|Best regards| 3racha

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El estadio más grande del mundo no era tan absurdo como parecía, tal vez el no notar que todas esas pequeñas lucecitas eran más de cien mil personas que habían ido exclusivamente a verles ayudaba bastante, la oscuridad podía ser una gran aliada de vez en cuando. No temblaba esta vez, no como otras, sabía que ese show sería todo lo que habían deseado, todo lo que habían construido por años.

Su presencia estaba ahí otra vez, se paseaba sobre sus hombros como la figura de un pequeño minino oscuro, acompañándole en su fúnebre y dulce silencio, atento por si necesitaba una ayuda, un empujoncito. Le estaba muy agradecido.

Jisung encontraba a ese gato en sus primeros recuerdos de la infancia. Su madre siempre había adorado al felino, le encantaba pasarse varias horas en el sofá con él, acariciando ese sedoso pelaje que se encargaba de cepillar cada dos días, y escuchando esos dulces ronroneos que el animal sólo soltaba cuando ella estaba cerca. Era un amor mutuo, el vínculo entre aquellos dos. Por eso, cuando el minino cumplió su ciclo de vida, ahorró como un desquiciado para poder hacer con sus cenizas una gema, que obsequió a su madre con el miedo de que, tal vez, aquello no fuera lo que ella deseara.

El collar fue más que recibido, acompañado de lágrimas y pequeñas sonrisas, adorando el gesto, adorandole a él.

Su vínculo también había sido especial, mágico incluso, algunas veces se preguntaba si el paso de los años no había endulzado todas las memorias, si las había limado como el mar a las piedras más porosas, quedando suaves y lisas al tacto. Estaba seguro de que él y su madre habían tenido enfrentamientos, pero en ese instante, desde el backstage repleto de ruido, contemplando al mar de gente que esperaba su presentación luego de que los teloneros terminaran, no recordaba ni uno.

Jisung había amado a su madre, y le gustaba decir que tuvo el privilegio de llamarla amiga. Aquella mujer lo había dado por él desde el primer día que respiró el aire de aquella tierra. Ella había ahorrado lo suficiente para no depender de préstamos, le había enseñado de los mejores modales y la forma de ser respetuoso sin necesidad de otorgar autoridad, había amado como ninguna otra madre llegaba a amar a su hijo. Y siempre portó ese collar, esa gema hecha de las cenizas de su mascota más querida, pagada con los primeros ahorros que la música le había permitido acumular.

Había sido su sueño desde pequeño, el ser cantante, el ser compositor, el ser rapero. Nunca logró definir bien en qué campo quería especializarse, por lo que, al final, terminó haciendo todos. No sé echaba flores a la hora de escuchar cómo le llamaban sus fans, no despotricaba confianza en las entrevistas sobre su talento. El sabía que era bueno, se había esforzado, y sentía desde el fondo de su corazón, que lo merecía.

A sus quince años ya contaba con un teclado para producir y cientos de pistas que hasta el día de hoy no habían visto la luz, a sus quince años conoció a esos dos otros chicos que tenían unos sueños tan grandes como él, una aspiración tan enorme que les hacía inflar el pecho con solo mencionarla, un orgullo soñador que se aseguraban de preservar a toda costa.

Y su madre no había estado del todo tranquila al ver cómo de la noche a la mañana dos niños de dieciocho comenzaron a juntarse con su pequeño adolescente, pero fue madura y lo habló con su hijo, lo habló una y otra vez hasta el hartazgo de ambos, y concluyó cada vez lo mismo, con esa misma sonrisa dedicada a la ilusión.

"Si este es tu sueño, te acompañaré con todo lo que sea necesario. Y cuando el momento llegue, iré a verte en la cima del mundo."

Él lo agradecía, aún ahora, aún en ese momento, con veintiséis años, y ese collar colgando de su cuello.

La presión suave sobre sus hombros se aplacó hasta desaparecer, siendo prontamente suplantada por un par de manos, las cuales le sacudieron desde atrás con una euforia errática.

OS SkzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora