Dos semanas antes.
Bailo al son de la música que recibo de mis auriculares, caminos a su ritmo mientras llego a la mesa la cual debo tomar su pedido. Y me detengo abruptamente cuando veo quien está sentado en ella.
Oh no.
Miro a todos lados preguntándome si mi jefe me va a ver cuando salga corriendo, porque justo eso es lo que voy a hacer. Correr. Y huir de la vergüenza y el momento incomodo que probablemente tendré que pasar al atender esa maldita mesa. Tierra trágame y escúpeme en mi cuartito. Respiro, no puedo actuar como una niña, este es mi trabajo y debo mantenerme profesional. Iré, tomaré su pedido y me daré media vuelta. Sin interacciones, es fácil.
Avanzo siendo más consciente de lo que hay a mi alrededor y me tambaleo un poco debido a la ansiedad de acercarme a su mesa. No quiero hacerlo, pero es mi trabajo. Cálmate, no va a comerte. Llego a su lado y tarda unos cuantos segundos en darse cuenta de mi presencia, su mirada se ilumina al verme, lo que hace que trague el nudo que se ha formado en la totalidad de mi garganta.
—¡Autumn! —el tono chillón de su voz me hace entrecerrar los ojos.
—Ben ¿cómo has estado?
—Bien. Digo, he estado un poco ocupado en el trabajo de verano, pero aparte de eso solo ando aburrido la mayor parte del día.
Asiento. —Me alegra escuchar que no estás tan saturado en trabajo.
No como yo. Pienso. Trabajo al menos doce horas al día, mínimo, además de que no es un trabajo en el cual sentarse sea una opción, meno cuando es la única cafetería del pueblo.
Me mudé a Drottningholm hace dos años, cuando solo buscaba un lugar en el que pudiera estar en paz conmigo misma, luego de vivir toda mi vida en la ciudad, este lugar compuesto por trescientos noventa y ocho habitantes se me hace el paraíso. Es un lugar tranquilo y está muy lejos de ser parecido al bullicio de la ciudad, teniendo tan pocos habitantes-y la mayoría trabajando en el palacio real-hace que todo sea silencioso y cálido. Cualquiera creería que vivir en un pueblo tan pequeño y deshabitado es aburrido, pero a mí me parece de lo más refrescante.
—No quiero sonar insistente, pero, quería saber si tu teléfono se descompuso. —Ben habla sacándome de mis pensamientos.
—Disculpa, ¿qué?
—Es que no has contestado mis mensajes desde esa noche.
Oh si, la fatídica noche en la que quise ser liberal y, oh sorpresa, salió mal.
Esto era justo lo que no quería que pasara. Le doy una sonrisa avergonzada, antes de decidir como decirle que lo he estado ignorando a propósito, y que, si no lo veo en lo que me resta de vida, estaría muy, pero muy feliz, de manera silenciosa, pero lo estaría. Pero antes de marchitar su sonrisa con mi ruda sinceridad, Alf, mi jefe, grita con toda la potencia de su vieja garganta.
—¡Autumn, es hora de trabajar, no de coquetear!
Ben enrojece y yo solo puedo cerrar los ojos tratando de reunir toda la paciencia posible para no sacarle el dedo de en medio al imbécil de mi jefe.
—Te estoy retrasando en el trabajo, discúlpame.
—No te preocupes. —hago un gesto con la mano. Saco mi libreta y mi bolígrafo para darle énfasis a que debe pedir ya.
—Oh, —por fin parece haber entendido mi indirecta. —Quiero un café y una porción de pastel de frutos rojos.
Asiento y camino a toda velocidad para deshacerme de la incomodidad creada por la anterior conversación. Cuelgo el papel con el pedido en la cocina, para que nuestro chef lo haga en un santiamén. Toco una vez en mi auricular derecho para reanudar la música que me obligaron a interrumpir. Bailo detrás de la barra mientras que espero a que el pedido esté listo, hago gestos con la cara y frunzo los labios, pongo mis manos en la barra y bajo haciendo círculos con mi cadera.
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Suecia, Estocolmo
Fiksi IlmiahUn amor. ¿Amor? Eso no existe, o al menos aquí. Solo existe la desesperación, el terror, y el final más asqueroso, la resignación. Hoy te lo cuento, hoy salgo a hablar. Ya que Autumn no puede hacerlo...