Se encontraba en su despacho intentando concentrarse en los números que había anotado en las hojas frente a él, pero no podía porque en su cabeza se había instalado solo una cosa, un nombre más bien «Emmaline Carter». Esa peculiar mujer que había encontrado en una muy extraña situación.
¿Sería exagerado decir que lo había cautivado? Porque se sentía cautivado, totalmente atontado por ese rostro angelical.
Aún seguía preguntándose si se encontraría mejor, o si seguiría llorando por el tonto que había roto su corazón. Ningún hombre podría considerarse sensato si lastimaba a una mujer como ella. No la conocía desde luego, pero por alguna razón no había podido ver destello de maldad en ella, era como si hubiera podido leerla con una facilidad que le sorprendía. Además, fuera quien fuera la dama, creía que ninguna debía pasar por tal cosa, él tenía una hermana y si alguien la lastimara de esa forma, mataría al hombre en cuestión, estaba seguro.
Deseaba que se sintiera por lo menos lo suficientemente bien para no seguir llorando, porque, aunque no la había visto reír o esbozar una mínima mueca, estaba seguro de que las habitaciones se iluminarían con tan solo su sonrisa.
En sus veintinueve años de vida no recordaba haber sentido algo tan inmediato por una mujer. ¿Se había enamorado acaso? Porque algunos hablaban de amor a primera vista, pero él siempre había creído que era un poco exagerado, ¿cómo una persona se podría enamorar con una simple mirada? Era un fiel creyente del amor por supuesto, pero creía que primero uno conocía a la persona con la que pasaría el resto de su vida, la conocía por al menos unos meses, años quizá y luego solo sucedía que uno se daba cuenta que el amor había estado frente a él.
Pero Emmaline, ella tenía algo que había hecho querer a su corazón salírsele del pecho, y dar brincos. De algo estaba seguro, lo que la mujer le había provocado era totalmente algo nuevo en su vida.
Y tal vez eso fuera amor.
Dylan, su mejor amigo, llevaba casado tres años y sentía gran devoción por su esposa Diana, pero ellos si habían sido afortunados a pesar de las circunstancias. Los padres de ambos habían acordado casar a sus hijos desde que ellos eran pequeños y aunque había escuchado a su mejor amigo quejarse de que debería casarse con una mujer que no conocía si quiera, todas sus quejas se habían esfumado luego de que comenzara a cortejarla porque, según él, ella era la mujer más maravillosa sobre la faz de la tierra.
Y por supuesto no dudaba que lady Diana fuera maravillosa, porque cuando al fin su amigo se la presentó, él estuvo de acuerdo con que era la mujer perfecta para él. Y supo también que llegarían a amarse y a ser muy felices, solo bastaba con mirarlos para darse cuenta que la química entre ellos era poderosa y que había crecido con velocidad en apenas tres meses.
Sus padres habían sido un buen ejemplo en cuanto amor, Arthur y Martha Bailey se adoraban, él tenía doce años cuando su madre falleció tras el parto de su hermana. Él mismo había creído que luego del tiempo prudente de luto, su padre volvería a casarse para que ellos tuvieran una figura materna, pero no, no lo hizo. Y cuando creció, pensó que sería buena pregunta para hacerle a su padre. Él se le había reído, y luego había respondido con esa sonrisa nostálgica que las personas solían llevar cuando perdían a un ser amado. «Tu madre será la única mujer que tenga mi corazón». A partir de ese momento, con aquella simple frase, Lowell había sabido que tendría que casarse enamorado, porque a pesar de la perdida, su padre estaba feliz de haber sido él quien tuvo el honor de casarse con Martha.
Un año después de aquella pregunta, cuando él tenía veinte años, su padre también había abandonado este mundo y él, a pesar de la tristeza claro, había creído que Arthur estaría muy feliz reencontrándose con su amor donde quiera que estuvieran.
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Loca casualidad #1 ©
Ficción históricaTrilogía: Carter, libro #1 Emmaline Carter ha probado el dulce sabor del amor junto a Blaise Lemaire, sin embargo tendrá que acostumbrarse al amargo dolor cuando este vuelva a Londres luego de un largo tiempo, pues no vendrá solo sino con su prometi...