A la escena salió la señorita Wolf, aplaudida por todo el público incesante, en cierto punto nunca presencie una actuación magistral como lo hacia ella encarnando un personaje, nada agradable para una mujer de la clase noble. La obra bastó con cinco actos para poner sobre la mesa toda la manía sexual y marginal de los habitantes de Londres. Felicity de Bruyne (rol interpretado por Charlotte Wolf) no solo ponía al público en diferentes tensiones también provocaba serios conflictos personales en algunas parejas mirándose descaradamente en ciertas escenas como si fueran parte de una mala relación. Esto llamó mucho mi atención al otro lado del palco donde se encontraba Thomas Welch analizando toda su obra como si le faltara un toque más de la perfección obtenida – también no me fue inevitable no sentir un poco de nervios saber qué opinaba sobre mi novela, ¿se habrá sentido inconforme? -
luego de varias observaciones, la obra concluyó con la muerte de Felicity de Bruyne siendo víctima de su misma provocación y descaro por parte de la mujer que cansadas de ser violadas, maltratadas, incluso abandonadas, se levantaron en contra de su persona y fue sorprendida mente apedreada saliendo de su vivienda, pero la masacre no concluyó allí, su cuerpo fue llevado hasta ser colgado muy cerca del palacio del rey Eduardo V como protesta a su destierro.
Pronto me fui sorprendido a mis espaldas por el señor Arvizu que de manera espeluznante se me acercó a mi oído diciendo: La señorita Wolf lo espera en su camerino, sígame. Y lo seguí procurando no perderlo de vista entre toda esa gente chocante y alborotada por encontrar la puerta de salida.
El deseo de encontrarme con la señorita Wolf iba más allá si ponía en aprietos algunas personas o incluso si separaba del brazo algunas parejas. Al salir del salón me sacudí la levita y dimos vuelta a la izquierda donde nos encontramos una escalera. El señor Arvizu nuevamente ponía las manitas sobre un peldaño y así impulsaba sus manitas para no perder el ritmo, mientras yo a paso lento lo miraba por detrás esforzarse.
- ¡carajo! ¿Quién habrá inventado las escaleras? – decía con estallido suspiro.
Luego de aquel momento embarazoso al fin llegamos al pasillo de los camerinos, una alfombra muy parecida a los tapetes de Louvre coqueteaba con la esencia de nuestros pasos. Por cada lado había tres camerinos con puertas color crema y márgenes dorados, todas abiertas entre sí por los actores y staff que no dejaban de brindar el éxito de la obra, sin embargo, la puerta central cuya alfombra apuntaba, se mantenía cerrada aún. ¿Era el camerino de la señorita Wolf?
El señor Arvizu me lanzó un ademán a que yo me apresurase a llegar donde él se encontraba, después golpeo la puerta hasta ser abierto por el dramaturgo Thomas Welch que no dudó en mirarme con cara de asesino y darnos acceso a todo lo interior. La guapa Charlotte no dejaba de dar vueltas de un lado a otro, parecía como la crítica londinense realmente le importaba; los tacones con los que golpeaba fuerte el concreto del suelo y sus uñas puntiagudas desprendidas por sus afilados dientes, solo mostraba inseguridad en ella. basto para que el poeta nos diera paso y errase la puerta para que ella notase mi presencia:
- ¿Qué le ha parecido la obra señor FitzGerald? ¿Lo ha maravillado? O ¿simplemente lo ha aborrecido? ¡Oh! Pobre de mí, que desgracia.
- Me ha parecido magnifico - dije.
- Bah, es cierto. Señor Welch de este hombre le estado hablando. ¿Acaso no es encantador?
Thomas Welch se acercó a Charlotte poniendo ligeramente su cuerpo por detrás de ella, sus ojos examinaban mi fisonomía algo grotesca e insegura. Charlotte solo sonreía.
- Me atrevo a decir, señor FitzGerald que no es la clase de persona quien yo me imaginaba, no obstante amor sin gloria me ha dejado fascinado
- Esto merece un brindis. - dijo Charlotte. - señor Arvizu coja esa botella de vino que está a un lado de usted en el apagador y sírvales a estos hombres.
El pequeño Arvizu obedeció a las palabras de la bella actriz, no sin antes recurrir por un banquillo para auxiliarse por lo menos a bajar los primeros cálices exhibidos en un mostrador hecho de madera de pino. Charlotte no dejaba de alagar mis escritos y de incomodar al señor Welch cada vez que podía. Ya casi servía éste la tercera copa cuando fue interrumpido por el señor Welch.
- Deténgase, no beberé de este cáliz. Señor FitzGerald, su novela es interesante, pero eso no quiere decir que me haga feliz. Al contrario, siento repudio y lástima hacia mi persona. Jamás creí que una novela suya sin patrimonio alguno tuviera fuerza y voluntad para desafiarme. ¡Lo odio! A usted y a su novela. Señor Arvizu sígame que tengo algo que contarle.
Los dos salieron casi tirando la puerta, en cuanto la señorita Wolf y yo, preferimos guardar silencio y no hablar más sobre el caso, sin embargo, Charlotte me dio de beber del cáliz otorgándome cierta comodidad en su camerino. Podía notar además en sus ojos cierta duda ambigua sobre mi persona cuando me preguntaba si alguna vez había viajado a parís en busca de favorecer mis aspiraciones como escritor a lo que mi respuesta alarmó sus sentimientos por la lastima y la resignación.
- Sé que parís ha de esperarme en un momento dado, no es en vano para mi callar la sinceridad cuando la suerte no me favorece si hay algo de por medio que lo impida. Cambiar la imaginación por las libras no es de mi agrado, ni mucho menos si el orgullo es cambiado por la humillación.
- ¿Eso quiere decir?
- Quiere decir, no me interesa por ahora.
- Que pena por usted, pero eso no quita que no brindemos, salud.
De manera mutua estrechamos las copas haciendo un brindis favorable a nuestros ideales, anticipando el buen humor con que nuestras risas resonaban entre anécdotas burlescas y remontas. El buen entendimiento nos bastó para aprovecharnos de nuestra confianza y así ella proponerme visitarla a la mañana siguiente en su apartamento a lo cual yo accedí sin la mínima excusa. Poco después me despedí besándole sus blancas y delicadas manos y deseándole las buenas noches.
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El caso de Charlotte Wolf
RomanceEn la época victoriana de Londres, Edmund FitzGerald se enamora de una actriz llamada Charlotte Wolf, sin embargo esa actriz oculta secretos que le obligan a no enamorarse, por lo tanto Edmund tendrá que descifrar cuales son esos secretos que le im...