

—¿Eso fue con dobles intenciones?

—Tal vez, podrías. Pero para eso deberías ceder.

—¡Madura!—volví a cubrirme —, haya pasado lo que haya pasado, no volverá a repetirse. Total, jamás nos volveremos a cruzar.

—Nunca digas nuca—susurró en mi oído dándome cosquillas—¡Arriba!—se levantó de un salto haciendo que la cama rebotase—¡El desayuno no te esperará por siempre! 

Me pegué la vuelta cubriéndome hasta la cabeza y cerré mis ojos.

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