Capitulo 9

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El viaje de vuelta a Nueva York le pareció eterno. Intentaba entusiasmarse por volver a Manhattan, a su vida normal. Pero no podía hacerlo. Cada kilómetro que pasaba era un puñal en su corazón.

Durante dos semanas había vivido otra vida, rodeada de cariño, de afecto, de sueños de futuro... ¿Qué la esperaba en la ciudad sino caros adornos navideños? Una chica no puede meterse en la cama con un adorno de Navidad, por muy clásico o elegante que sea.

Mirando el paisaje, recordó su noche con Peter, recordó la carita de Bruno, las bromas de Juan...

Después de vivir en Stony Creek, su vida en la ciudad le parecía banal, vacía, sin sentido. ¿De verdad le importaba el muérdago más fresco, el adorno más exclusivo? ¿Le importaba que estuvieran hechos de maderas nobles o de plástico? Y si tenía que convencer a otro cliente de que el espumillón estaba pasado de moda... se pondría a gritar.
Angustiada, dejó escapar un suspiro.

—La navidad es difícil para todos, querida.
Mariana miró a la anciana que iba sentada a su lado. Había subido en Schenectady y olía a uno de esos perfumes antiguos, típicos de las abuelas.

—Estoy bien, solo un poco cansada.

—¿Vas a visitar a tus parientes? Yo voy a ver a mi hija. Vive en Brooklyn. A lo mejor la conoces, se llama Selma Godwin.
Ella negó con la cabeza.

—No, no la conozco.

—Lleva una vida muy emocionante en Nueva York. Siempre trabajando y cuidando de su familia. A veces creo que no tiene tiempo de vivir de verdad. ¿Y tú?

—¿Si tengo una familia?

—Si vives de verdad.

—No —contestó Mariana—. No lo creo. De hecho, por eso viajo en este tren. Si viviese de verdad estaría cenando con la familia Lanzani, no tomando una cena fría en Manhattan. Y si pasar la Nochebuena sola no fuera suficientemente patético, mañana tengo el premio doble: Navidad y mi cumpleaños.

—Tómate una copa de coñac, querida. No te sentirás tan sola. En mis tiempos no usábamos antidepresivos cuando estábamos tristes. Sencillamente, tomábamos una copita de coñac —rió la mujer—. ¿Por qué no me cuentas qué te pasa? A lo mejor te ayuda.

De repente, Mariana sintió la necesidad de contarle su vida. Además, quizá un punto de vista objetivo la ayudaría, ya que ella era incapaz de tomar una decisión.

—Todo empezó cuando me ofrecieron un trabajo como... bueno, algo así como un ángel de Navidad.
Le contó la historia mientras el tren recorría los kilómetros que la separaban de Nueva York, con la anciana asintiendo sin hacer comentarios.

—Al principio no nos llevábamos bien, pero luego todo cambió. ¿Usted cree en el amor a primera vista?
La mujer se encogió de hombros.

—Si es amor, es amor. Sea a primera vista o no. Lo que sé del amor es que debes escuchar a tu corazón, cariño. Cuando yo conocí a Harold me volví loca, pero él ni siquiera se había fijado en mí. Cuando por fin se molestó en mirar... se enamoró. Más tarde me enteré de que me ignoraba porque me tenía miedo. ¿Te lo puedes creer? Miedo de mí. Pero yo siempre supe que me quería.

—¿Y de qué tenía miedo?

—Supongo que de no tener lo que hacía falta para hacerme feliz. Pero estar con él me daba toda la felicidad que necesitaba —suspiró la anciana—. ¿Estás enamorada de ese hombre?

—Sí. Y él también de mí. Pero, ¿eso es suficiente? ¿Cómo voy a saber si el amor durará? Tengo tantas preguntas... y ninguna respuesta.
El tren se detuvo entonces y Mariana se dio cuenta de que habían llegado a Nueva York.

Un deseo para Navidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora