A eso de las ocho de la mañana salí de la calle de Southwark a la calle de Bloomsbury, (barrio donde Charlotte se hospedaba) hacia un frio de costumbre que apenas podía sentir las piernas. Tomé un atajo acelerado gracias a un viajero que convencí con unas cuantas libras para acercarme lo más pronto posible y no cargar con este frío intolerable. Al llegar a mi destino, noté a las afueras, la casa de Charlotte, repleto de frondosos jardines y puertas hechos de barritas de hierro compuestos por varias columnas romanas que daban una buena impresión a la mansión.
Annabelle, servidumbre y cincuentona, salió al acecho para recibirme y terminar de mostrarme los alrededores de la casa y hablarme un poco más de la señorita Wolf, entre tanto al entrar en la enorme sala oí escuchar el piano tocar las notas de Schubert y al mismo tiempo contemplaba el recital con que sus manos acariciaban cada tecla del piano. Enseguida Annabel optó con interrumpirla y sacarle un susto de improvisto:
- Mi niña, el señor FitzGerald ha venido a visitarla.
- Señor FitzGerald. - argumentó Charlotte levantándose del piano y acercándose a mí para darme un abrazo. Tal era su alegría que ni yo mismo pude entender la sutileza de su emoción - agradezco su promesa de visitarme, es muy cortes de su parte. Annabel, puede retirarse.
En ese momento, Charlotte tomó mi mano y me acercó al piano, después me invitó a sentarme a un lado suyo, mientras sus manos volvían acariciar cada tecla donde volvía a resurgir su delicada emoción con que atrapaba mis sentidos, parecía oír a la vez, parecía seguir oyendo las mismas notas de Schubert consolarla, hasta que de un momento a otro decidió cortar el ritmo para preguntarme si alguna vez me había enamorado, a lo que yo sin ninguna justificación le respondí:
- Es difícil hallar consuelo, cuando nadie te lo otorga. Más de una vez el amor me sirvió de excusa para no morir de soledad, aunque eso implique no conocerlo aún.
- ¿Se refiere alguna mujer en especial?
- Mi respuesta solo puede contestarse si la forma con que se ama pueda ocasionar rechazo a quien se le mira.
Charlotte detuvo su pieza musical con cierto desagrado aparentando indignación y contrariando mis palabras cual si fuera un delito moral:
- escucharlo hablar así, señor Edmund, me provoca desagrado en usted. Las mujeres tendrán sus razones para rechazar a un hombre, pero no quiere decir que no sientan amor. Muy adentro de ellas se esconde un sentimiento muy favorable, quizá poco entendible para el resto de los hombres que pierden la paciencia y se alebrestan por la desesperación. Figúrese como una mujer es capaz de conocerse a sí misma y conocer al hombre que la pretende a la vez, por naturaleza tiende a provocarse desdicha en una relación corteja donde la culpabilidad de la desgracia del hombre es la mujer, no obstante, a ellas se les arremete tachándolas de orgullosas sin importarles el amor con que ellas aman, es necesario para un hombre no solo estudiarse así mismo, pues los motivos arrogantes de una mujer pueden ocasionar el principio de su amor.
- Dígame entonces señorita Wolf ¿tiene algún pretendiente ahora?
- No, que yo sepa.
- ¿Es usted casada?
- Tampoco
- ¿Y cómo sabe todo esto?
- Leo novelas románticas.
- Pues es raro en una mujer como usted se pueda mantenerse alejada de toda relación amorosa.
- Amores no me han faltado. – Contestó ella - eso sí, aquellos que lo han intentado se han quedado corto. Para mala fortuna del hombre aristócrata, su riqueza económica nunca me ha comprado.
-La apariencia me ha engañado.
- ¡por dios señor FitzGerald! ¿Usted me ha creído capas de ser interesada?
- No precisamente, la costumbre me ha hecho hablar de más. Le suplico mis más sinceras disculpas.
- No se preocupe, en parte tiene usted razón, la sociedad siempre se ha manejado con cierto disgusto para quien se enamora de alguien con bajo sustento.
De pronto me vi asaltado por su mirada, confundiendo a mis pensamientos atreverse hacer unas preguntas poco inesperadas para ella, seguro estaba de hallar respuestas positivas, sin embargo, sucedió todo lo contrario.
- ¿entonces, qué argumentos se necesita para enamorarla?
- ninguno.
- no la entiendo.
- no puedo enamorarme de usted ni de nadie, si eso es lo que quiere saber.
- ¿por qué?
- porque no.
- ¿Qué lo impide?
- hace muchas preguntas señor FitzGerald, ¿no le enseñaron en casa a no preguntar cuando no se le requiere?
- téngame confianza no le diré a nadie.
- tendré que pedirle que se vaya si sigue con su impertinencia.
- entiendo perfectamente sus motivos de ocultar sus razones, pero créame yo soy de los hombres que no se dejan llevar por la duda.
- Esto ya es demasiado, ¡Annabelle! ¡Venga rápido!
En ese mismo instante se había levantado del piano, retrocedió de espaldas hasta dar con la ventana que daba con el jardín, la respiración se le escapaba y apenas podía contenerla por su boca, comencé a sentirme mal hasta que Annabelle entró mostrándose preocupante.
- Dígame señorita
- saque a ese hombre de aquí y no le permita el paso nunca más.
- es una pena acabar esta conversación de la manera más descortés. - argumente. - De nuevo le ofrezco mi perdón.
- ¡váyase!
A pesar del mal disgusto con la señorita Wolf, Salí al jardín acompañado de la señora Annabelle dispuesto a cagar el peso de mis dudas en ella, entre tanto Charlotte me miraba a través de su ventana con ira y repugnancia. Sobre dichos cuestionamientos le pregunte a la nana si alguna vez había conocido a un hombre en la vida de la señorita Wolf, ella me contesto con mítica sinceridad en los ojos.
- hombres, como escuché en ella decir hace un rato, habido muchos, pero todos salen disgustados de la misma manera; por eso no me sorprende que sea uno más entre todos.
- ¿Qué quiere decir?
- pues que la señorita los ha rechazado, ninguno hasta ahora ha podido enamorarla.
- ¿sabe cuáles son los motivos?
-lo desconozco, aunque debo admitir que es la primera vez que le brillan los ojos.
- ¿cree usted que deba tener otra oportunidad de visitarla? - repuse esperanzado.
- no lo sé, por lo general nadie se ha atrevido a cometer los mismos errores dos veces.
- volveré.
- Adelante, pero aténgase a las consecuencias.
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El caso de Charlotte Wolf
RomanceEn la época victoriana de Londres, Edmund FitzGerald se enamora de una actriz llamada Charlotte Wolf, sin embargo esa actriz oculta secretos que le obligan a no enamorarse, por lo tanto Edmund tendrá que descifrar cuales son esos secretos que le im...