Ninfa vivía en un cuarto del burdel. Uno que tenía una salida por la parte posterior. Salía por ahí cuando tenía que ir por las compras de la semana o algo así. Esa mañana iba a hacerse su chequeo médico de rutina. Su oficio requería bastantes cuidados. Iba con más ropa encima de lo habitual, pero no la suficiente para disimular a qué se dedicaba y es que le gustaba sentirse deseada. Era parte de su mal suponía, hacia tiempo dejó de darle importancia.Caminando por la calle frente a los almacenes en el puerto iba fumando un cigarrillo cuyo humo se desvanecía entre la niebla matutina. El sonido de sus botas tenía un ritmo seductor que rompía contra las sirenas de los barcos que partían al altamar y las voces de los marinos acarreando pescado y mercancías. Por allí no era raro encontrar a hombres sin hogar que buscaban unas monedas o las sobras de algún buen samaritano. También abundaban los borrachos perdidos en sus penas y mujeres de barata moral. Ninfa avanzaba ajena a todo eso rumbo al hospital de caridad atendido por monjas, ubicado cerca de las oficinas de la duana. De ella haber sabido que Mojito trabajaba ahí no le hubiera resultado tan sorprenderte encontrarlo caminando por la sucia acera, de frente a ella.
La postura de Mojito era muy erguida, pero inclinaba la cabeza ligeramente hacia delante lo que lo hacía ver un tanto extraño, en especial de lejos. Entró al hospital un par de minutos antes que Ninfa quien fue incapaz de imaginar que hacía un hombre como ese ahí. No lo vio cuanto ingreso, pero no le dió importancia yendo directo al mostrador para solicitar sus exámenes. Las prostitutas tenían una especie de licencia y un permiso que se revocaba si no contaban con algunas vacunas o se infectada de algo grave. La muchacha no esperó mucho antes de entrar con la doctora que le tomó una muestra de sangre. Al salir se encontró de frente con Mojito quien le ofreció una disculpa por haberse casi estrellado con ella. Paso por su lado sin prisa, Ninfa creyó que sin verla debido a que no la reconoció lo que la ofendió un poco.
-Oye- lo llamó de manera enérgica, pero Mojito siguió su camino ignorandola por completo.
Molesta la mujer fue tras él tomándolo por el brazo para obtener su atención y diciéndole un exagerado: hola. Mojito la miró bastante sorprendido llegando a dar unos pasos atrás para sostenerse correctamente.
-Buen día, señorita- le dijo arreglandose las solapas del abrigo.
-Vine para saber sino me he contagiado de alguna cosa- le contestó de manera dura, casi con despecho- Y tú, muñeco ¿Qué haces aquí?
-Vine a hacer un donativo en nombre de los socios del club marítimo- le respondió.
-Estas expiando culpas- exclamó Ninfa cruzando sus brazos- Aunque tú te me haces incapaz de una mala acción, incapaz de un pensamiento impuro... básicamente insuficiente- le dijo con una mueca de desprecio.
Mojito levantó la mano derecha como para decir algo con énfasis, pero terminó llevándola tras su cabeza y sonriendo dijo:
-Lo siento...
-¿Por qué te disculpas?- le cuestionó Ninfa.
-Por ser incapaz- respondió medio encogiéndose de hombros.
Ninfa abrió los ojos tanto como era capaz. No supo ni que decir. Acabó haciendo un gesto como de quién tira un papel y luego se alejó diciendo:
-No sé que te hayan hecho para ser tan... insípido y desapasionado, pero felicito al responsable.
Mojito la siguió porque ambos iban hacia la salida. No contestó y siguió oyendo a Ninfa lamentarse por él que era un hombre guapo y con dinero que podía ser un buen partido para cualquier mujer, pero que con ese carácter espantaba hasta a los fantasmas. Cuando la muchacha salió a la acera dobló hacia el lado izquierdo, metiendo el tacón de su bota en una grieta que terminó por partir aquella parte de su calzado. La mujer llevaba una falda corta por lo que no solo terminó enseñando su ropa interior, al caer, sino también acabo con las rodillas ensangrentadas. Arrodillada ahí miró su bota con la expresión de una viuda que acaba de perder al marido. Mojito se inclinó para ofrecerle su mano y ayudarla a levantarse. Fue un acto gentil que a Ninfa le causó extrañeza. Ella no estaba habituada a ese tipo de cosas. No desprecio el gesto, pero sintió vergüenza cuando comparo su mano áspera con la de él que era suave y delicada. Ese hombre era tan fino que a su lado ella era más que vulgar. Acabó apartando su mano de la de Mojito con brusquedad y apretando su bolso contra su pecho, como una niña en rabieta.

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Desapasión
FanficLa pasión y la resignación se encuentran para librar una contienda ¿Quien es quién? Eso es lo que hay que averiguar.