Capitulo 3

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—Es muy guapa. Y no me digas que no te has dado cuenta. Cada vez que me doy la vuelta te veo tocándola o mirándola con cara de bobo.

—¿Yo?

—Anoche casi te tropiezas, tan entusiasmado estabas poniendo la mesa. Qué raro, ¿no? Cuando estamos solos nunca pones la mesa.

—Si cocinaras tan bien como ella, lo haría —murmuró Peter, sin dejar de cepillar a la yegua.
Llevaba diez minutos cepillando el mismo lado, distraído, pensando en la hermosa mujer que había aparecido repentinamente en su vida.

¿Cuántas veces se había sentido tentado a entrar en casa para tomar una taza de café o un bocadillo, con el solo propósito de verla? Según su padre, Mariana se había pasado el día anterior con una cinta métrica y un cuaderno en la mano.

Y cuando Juan iba a hacer la cena, ella sacó del horno una deliciosa ternera en salsa; nada que ver con los filetes chamuscados que solía ofrecerles su padre.
Aquella mañana preparó un desayuno a base de huevos revueltos, beicon, pan casero...

Peter le había dado las llaves de la furgoneta, esperando que fuese al pueblo para comprar algo de ropa... y los ingredientes para otra cena extraordinaria. Pero la furgoneta seguía allí.

—No te hagas el tonto. He visto cómo la miras —dijo su padre entonces.

—¿Y cómo la miro?

—Como si no todas las mujeres en el mundo fueran el anticristo. Como si hubiese llegado el momento de olvidar tu experiencia con Candela.
Peter contuvo una carcajada amarga. Nunca olvidaría su amarga experiencia con Candela. Cada día se recordaba a sí mismo que había fracasado como marido y que Bruno estaba sufriendo por ello.
—Cometí un error al casarme con Candela. Casi no nos conocíamos cuando le pedí que se casara conmigo.

—Así ha sido siempre con los Lanzani —suspiró su padre—. Conocemos a la mujer de nuestros sueños y es amor a primera vista.

—Candela no era la mujer de mis sueños —murmuró Peter—. Y tampoco lo es Mariana Espósito. No pienso cometer el mismo error.

—Esta es diferente. No se puso a gritar como una loca cuando metió el zapato en aquel montón de estiércol, ¿no? Solo una mujer especial mantiene la presencia de ánimo en una situación así.

—Es una chica de ciudad, toda buenos modales y sofisticación. Yo creo que sabría comportarse en cualquier circunstancia.

—¿Tú crees? Pues no te iría nada mal conocerla un poco mejor. Esa chica está trabajando como una loca por tu hijo. Me ha mandado dos veces a la tienda porque, por lo visto, piensa hacer una cena especial.

—Coq au vin —dijo Peter.

—¿Y eso qué es?

—Pollo al vino.

—Ah, pues qué bien.

—Y tú no tienes por qué ir a la tienda. Le he dicho que puede usar mi furgoneta —dijo Peter entonces, tirando el cepillo al cubo.
En ese momento la recordó en la cama, despeinada y medio dormida, recordó cuando le besó los dedos... Había sido un gesto instintivo, pero su propia reacción lo sorprendió. La verdad, deseaba besarla para comprobar si el sabor de una mujer era tan poderoso como recordaba.

Peter masculló una maldición. Llevaba demasiado tiempo solo. Había conocido a Candela nueve años antes, cuando tenía veinte, y le había pedido que se casara con él tres meses más tarde. Pero llevaba dos años sin estar con una mujer. Quizá por eso encontraba a Mariana tan atractiva. Era una mujer guapa, sofisticada... y estaba cerca.
Así era como había empezado todo con Candela.

Un deseo para Navidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora