Capitulo 5

245 21 0
                                    

La casa olía a canela, a nata, a chocolate... En la televisión cantaban un villancico y Bruno estaba subido en la mesa de la cocina, echando azúcar sobre unas galletas recién hechas.

Su falta de coordinación hacía que pareciesen recién salidas de una guerra de bolas de nieve, pero Mariana empezaba a darse cuenta de que la perfección no siempre estaba en las apariencias. Todo lo contrario. La perfección estaba en la sonrisa alegre de aquel niño, al que cada día quería más.

—¿Ya están todas? —preguntó Bruno, metiéndose una galleta en la boca.

—No las comas, bobo. Están calientes.

—A mí me gustan así —dijo él, con la boca llena—. Pero tienes que hacer galletas con forma de niña.

—¿Cómo?

—Estas tienen forma de niño. Hay que hacer galletas con forma de niña por si acaso los niños se ponen cachondos.
Mariana se quedó paralizada.

—¿Qué?

—No está bien que sean todo niños. Es como nosotros en la granja... yo, papá, el abuelo. Cuando somos todo chicos no es divertido. Nos ponemos un poco cachondos.

—¿Cachondos? —repitió ella, intentando disimular los nervios—. ¿Dónde has aprendido esa palabra?

—Me la ha enseñado Cristóbal. Dice que, cuando su padre se va de viaje de negocios, se pone cachondo porque echa de menos a su madre.

—¿Y qué crees que significa esa palabra?
Bruno levantó los ojos al cielo.

—Pues que te sientes solo —contestó, sin dejar de echar azúcar a las saturadas galletas—. Yo creo que mi padre está cachondo. Por eso me alegro de que estés aquí.

Mariana se sujetó a una silla para no caer al suelo. Sin experiencia con niños, no sabía muy bien qué hacer. ¿Debía explicarle lo que significaba esa palabra o preservar su inocencia? Al final, decidió que esa era misión de su padre.

—Ya, bueno...

—¿Tú estás cachonda?

—¡No! No, claro que no.

—Ah, entonces debe pasarle solo a los chicos —murmuró Bruno—. Podrías llevarle unas galletas a mi padre. No ha cenado, así que debe tener hambre.
Mariana consideró la sugerencia un momento. Peter probablemente tendría hambre y las galletas serían como una ramita de olivo. Además, si iban a estar juntos dos semanas, lo mejor sería llevarse bien.

—Tienes razón —murmuró—. ¿Por qué no terminas de hacer los deberes? Después, date un baño y quítate el azúcar del pelo. Dile a tu abuelo que te ayude, está en el estudio viendo la televisión.

—Muy bien —sonrió el niño—. Y no te olvides del café. A mi padre le gusta mucho el café. Con dos de azúcar y... ¿podrías quitarte el lazo del pelo?
Ella se quitó el lazo que sujetaba su coleta.

—¿Por qué?

—No, por nada. Es que así estás más guapa —contestó Bruno.
Un segundo después, había desaparecido silbando por el pasillo.

Mariana colocó varias galletas en un plato, llenó un termo de café y se puso el chaquetón. Cuando entró en el establo, miró a un lado y otro del pasillo, pero no parecía estar en ninguna parte. Iba a darse la vuelta cuando apareció Peter, despeinado y con la camisa desabrochada. Sus antebrazos brillaban, sudorosos.

—Hola.

—Te he traído un poco de café y unas galletas. Bruno me ha ayudado a hacerlas.
Peter se quitó los guantes.

Un deseo para Navidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora