Los pies se fundían con la fría tierra. Tanto era así que el suelo y yo éramos uno, a cada paso que daba, me daba cuenta de lo que estaba dejando de atrás y se escoltaban llantos mientras el chirrido de la puerta acompañaba mi marcha. Di media vuelta antes de cerrarla. Mi madre me miraba desde la cama con una capa cristalina en los ojos que le turbaban la vista. Mi hermana me abrazaba mientras me daba un beso apagado, insípido, insustancial, que, sinceramente, me provocaba más dolor que apaciguo.
Tembloroso, cerré la puerta mientras escuchaba a mi padre y mi hermano discutir. Normalmente, no sé exactamente cómo actuar en estas situaciones y tampoco sabía cómo decirles que me iba a la ciudad. No porque querían curar a su madre, sino porque son hombres de tradiciones y la idea de ir allí no les hacía tanta gracia, menos al padre.
Procuré salir de la zona sin que se enteren, dando pisadas calculadas para hacer el menor ruido posible. Prefiero no tener ninguna charla con ellos, porque sé que no me van a dejar hacerlo. No sé si lo he dicho, pero con dieciséis años me veían y me ven como a un niño sin capacidad de decisión propia.
Bueno, no quiero alargarme mucho, porque sé que desea que vaya al grano.
De repente se puso a llover de forma brusca. Me abracé con la poca ropa que llevaba encima, no iba a volver a casa por ningún motivo, y menos por 3 telas rotas y sucias.
Cerca de mi casa, había una gasolinera donde paraban muchos coches que iban en dirección a la ciudad. Entonces, me quedé esperando sentado sobre unas cajas de plástico, apoyado contra la incómoda pared de la gasolinera. Cada coche que veía venir de lejos hacia mí, le levantaba el dedo para que me llevara. No paró ninguna, sinceramente, es lo que siempre he visto en las películas, así que era la única forma que veía que funcionara. Cada coche que pasaba sin cesar era algo menos de esperanzas que eso que desde un principio pensé la mejor solución para nuestros problemas fuera un gran error.
Estaba derrotado, mis piernas y brazos estaban temblorosos, y mis extremidades heladas por el frío invernal, la poca ropa que tenía encima cubría mi cuerpo inútilmente mientras mantenía la mirada en alto por si algún coche llegaba a aparecer. De repente, en el horizonte, le vi. Traía las luces largas y música que incluso desde la lejanía se conseguía escuchar, la recuerdo perfectamente, una canción de los años 70 de rock clásico que cada segundo que se acercaba aumentaba su volumen excesivamente. Llevaba 5 horas esperando. Eran las últimas horas de la noche y era mi última oportunidad de ir a la ciudad. Me incorporé, y con dificultad, me acerqué a la carretera a llamar a ese hombre.
¡Ey! - Llamé con la voz rota
El hombre estaba cada vez más cerca de mí, y yo estaba cada vez más lejos de llegar, cuando pensaba que pasaría a mi lado, pasó de largo.No podía creerlo, todas estas horas esperando para nada. Veía el coche pasar delante de mi dirección hacia la gasolinera, pero no tenía fuerzas para ir hacia allí. En ese momento de forma inesperada, apagó la música y entró en la zona de abastecimiento.
Bajó un hombre mayor, ha ojo parecía de unos 50 años, pero por la compostura autoritaria que tuvo al bajarse del coche ni podían ponerse 5 años más. Mientras él iba hacia la tienda, el motor seguía encendido (no sé mucho carros, pero papá me enseñó lo básico, y no soy tonto).
Hice un sprint hacia la gasolinera, el coche era un 4x4 grande. Entonces tuve fácil subir al coche. El sudor frío recorría mi cuerpo mientras no podía parar de mirar hacia la salida de la tienda. Neguitoso, traté de conducir el vehículo, pero no se movía. El hombre, se dio cuenta de la situación y empezó a reír mientras acababa de comprar, sinceramente me daba cuenta de que lo hacía, pero le ignoraba por los nervios.
Del frío, las manos no respondían, lo hice lo más rápido posible, pero el hombre se acercaba cada vez más, y más, y más...
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La fiebre de oro
PertualanganUna familia desestructurada, una madre enferma, una red de trafico, todo en manos de un niño de 17 años