Contrató

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Martes 8 de Agosto del 2017, Corea del Sur. 11:30 pm.

—¿Seguro que me dará lo que quiero? —lo miré con un gesto de desprecio y desaprobación, los ojos entrecerrados en cautela.

—Seguro, señor. De hecho, la tenemos preparada para usted justo en su sótano, como usted lo pidió —el hombre esbozó una sonrisa maliciosa, revelando una hilera de dientes descuidados—. Solo que... como ya sabe, debe firmar el contrato.

—De acuerdo —tomé la pluma más cercana a mí, la punta tintineando contra el escritorio— Firmaré el dichoso contrato.

Dicho esto, saqué de mi maletín el papel nombrado y se lo extendí hasta su escritorio, esperando a que él lo tomara.

—Solo una cosa —le arrebaté los papeles de las manos de aquel hombre con un movimiento rápido y fluido— No quiero que intentes tomarme por sorpresa. No tienes idea de lo que soy capaz de hacer —mis ojos, de un café oscuro penetrante, lanzaron una mirada cargada de amenaz—.

—N-no se preocupe, señor, nosotros somos de fiar —balbuceó, con una sonrisa nerviosa que no logró alcanzar sus ojos— Además, estos servicios nunca fallan, ¿o sí? —intentó una broma, recibiendo solo silencio de mi parte mientras me dispuse a firmar— Ahí está, ahora lárguese. Mi tiempo es demasiado valioso para seguirlo desperdiciando contigo.

—Hasta luego, señor —se dio media vuelta sobre sus talones y se dispuso a salir, su sonrisa cargada de malicia titilando en la penumbra—.

Procedí a acomodar mis pendientes para ir a casa de una vez por todas. Estaba cansado y necesitaba relajarme. ¿Por qué no divertirme con la nueva "compañía" que tenía a mi disposición? Guardé mis pertenencias y cerré la oficina con un chasquido decisivo, dirigiéndome a la salida con pasos rápidos y decididos.

—Buenas noches, Jingsun —me despedí del guardia de seguridad con un gesto de la cabeza—.

—Buenas noches, jefe. Espero que tenga una noche fantástica —la sonrisa de Jingsun era genuina, aunque un destello de preocupación brillaba en sus ojos oscuros—.

Solo levanté la mano en señal de despedida sin dejar de caminar hacia el estacionamiento. Me monté en mi auto y tracé mi dirección a casa. El transcurso fue tranquilo, solitario, pacífico. Era la primera vez que me sentía tan relajado conduciendo. La carretera estaba desierta, sin ningún estúpido pitando para que avanzara.

Toda esa tranquilidad se esfumó cuando llegué a casa. Cada paso que daba resonaba en el silencio opresivo de la mansión, recordándome que no había escapatoria de mis propios pensamientos. Cada pared, cada mueble, cada rincón estaba impregnado con los ecos de mi pasado, como si las sombras del tiempo se hubieran instalado permanentemente en cada rincón de la casa.

Al entrar, el aire parecía más denso, como si estuviera cargado con el peso de los recuerdos que se negaban a desvanecerse. Los retratos familiares en las paredes me observaban con ojos vacíos y acusadores, recordándome el peso de las expectativas y responsabilidades que habían recaído sobre mis hombros desde joven.

Subí las escaleras con paso pesado, sintiendo el peso del cansancio acumulado en cada músculo de mi cuerpo. El pasillo estaba iluminado por la pálida luz de las lámparas, arrojando sombras alargadas que parecían moverse y retorcerse como espectros en la penumbra.

Al llegar a mi habitación, el simple acto de abrir la puerta se convirtió en un ritual cargado de resignación. El interior estaba impregnado con el aroma de la soledad y el abandono, como si hubiera estado vacía durante años a pesar de que solo había pasado unas horas desde mi última visita.

Dejé caer mi saco de trabajo en una silla con más fuerza de la necesaria, sintiendo la tensión acumulada en mis hombros desvanecerse apenas un poco. Mis pertenencias se esparcieron por la habitación con desorden caótico, reflejando el caos que reinaba en mi mente.

Cerré la puerta con un suspiro, sintiendo como si estuviera encerrando mis preocupaciones y temores dentro de aquellas cuatro paredes. Pero sabía que no importaba cuánto intentara escapar, mis demonios internos siempre me seguirían, acechando en las sombras y esperando el momento oportuno para atacar.

—Tengo curiosidad por saber cómo eres —susurré al vacío, como si esperara una respuesta que nunca llegaría. El eco de mis palabras se desvaneció en el silencio de la mansión, dejándome con la incertidumbre que pesaba sobre mis hombros.

Sin más, descendí por las escaleras hacia la parte baja de la casa, hacia el sótano. Cada paso resonaba en la oscuridad, como un eco de mi propia inquietud. Mis dedos temblaban ligeramente mientras alcanzaban el interruptor de la luz, y cuando finalmente lo accioné, la habitación se inundó con una luz fría y despiadada.

Quedé petrificado al enfrentar la escena que se reveló ante mí. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, como un tambor en la batalla contra el miedo que se apoderaba de mí. En el centro del sótano, rodeado por sombras que parecían cobrar vida propia, estaba ella.

Stay With MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora