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»Para Ana por estar ahí cuando nadie más lo hace, por ser parte esencial de mi vida y brindarme muchas sonrisas a pesar de la distancia. Gracias.«

Se supone que cuando naces, lo haces para ser feliz o al menos eso dice mi familia. Según ellos nací con estrella, pero no puedes nacer con ello si eres hijo de la amante de tu padre.

Desde pequeño la vida me ha tratado mal, quitándome la infancia feliz que se supone debe de tener un niño, yo nunca la tuve. Vas creciendo y te das cuenta de que los problemas ahora se basan en lucir guapo o que te aceptan en algún grupo de personas superficiales.

Te das cuenta de que nada será fácil, te das cuenta que los problemas que antes significaban el fin del mundo, ahora ya no significan nada; que aquél juguete que se rompió perdió su significado con el tiempo, que las personas con las que pasaste tu infancia se olvidaron que alguna vez fueron niños, que las risas porque tu amigo se cayó son vacías y cuando lloraste porque tu paleta de hielo fue a dar al duro pavimento, te parece patético.

Nunca me consideré »normal«, siempre me sentí fuera de las personas promedio y eso es porque jamás me pude acoplar a lo que se supone debo de ser. Fui criticado por mis propios padres, que todo el tiempo me decían »rarito«. Desde pequeño prefiero pasar el tiempo solo, ya sea leyendo, escuchando música, dibujando o simplemente mirando hacía el techo, imaginando como sería tener una vida feliz.

Cuando cumplí los 10 años, mi padre me regaló un ordenador y ahí fue cuando descubrí el mundo de internet, haciendo que la realidad fuera menos dañina para mí y mi egocéntrica personalidad. Me creé cuentas en todos lados: Facebook, MySpace, Twitter y MetroFlog. Desde ahí comencé a interactuar con las personas navegantes, todas mayores que yo, entre 14 y 16 años. Para eso entonces tenía 10 miserables años, estaba en un mundo desconocido pero siempre supe cómo hablar con las personas mayores, sólo basta un poco de manipulación, hacerles creer que son el centro del universo y es todo, los tienes comiendo en la palma de tu mano como un pequeño pájaro, necesitados de atención, de amor.

Las personas suelen ser estúpidas. Y mientras tú digas unas lindas palabras que traten de ellos, te aceptan.

Los pocos amigos que tenía en Facebook eran los poco que tenía en la primaria, los hijos de mis vecinos y también los engendros de las amigas de mi madre. Todos tan básicos, tan aburridos, nunca cambiaban de tema, siempre hablaban de lo mismo: jugar, ensuciarse con tierra, comer, dormir, ver películas, jugar fútbol pero nadie pensaba en leer, nadie pensaba en escuchar música o en dibujar, solamente yo.

Desde esa pequeña edad comenzó mi amor por la lectura, son mundos alternos y mi imaginación me permitía escapar muy lejos de mi mundo. Cantar y también dibujar, son algunas de mis cosas favoritas del mundo. Toda la gente piensa que soy un «maldito adolescente frustrado» y seguramente que soy «nerd». Están en lo correcto lo soy, mis calificaciones son excelente, nunca bajan de nueve, siempre complaciendo a mis padres, que me compensaban con cosas materiales cuando miraban mi boleta, siempre orgullosos de su hijo más grande por ser un ser estudioso y de buen promedio. Estúpidos.

El punto es que los pocos amigos que tenía en Facebook se me hacían súper aburridos, comencé a entrar a foros de chat, en esos donde hay múltiples personas, que ni siquiera sabes si son reales pero ahí estaba yo, un mocoso que aún ni sabia lavar bien su trasero.

Obviamente siempre dije mentiras, jamás revelé mi identidad, jamás mostré mi lado patético, mi lado raro, mi lado solitario y nunca di algún indicio de que era un niño.

Mi nombre real es Gerard A. Way Lee, en internet era sólo Arthur, sin apellidos y haciendo referencia a mí segundo nombre. Mi edad en internet era de 16 años, cuando realmente tenía 10.

Fotos mías: nunca.

No era un fake, mucho menos un ladrón de identidades porque no mentí nunca, exceptuando mi edad. No me pueden llamar mentiroso porque la personalidad era mía pero, ¿eso que importaba? Tampoco es que las personas de internet me importasen demasiado, al menos no cuando tenía 10 años.

El tiempo pasó, fui creciendo, siempre siendo el raro en el grupo, en la familia y en la escuela. Me la vivía pegado al celular, con los audífonos en los oídos ignorando a cualquier ser vivo a mi alrededor, mi madre solía compararme demasiadas veces con mi hermano, ya que él solía ser un niño normal, no como yo «un ser reprimido y demasiado maduro para mi edad», según las palabras de mi madre. Sin embargo a mí nunca me afecto, ni me molestó lo que mis progenitores dijesen de mí.

Cumplí 17 años y sólo tenía una amigo llamado Raymond pero yo de cariño le decía Ray, nos conocíamos desde la primaria pero hace 4 años comenzamos a interactuar, descubriendo que a los dos nos gustaban las mismas cosas, él era mi confidente de muchas cosas y yo el de él.

Siempre fui tan reprimido con mis sentimientos que nunca dije cuando me gustó alguien por primera vez, pero Ray me conoce muy bien y sabía que había algo raro en mí pero yo no quería decírselo, no porque no le tuviera confianza, simplemente me daba vergüenza admitirlo. Era una chica, su cabello negro como la noche, su piel blanca que contrastaba a la perfección con sus labios rojos, ella era un año más grande que yo, pero diablos, como me gustaba. En aquellos tiempos ya había dejado de lado el myspace, el facebook y el estúpido metroflog que estaba lleno de retrasados mentales, había dejado mi vida virtual por una un poco más real. Hasta que Raymond me convenció de hacerme una cuenta de nuevo en Twitter, porque según él y cito sus palabras «la cosa más maravillosa del mundo» y como a veces me aburría en mi tiempo libre, decidí hacerle caso a Ray.

Cuando llegué a casa prendí el ordenador y teclee en la barra buscadora: Twitter. La página apareció en cuestión de segundos y yo hice «click» en el link, y a continuación comencé a crear mi cuenta, la cual me pedía: edad, nombre y apellidos, edad, país, un correo y por último mi usuario. El último campo me resultó difícil, todos los que ingresaba me aparecían ocupados, así que opté por uno simple "@GWay" y estaba disponible, suspiré aliviado. Esa era la primera vez que había puesto información real.

Después de abrir la cuenta, los seguidores poco a poco, algunos me contestaban los tweets, otros me daban favorito o me daban retweet. La verdad poco me interesaban esas personas, hasta que un día apareció un usuario que atrapó mi atención. Su usuario era "@Frnk_" y su foto de perfil era de un perrito. Me causo gracia, así que revisé su twitter pero no contenía mucha información, revisé un poco más profundo y descubrí que era un chico y que amaba a los perros, la cosa es que la curiosidad me entró porque él me daba retweet o favorito en todo, siempre. O era un acosador, o se identificaba conmigo, la tercera opción era que fuera un traficante de órganos. Y como no había mucho que ver en su perfil decidí mandarle un mensaje privado.

«Hola» simple y seco, pero creo que era lo mejor, porque así no demostraba lo interesado que estaba en saber quién era.

Después de unos segundos me llegó una notificación, un mensaje de él.

«Holaaaaaa <3» corazón incluido, dude por un momento en sí era chico.

«¿Cómo estás?» eso de preguntar cómo estaba era una estupidez mía, apenas lo conocía y obviamente me respondería que estaba bien, por cortesía. Cerebro idiota, parece que no daba para más.

«Bien, ¿Cómo te llamas?, ¿Qué nombre raro ocultas tras esa 'G'?» esperaba un ¿Cómo estás tú? De respuesta, pero no fue así. Pero su mensaje me había hecho reír.

«Gerard, me llamo Gerard y no es raro, supongo, tú te llamas Frank»

«Le has atinado, erudito. Mucho gusto.» Vaya, que confiancita.

«Mucho gusto.» No esperaba que respondiera, pero lo hizo.

La notificación llegó y simplemente lo ignore, para después quedarme dormido. Todo fue porque ya era demasiado tarde como para hacerle caso. Aunque esa no era excusa, porque siempre solía dormirme a las 3:00 am aunque al día siguiente tuviera escuela, pero ese día no quería hablar, deje el teléfono y cerré los ojos.

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⏰ Última actualización: Jan 30, 2022 ⏰

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