Amaba verles volar desde que era un niño. Siempre soñaba, en esas temporadas de invierno, con aquella bandada de aves. No eran del todo aves, pero no sabía cómo catalogarlas tampoco. Eran tan majestuosas, que no podían ser llamadas humanos, merecían mucho más que ese título.
Estaba enamorado de sus plumas, de sus colores. Estaba enamorado de sus llamados, sus cantos en las mañanas, de aquella mágica estadía de tan solo unas cuantas semanas al año mientras miraban hacia el sur. Estaba enamorado de ver a la bandada crecer, de espiarles en silencio durante las madrugadas.
Dormían en los árboles, en la copa más alta de estos, donde sus hermosas alas se camuflaban con las hojas otoñales, y los ojos podían descansar tranquilos al ser saludados por la brisa nocturna.
Ese año en particular tuvo el placer de conocerlos, de hablarles. No fue planeado, ni en lo más mínimo, ni siquiera era consciente de que aquellas criaturas conocían su existencia. Pero al parecer lo hacían, al parecer les agradaba, al parecer confiaban en que no les haría daño. Y por eso mismo le dejaron a su cuidado.
Changbin era tal vez la criatura más hermosa de todas, con sus alas manchadas de tonos marrones y crema, retratando una perfecta figura de lo que el otoño ansiaba ser. Algunas pequeñas plumas llegaban a crecer en sus antebrazos y sobre los pómulos de sus mejillas, parecía quitarte el aire con solo quedarse mirándolo más de un minuto.
Era simplemente hermoso, y joven, mucho más joven que aquellas aves adultas que se le acercaron en busca de ayuda. Tal vez, en años humanos, llegaría a tener su edad.Tenía un ala herida, y no podría volar por un tiempo, no aguantaría hasta llegar al punto de encuentro con las otras bandadas, y no querían que muriera en el proceso, que lo cazaran.
Por supuesto que Jeongin aceptó a cuidarle, jamás deshonraría la confianza que esas criaturas le estaban colocando sobre la espalda. Asemejaría a un maldito dios de ser necesario, con tal de poder hablarles de nuevo al año siguiente.
Así se fueron, dejando a ese chico que se cubría con una de sus alas por desconfianza, y apenas asomaba sus ojos para espiar qué era lo que ese humano hacía. A veces, Jeongin sentía que los roles se habían intercambiado, ya que era él quien estaba siendo constantemente observado, constantemente estudiado.
Changbin sabía unas pocas palabras, aún estaba aprendiendo a hablar como humano, y muchas veces unos silbidos se le escapaban entre las oraciones. Jeongin amaba escucharle, amaba esos silbidos, amaba su rostro avergonzado y el cómo intentaba usar su ala lastimada para cubrirse completo. Era hermoso.
Al parecer no era el único que consideraba a la otra especie particular, ya que una vez Changbin ganó algo de confianza, comenzó a seguirle, a imitarle. El verle agarrar una sartén vacía y sacudirla así como Jeongin lo hacía era algo magnífico, tenía una capacidad de aprendizaje impresionante. Aprendió a cocinar, a detectar pequeños hongos en el bosque, a saludar cordialmente a las personas que se encontraban por el pueblo.
Nadie se sorprendía, todos sabían desde hacía décadas la existencia de esas criaturas, pero el ver los brillos de ilusión en el pájaro cada vez que devolvían el saludo, era algo espectacular.
Jeongin lo adoraba, adoraba sus silbidos al alba, sus preguntas extensas sobre cómo hacia para tejer un sweater en tan poco tiempo, sus tímidos pedidos de ayuda para poder limpiar bien la parte trasera de sus alas, cada pequeño detalle, lo adoraba.
Y para cuando Changbin preguntó cómo mostraban afecto los humanos, no pudo evitar mencionar los besos. Por supuesto no fue lo único, habló de las muestras pequeñas, los regalos (Changbin le contó que ellos llevaban piñas y ramas a los nidos de quienes querían cortejar), los abrazos (la criatura estaba impresionada con eso, era prácticamente imposible gracias a las alas en su espalda, aunque poco después Jeongin le mostró que con cuidado podía realizarse), y el tomarse de las manos. Pero lo que más detalló fueron los besos, las zonas en las que podían dejarse, las distintas connotaciones que casa una portaba.
Para cuando Changbin besó sus labios esa misma noche antes de retirarse a su habitación, Jeongin confirmó que estaba perdido. Estaba enamorado.
Lo quisieran o no, la despedida fue bastante agridulce. La primavera comenzaba a llegar, aquellos cinco meses habían valido la pena, las alas del mayor estaban completamente curadas. Y estaba listo para reencontrarse con su manada.
— Me gustaría poder volar contigo— murmuró cuando todo estuvo listo, las ropas más ligeras por el reciente calor en el ambiente, y unas pequeñas lagrimitas asomando a los costados de sus ojos.
— Algún día... Podrás hacerlo— murmuró la criatura, sonriéndole de la mejor forma, en sus primeros meses había descubierto la diferencia que hacía una sonrisa a la hora de mostrar felicidad, y les enseñaría a todos sus compañeros cómo poder realizarlas— Pero hasta entonces, tendrás que esperarme hasta el próximo invierno
— ¿Volverías a pasar el invierno conmigo?— una chispa de ilusión se plantó en su pecho, tan brillante y enérgica como los ojos de aquel hermoso ser que comenzaba a estirar sus alas, y no dejaba de mirarle en ningún instante.
— Volvería a quedarme contigo para siempre— Jeongin pudo acariciar esas pequeñas plumas en sus pómulos, esas hermosas alas densas y brillantes, coloridas ahora en tonos verdosos, el color de la primavera. Y besó aquellos labios un par de veces más, y le abrazó con fuerza por lo que parecieron horas enteras. Y le tomó de las manos, dándole un pequeño relicario para que llevase en su viaje, con una foto de ambos dentro de este.
Tal vez algún día volarían juntos, tal vez algún día él mismo aprendería los cruces de las aves, y llegaría al mismo lugar en cada estación. Tal vez Changbin volvería para transformarse en un ave doméstica, ninguno lo sabía. Pero se verían de nuevo, y lo resolverían. En ese próximo invierno.
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OS Skz
FanfictionRecopilación de one shots sobre Skz con distintos ships basados en canciones.