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Cuando le vio de espaldas, caminando en soledad a pasos cansados hasta cruzar la puerta del almacén del museo británico con unos portafolios en las manos, se acercó a pasos sigilosos hasta tomarle por el cuello y besarle.

– ¡¿Qué caraj-?!–

Lo atrajo hacia sí y avanzó atolondradamente hacia atrás con las puntas de los pies hasta que su propia espalda femenina chocó con uno de los pilares dentro del salón repleto de cajas con mercadería histórica, sin embargo pronto sus labios se separaron cuando él la alejó por los hombros.

Dentro de ese enorme salón sin ventanas, bastante retirado de las galerías de exposición (y de los visitantes fisgones) era imposible estar al tanto del espléndido clima que ofrecía el día.

Un fuerte ventarrón tibio había llevado las solitarias nubecitas que manchaban el firmamento al horizonte con una rapidez indiscreta a eso de las tres de la tarde. Y, si bien era cierto que las temperaturas seguían siendo medias a bajas, el sol que aparentaba ser primaveral daba una sensación térmica más cálida, como si estuvieran atravesando una ola de calor parecida al veranito de San Juan.

Sin embargo, dentro de esa sala de depósito pintada de un gris grafito (en donde solo eran admitidos los somnolientos empleados) e iluminada artificialmente por un foco tan débil como la llama trémula de una vela, la atmósfera era fría y fúnebre.

El cambio de temperatura drástico que le abrazó con violencia las piernas desnudas le dio un escalofrío a la rizada, pero la sensación gélida que sintieron sus labios estrechos ante la ausencia de los de él fue mucho más grande.

Steven le miró asombrado, con los ojos medio desorbitados y el corazón prácticamente en la mano, algo asustado por la intrusión, completamente fuera de contexto.

Su rostro se calmó una vez dio cuenta que era Daphne, sonriéndole con sus ojos centelleantes y expresivos.

– Ey, soy yo. –le calmó divertida–.

El moreno exhaló por la nariz mientras cerraba los ojos y reía entre dientes como un tonto, volviendo a acercarse a ella hasta tomarle por la cintura.

La misma blusa de satín rojo escarlata se ajustaba insolente a sus curvas agraciadas, esta vez con los primeros tres botones desabrochados y la espalda descubierta por el escote que se ocultaba con la chaqueta que ahora colgaba en su antebrazo. Por otro lado, una de sus características minifaldas de tubo negro le cubría a duras penas la mitad del muslo, haciendo lucir su piernas más largas ante la gran extensión de piel expuesta.

No llevaba tacones ese día (sino unos mocasines planos algo rígidos) así que, gracias a la diferencia de porte y a la espalda ancha del chico, por un instante él parecía estar hablando solo con el concreto de la enorme columna.

– Me asustaste. –confesó– No esperaba encontrarte por estos sitios tan temprano.–

– ¿Sorpresa? –canturreó mientras sonreía de lado en una mueca que infería disculpas–.

La joven también le abrazó, entrelazando sus manos por detrás del cuello al mismo tiempo que recostaba su cuerpo en el pilar y le jalaba hasta que sus narices se rozaron y sus cuerpos se pegaron.

– ¿Qué haces aquí?–

Mientras la frente de Steven estaba crispada por la curiosidad y el desentendimiento (generando una extraña mezcla con la sonrisa embobada que se apoderaba de sus labios) la tela suave de la blusa de la mujer le refrescó las durezas que tenía en las palmas de las manos por unos segundos.

– Solo quería verte. –declaró, uniendo sus bocas superficialmente después de cada palabra– Venir y darte un beso. –explicó algo aniñada para luego besarle como corresponde. Sin embargo cuando Steven la separó para examinarle el rostro, hizo un puchero y entornó las cejas para susurrar en un tono berrinchudo– ¿No me quieres aquí?–

A man without love- MoonknightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora