Pulsa aquí para empezar a escribir
Estábamos en la recepción a la espera de que fuéramos atendidos por la editorial Condesa, el reloj marcaba las cuatro y diez y la secretaria movía su mandíbula con su goma de mascar sin importarle siquiera el sonido escurrido entre sus labios. Los de la fila éramos cuatro y los nervios comenzaban a hacerme parte de su juego al abrirse inesperadamente la puerta del despacho donde se miraba salir a un hombre con traje gris y rematar unas palabras altisonantes, después la secretaria me apuntaba con el dedo: ¡que espera, pase!
El despacho de la editorial era del señor Williamson y tenía forma de un museo, porque se exhibía en las paredes un buen número de reconocimientos y de grandes escritores de su punta de raíz, sin embrago no era del todo ordenado. Su escritorio apenas le daba espacio para una taza de café y unas cuantas colillas de cigarro.
Era un hombre con problemas de alopecia y gran cantidad de barba hasta los pómulos, vestía con chaqueta de cuero color cafeinado con largas cintas horizontales y un sombrero colgado a una esquina de sus hombros, sus cejas eran aún más tupidas como para contrastar su aspecto irritante y temeroso.
Mostraba se algo distraído encontrando alguna porta papel perdido en los libros y hojas estibados. Tuve que hacer grandes intentos como toser para poder notar mi presencia.
Enseguida el señor Williamson me miró a los ojos y me extendió la mano para pedirme la primera página de mi novela escrita. Al leerlo, lo volvió a releer añadiendo cierta negatividad y franqueza dolida.
- Suficiente, váyase y cierre la puerta. - Me dijo al crujir la hoja lanzándomela por encima de mi pecho hasta caer rebotado en los cordones de mis zapatos. Al cabo me agaché para recoger la hoja y lo tomé sujetándolo del cuello hasta desprenderlo de su silla.
- ¡Váyase al diablo! – le dije soltándolo nuevamente y barriendo todo cuanto podía contener su escritorio.
Fue entonces cuando salí del lugar, miré cuanto todo pudiera estar a mi alcance aguardando cierta curiosidad en un letrero pegado a un lado del muro, semejante escritura decía; Thomas Welch presenta su gran obra teatral "pudor y deseo" protagonizada por la aclamada actriz Charlotte Wolf.
Seguí la dirección ubicado a dos esquinas de la editorial, allí se hallaba un teatro donde miré salir a un enano con elegante gracia que brincaba bajando las escalinatas y observando de derecha a izquierda toda la terracería, el motivo era por que veía llegar a lo lejos una carrosa cerrada con cuatro blancos caballos de largos y finos crines que galopaban muy lentamente como bajando su velocidad causando gran alboroto entre la multitud de gente que se amontonaba a los lados de las escaleras cuando inesperadamente, oyeron escuchar la voz del enano gritar:
– ¡ahí viene Charlotte Wolf!
Y las emociones comenzaron a surgir con gritos y aplausos de par en par, de modo que yo me estremecí hasta cruzar la terracería y colocarme entre la multitud mientras el enano acercándose a la carroza esperaba abrir la portezuela, pero las risas y las burlas no faltaron a su persona cuando todos se percataron que no podía abrirlo por su miniada estatura; de inmediato fue abierto por una mano del interior del coche que no tardó en aparecerse y de conquistar a todos con un mutuo saludo desde el peldaño del vehículo.
Su manera de mostrase con respeto y de ser alabado por el público hizo que mi pensamiento no tuviera ninguna duda de que se trataba de Thomas Welch, aquel hombre maduro de gran bigote curveado, de sombrero elegante, de traje refinado y oscuro, extendía su mano tan cerca de la puerta donde se encontraba y era a la vez correspondida por una mano angelical femenina con guantes de encaje blanco que se alzaba para mostrase al público impaciente que coreaba su nombre al aire.
Se trataba de Charlotte Wolf con su elegante vestido frondoso, contrastaba con su piel de cisne el corcel de una envidiable figura, agregando demás su sombrero aterciopelado color azul marino que apenas y pude distinguir su cabello rubio y recogido por pequeños tubos ondulados por la parte superior de su oreja.
La pareja al fin puso pie en los suelos y caminaron siguiendo los pasos del enano que brincaba de nuevo las escaleras del teatro como si fuera un sapito impulsando toda su fuerza hasta alcanzar su meta. Recuerdo muy bien que la pareja se detuvo y se despidió de su público, para sí prepararse y dar con el espectáculo de esa misma noche. La pareja penetró y las puertas del teatro fueron cerradas
ESTÁS LEYENDO
El caso de Charlotte Wolf
RomanceEn la época victoriana de Londres, Edmund FitzGerald se enamora de una actriz llamada Charlotte Wolf, sin embargo esa actriz oculta secretos que le obligan a no enamorarse, por lo tanto Edmund tendrá que descifrar cuales son esos secretos que le im...