Capitulo 1

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Era exactamente igual que el año anterior. La valla blanca, la casita con el techo puntiagudo, los ayudantes con gorros y cascabeles en los tobillos... y el árbol de Navidad lleno de luces.

El corazón de Bruno Lanzani dio un vuelco y tuvo que apretar los guantes para que no le temblasen las manos. Nervioso, miró por encima de un niño gordito para ver al hombre de la barba blanca; el hombre que la mitad de los niños de Schuyler Falls, en Nueva York, habían ido a ver aquella tarde.

—Papa Noel —murmuró, con voz llena de emoción.

Mientras esperaba en la cola para sentarse en las rodillas de Papa Noel, se preguntó si su nombre estaría en la lista de los niños buenos o en la de los que recibirían carbón.

Entonces repasó su comportamiento durante los últimos doce meses...

En general, se había portado bien. Bueno, además de meter una culebra de agua en el lavatorio y poner sus zapatillas llenas de barro en la lavadora junto con las mejores camisas de su padre... Y también lo descubrieron con sus mejores amigos, Monito y Cristóbal, colocando monedas en las vías del tren para que las aplasten las ruedas.

Pero en general, en los siete años y medio de su vida, nunca había hecho nada malo a propósito... excepto quizá aquel día. Aquel día, en lugar de volver a casa después del colegio, había tomado un bus para ir al centro comercial. Viajar solo en bus era algo prohibido por su padre y seguramente acabaría sufriendo el peor castigo de su vida... Pero tenía una buena razón para arriesgarse.

El centro comercial era considerado por todos los alumnos del colegio al que él iba como el santuario de Papa Noel. Desde mediados de noviembre hasta el día de navidad, montones de niños subían al segundo piso para sentarse en sus rodillas.

Cristóbal decía que el Papa Noel del centro comercial Dalton era mucho mejor que cualquier otro en la ciudad. Los otros, según él, solo eran ayudantes. Aquel era el verdadero y podía hacer que los sueños se volvieran realidad. Monito incluso conocía a un niño que había conseguido un viaje a Florida.

Bruno metió la mano en el bolsillo del abrigo y sacó su carta. Después de escribirla con sumo cuidado a mano, la guardó en un sobre de color verde hierba. Y luego le puso unos cuantos stickers asegurarse de que llamaba la atención entre todas las demás.  Aquella era la carta más importante que había escrito en toda su vida y haría lo que fuera necesario para que llegase a manos de Papa Noel.

Vio entonces que una niña con un abrigo de lana azul echaba su carta en el buzón. Era un sobre blanco escrito con muy mala letra. Bruno sonrió. Su carta era más llamativa. Cerrando los ojos frotó su moneda de la suerte, que llevaba en el bolsillo.
Todo iba a salir bien.

La fila de niños avanzó y Bruno tocó la carta de nuevo. Primero le explicaría su caso a Papa Noel y, si tenía oportunidad, le metería la carta en el bolsillo. Imaginaba al anciano de barba blanca encontrándola a la hora de cenar... estaba seguro de que la leería inmediatamente.

Entonces arrugó el ceño. Si quería hacer las cosas bien debía ir todos los días con una carta nueva... por sí acaso. Papa Noel se daría cuenta de lo importante que era aquello para él. Incluso cabía la posibilidad de que se hicieran amigos. Papa Noel lo invitaría a visitar el Polo Norte y él podría llevarlo al colegio para presentárselo a sus compañeros. La antipática de Esperanza Bauer se moriría de envidia.

Por supuesto, Esperanza había leído su carta en la clase, un recital de todo lo que necesitaba para pasarlo bien en Navidad: vestiditos, cuentos, muñecas... Y también informó a toda la clase que pensaba ser la primera en la cola apenas Papa Noel empezara a recibirlos.

Secretamente, Bruno esperaba que esa carta se perdiera entre todas las demás. O que Esperanza se cayera al río y la corriente se la llevara a miles de kilómetros por atormentar a otros niños. ¡Era mala y envidiosa y, si Papa Noel no podía ver eso a través de la carta, no se merecía tener un trineo mágico!

Un deseo para Navidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora