Capitulo uno

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(108 d.C)

King's Landing

El día en que la princesa bastarda nació, el caos se desató.

La noche había caído y los gritos desgarradores aumentaban a cada paso que Sir Laenor Velaryon daba fuera de la habitación en donde se encontraba su ahora esposa y aliada, la princesa heredera Raenyra Targaryen, con quien se había casado hacía aproximadamente un año.

Era claro que el bebé que se encontraba tratando de llegar al mundo no era suyo, pero como el acuerdo que había llevado a cabo con su esposa hacía tiempo lo demandaba, protegería a ese vástago como suyo durante toda su miserable vida.

La noche estaba fría y escandalosa, pero cuando los primeros rayos de Luz de luna se colaron por la ventana de la habitación, la dulce niña ya se encontraba respirando el aire del exterior. No hubo llantos, lo que realmente llegó a asustar a la princesa, pero al ver los ojos marrones de la infante bien abiertos solo le quedó soltar un suspiro de alivio.

Cuando el curandero dictaminó que era una niña supo que las cosas se pondrían difíciles, no solo por el poco parecido que se hallaba entre los supuestos padre e hija, haciendo alusión a que la niña no contaba con ningún cabello plateado, ni ojos de un color extravagante, ni la piel canela como la de su supuesto progenitor. Sino también por el hecho de lo que era, una mujer, una que no tenía ninguna característica Targaryen y al ser finalmente la heredera legítima, su apariencia podría, en algún punto, cambiar la mirada que el reino tenía hacia la tan esperada princesa, al igual que lo hacían con su madre, quien no tardaría en ser tachada como traidora y despojada de su futuro puesto en el trono de hierro para luego ser expulsados para siempre.

En cambio, todas estas preocupaciones que acechaban a ser Leanor fueron eliminadas cuando el Rey Viserys Targaryen, padre de la Princesa Rhaenyra, vio por primera vez a su amada nieta, la que sería su favorita sobre cualquiera de sus hijos e hijas y quizás también futuros nietos, no por un tema de poder, sino porque según él, Lhaera (cómo él la había nombrado luego de rogárselo a su amada hija) era la viva imagen de su fallecida esposa, la Reina Aemma.

En cuanto el tiempo pasó, las estaciones fueron rotando y con ellas nuevos hijos, primos y nietos llegaron al mundo. Primero fue Helaena, su tía y mejor amiga. Luego Aemond, su tío, al que sobrepasaba por dos años y con quien mantenía una conexión cómo ninguna otra. Dos años después, el segundo Velaryon llegó al mundo, Jaecerys Velaryon, quien estaba destinado por legitimidad a heredar el control de la casa Velaryon. Y luego de cuatro más, su pequeño hermano Lucerys, al que juró proteger siempre, nació.

Y como era obvio, la princesa creció. Y no era como realmente se esperaba que fuera en algún momento de su niñez. Su cabello castaño llegaba hasta poco más arriba de sus hombros cayendo en capas sobre su cabeza, sus cejas se volvieron pobladas y con buena forma, su nariz era grande y poco respingada, pero tenía una forma tan singular que podría llegar a encantar si tan solo la vieras con precisión. Y quizás era un poco más alta que su madre, por lo que esto era un chiste constante entre las dos.

Su belleza no era la de una Targayen de sangre valyria pura. Tampoco era exagerada, estaba exactamente en el punto medio entre lo tosco y lo delicado, una combinación perfecta en realidad.

A simple vista y si no la conocieran muchos se negarían a creer que ella era parte de la casa Targaryen y sería la futura heredera al trono de hierro en algún futuro. Y era quizás porque era una Strong, una de verdad.

Pero la sangre del dragón es espesa y esta corría por sus venas.

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La princesa y los dragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora