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—Tu omega te espera en casa. No te preocupes... —palabras poco entendibles resonaban en la cabeza de Ran. Su cuerpo se sentía caliente en extremo y dolía, no le gustaba sentirse así.
Sus ojos se abrieron y reconoció con dificultad su habitación. Se encontraba a oscuras, por lo que no visibilizaba nada, solo las molestas luces de la ciudad por el ventanal de su habitación. Se sentía incómodo, adolorido y necesitado. Su ser razonaba nada, solo buscaba una forma de poder aliviarse.
Su nariz fue invadida con fuerza por el dulce aroma de su esposa, que desde un principio fue lo que lo despertó. La peli negra aguardaba indecisa en la sala, no sabía que hacer.
—Saori... Saori —aquellas palabras abandonaron los labios de Ran con desespero.
Como si de una orden se tratara, los pies de la mujer caminaron en automático a su llamado hasta llegar a él.
Antes de siquiera llegar al marco de la puerta, la imponente figura de Ran apareció frente a ella.
Un griñido salió desde lo más profundo de la garganta del hombre. Su olor se hacía más fuerte a cada segundo, consiguiendo que el de Saori hiciera lo mismo.
El hombre se abalanzó desesperadamente sobre ella, devorando sus labios con ferocidad, de una manera en que nunca lo había hecho. Para ella, era imposible siquiera intentar seguir aquel beso. Las manos de Ran presionaban sus mejillas, llegando a causar cierto dolor.
La cabeza de Saori comenzaba a tornarse en blanco.
Su último pensamiento razonable fue preguntarse si haberse quedado con Ran había sido buena idea luego de observar los profundos ojos de Ran, que en ese instante eran de un precioso color dorado. Tenía miedo, pero su curiosidad era aún mayor. Quería saber lo que era realmente el celo de un Alfa...
El sonido de la cama golpear contra la pared, hizo que los ojos de Saori se abrieran de golpe.
Ran se encontraba sobre ella, embistiéndola con rudeza, obteniendo gemidos como respuesta por parte de ella.
Los ojos de Saori vagaron por la habitación, mientras seguía gimiendo al sentir las constantes penetraciones de Ran.
Era de día. No sabía exactamente cuantos días habían pasado, había perdido la cuenta después del tercer amanecer.
—Ran —jadeó. Los ojos aún dorados del nombrado se abrieron, clavando su vista en el rojizo y sudado rostro de Saori.
—Muñeca —jadeó con una sonrisa en el rostro. Su cabello violeta caía sobre su frente y se encontraba pegado a esta por el sudor que escurría por todo su cuerpo—. Despertaste —musitó. Sus ojos volvieron a cerrarse con fuerza mientras un gemido salió de lo más dentro de su ser. Las piernas de Saori temblaron al sentir una carga líquida y caliente llenar sus paredes vaginales.
