Capítulo 2: Un mal en lo profundo

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El sol del amanecer anunciaba un nuevo día, los rayos del luz empezaron a iluminar poco a poco el rostro de Maxi, el cuál poco a poco empezó a abrir sus ojos color chocolate por la fuerza con la cual la luz golpeaba su cara.

-¿Qué...?
Mientras Maxi recuperaba la consciencia pudo percibir una ligera brisa húmeda en aire, como si estuviera en medio de un gran cuerpo de agua... Y en realidad, estaba en un gran cuerpo de agua.
-¿Dónde...? -a medida que el dios abría los ojos, también iba despertando su percepción sobre el entorno que lo rodeaba-. ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?

Las dudas empezaron a invadir la cabeza de Maxi, su cuerpo medio mojado debido a que había despertado en el borde de una plataforma de madera con la mitad del cuerpo hundido en el agua.
-¿Cómo llegué aquí? El liceo...

La cabeza le estaba empezando a palpitar con fuerzas, persistente dolor como si hubiera tenido una salida de copas la noche anterior.

Más dudas se plantaron ante él al darse vuelta y notar que no estaba solo en una plataforma de madera, estaba en un muelle, una pequeña parte de todo un inmenso puerto flotante que se extendía hasta varios metros lejos de él, y detrás de este puerto había un gigante pueblo, una ciudadela de edificios flotantes hechos de madera que conectaban unos con otros, una postal curiosa cuanto menos.

A medida que este avanzaba por el muelle su ropa se secaba poco a poco con el intenso sol que casi cegaba su vista que aún se debía acostumbrar a la luz, provocando que se moviera con torpeza creando sombra sobre sus ojos con una de sus manos.

-Oye amigo ¿Te sientes bien?
Preguntó a su lado una voz familiar para Maxi, la voz de un colega, un amigo, era uno de sus creyentes más fieles sin duda.
-¿Gabito? -preguntó el chico dándose vuelta para ver a su amigo, efectivamente era la distinguida figura de su amigo músico.
-¿Perdón? -aunque Gabriel se mostrara confundido ante la voz de Maxi, simplemente siguió su camino para dejarlo atrás, llevando consigo una gran cesta.
-Espera -Maxi le siguió el paso con algo de inseguridad, Gabriel lo había desconocido por completo-. ¿Qué ocurrió? ¿Qué es este lugar? ¿En dónde estamos?
-Lo siento amigo, tengo prisa
-Pero... -Maxi reordenó las ideas dentro de su cabeza antes de seguir hablando, conocía a su amigo y era evidente que no le estaba haciendo una broma, debía obtener respuestas-. Lo siento colega, creo que solo he tenido un día muy concurrido -habló suavizando la voz intentando sacarle conversación.

Maxi no era tonto y entendía que lo que fuera que estuviera ocurriendo en ese sitio estaba directamente involucrado con la catástrofe del liceo, lo mismo que estaba aislando sus poderes divinos e impedía que este se teletransportase lejos de ahí.

-¿Sería mucha molestia si te acompaño? Puedo ayudarte a cargar tu cesta si quieres.
Estas palabras hicieron un click dentro del cerebro de Gabriel, la voz de Maxi le era increíblemente familiar y a la vez sentía como si sus cuerdas vocales purgaran cada molécula de impureza en su alma.
-Claro... Gracias por la ayuda -con algo de desconfianza el chico de baja estatura le dió la cesta llena de pescados a Maxi, el cuál la recibió sin mucha molestia-. ¿Nos conocemos de alguna parte?
-Ehm... No directamente, conozco a un amigo tuyo -dijo ingeniándose alguna trama para ganarse la confianza de su amigo amnésico.
-¿Amigo? ¿Te refieres al Sandi?
Maxi quedó paralizado internamente al oír ese nombre ¿Acaso Sandino también estaba en esta extraña ciudad flotante?
-Si, exactamente a él me estaba refiriendo.
-Genial, ahora tengo que ir a su casa antes de ir al mercado -la desconfianza de Gabriel poco a poco se iba desvaneciendo, tal vez era muy ingenuo o a lo mejor una parte en su interior le indicaba que Maxi era una persona de confiar, sea cómo fuere ambos partieron rumbo en dirección a casa de Sandino.

Los minutos pasaban y la caminata se hacía cada vez más amena entre ambos individuos, Maxi haciendo uso de gran carisma iba sacando información vital de Gabriel. Gracias a este pudo descubrir que la ciudad se llama Hang Nélkül y que no había tierra firme a kilómetros y kilómetros de distancia, por lo que salir nadando de ese lugar evidentemente no era una opción.

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