Suspiré antes de entrar al pórtico. El aliento cálido rebotó contra el saco de papas que uso para tapar mi rostro y calentó mi rostro, helado por la fría lluvia de invierno, la cual sucede por el cambio climático extremo.
Mis botas negras de cuero rechinaban en el frío y húmedo suelo... shlack, shlack, shlack, shlack... shlack-schlack. Me paré frente a la puerta, tapando el ojo mágico y toqué el timbre. Abrió la puerta el hombre.
Al verme, se asustó. Su cabeza quedaba a la altura de mi pecho, se alzó para poder verme a los ojos. Retrocedió mientras su cara se deformaba del miedo, pero no gritaba nada.
Lo tomé de los hombros para ponerlo en el suelo. Lo asfixié lentamente, su tráquea se rompía en mis manos, crujía como el sonido de un apio siendo doblado. La mirada de terror del hombre decía muchas cosas, así como sus manos pellizcando, rasguñando, lastimando desesperadamente las mías. Los ojos del caballero saltaban por la presión, mientras su rostro se ponía rojo, luego violeta y morado. Sus labios se hinchaban y ponían rojos y luego azules.
Sentía la envidia en sus ojos rojos de mi suave y tranquilo respirar. Aire puro entraba y salía de mis pulmones, mientras mis gruesas y pesadas manos no se lo permiten. El sonido de los talones del señor en el suelo era lo único que podía escucharse cuando dejó de escucharse el crujir de su garganta. Poco a poco fue tranquilizándose, su cuerpo se estaba preparando para recibir paz o fuego, dependiendo de a dónde vaya a parar.
Su cuello terminó deformado y negro, a causa de los moretones de la presión de mis manos.
Al girar mi cabeza, vi a la mujer del ya fallecido. Le ordenó a su hijo que no salga de su habitación. Su mirada reflejaba terror, pero no tanto como el del señor; me retaba con la mirada, porque su instinto le dijo que yo era un peligro para ella. Ella había ido antes a tomar un cuchillo, el cual sacó durante nuestro duelo de miradas. Corrió hacia mí para clavarlo en mi barriga, se enterró totalmente, dejando únicamente el mango como prueba de mi herida. No salió sangre, no sentí dolor, no sentí nada.
Intentó sacarlo, pero mi carne es tan hábil que se adaptó a la forma del cuchillo y ahora era parte de mí. Al no saber ella qué hacer porque su arma fue inútil, corrió a llamar a la policía. Sólo me quedé parado ahí, viendo cómo me daba la espalda estúpidamente.
Subí por las escaleras, abriendo puertas para encontrar el cuarto del pequeño. Al encontrar la habitación, busqué bajó su cama, entre sus juguetes... el armario era la última opción.
El niño estaba allí, llorando y confundido por lo que sucedió. Había escuchado pasos cuando su mami le pidió huir a su habitación, por lo que deduzco que vio morir a papá.
Me giré para buscar un par de peluches: un lobo y un jaguar. Mi silencio y su respiración eran los protagonistas de esta escena. Me agaché y se los di, me aseguré de que los abrazara muy fuerte y limpié sus lágrimas. Mis ojos vidriosos se iluminaban a través de la luz del pasillo que entraba por los orificios de mi saco. Las limpié con mis manos callosas y me le acerqué para susurrar claramente.
- Me encargué de tus compañeros también. Ahora nadie te lastimará, pequeño. Se cumplió tu deseo de navidad. –
Revolví su cabello y me puse de pie para cerrar el armario de nuevo. Bajé las escaleras y caminé a la puerta, pasando sobre el cuerpo sin vida del hombre. La lluvia me volvió a mojar, pero el saco protegía mis cálidas lágrimas, así como mis suspiros. Caminé sin preocupación alguna por la acera de la oscura noche, nadie me puede castigar por lo que hice por ese niño.
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Retratos De Retratos
Short StoryUna recopilación de historias donde cada episodio tendrá su propio protagonista y con un significado abstracto distinto.