VIVIANE, EL HADA

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No puedo describir con palabras lo que esta colonia significa para alguien como yo, encarcelada en una prisión de hormigón durante toda la vida y camuflada en un disfraz de normalidad que me va pequeño. No os podéis ni imaginar. Es casi como respirar aire fresco después de bucear. Una oleada de alivio, de felicidad, de éxtasis... 

—¿Te encuentras bien, Viviane? Estás sonriendo —dice el idiota de Asa. 

—¿Te callas? —le pido. 

Él aprieta los labios, divertido, porque sabe que está dominando la situación. Pero eso es gracias a la hechicera que le sigue como una simple sirviente. Si podría dominar el espacio colonial con su poder... ¿Acaso no lo habrá pensado? ¿Será demasiado cobarde como para lanzarse? 

—No vayas por ahí —susurra Marline, leyendo mis pensamientos con descaro otra vez. 

—Qué irritante eres... 

No hay tiempo que perder, por lo visto. Ese demonio lleva semanas surcando el cielo, destrozando por puro placer todo lo que se le cruza. A ver, tampoco os llevéis una imagen negativa del pobre ente. En realidad, pocos entienden la naturaleza de los demonios. No es que sean malos, es que para ellos la maldad y la bondad tienen una definición un poco diferente a la nuestra. ¿Cómo os lo explico...? Viene a ser más o menos como cuando paseábamos por la Tierra firme, entre sus campos de hierba fresca y pisábamos a las hormigas. ¿Eso os hace malos? ¿O simplemente desde vuestra perspectiva ni tan siquiera eráis conscientes de su existencia? Pues lo mismo pasa con los demonios gigantes que surcan el espacio. Pero como Asa y Marline creen que la estupidez es un rasgo inherente a las hadas, no voy ni a intentar explicárselo. Dejémosles que peleen si así son más felices. 

No puedo separarme de mis captores más de dos o tres metros, y ¡menos mal! porque de lo contrario ya hubiera huido sin cumplir mi palabra. No penséis de mal de mí, es que he vivido los últimos veinte años encerrada y aquí... Aquí es casi como estar en la tierra, con plantas vivas, y arena bajo los pies, y agua... mucha agua. Siento la necesidad de sumergirme en ella y recuperar mis ancestrales poderes cuanto antes, y para ello debo llegar al Lago. 

Coger la espada. 

Ser libre.

 Yuhu. 

—¿No está muy callada? —murmura Asa pensando que no le escucho. 

—Déjala. Está embobada con los duendes y los fuegos fatuos. 

Caminamos a través de las calles adoquinadas de un colorido pueblo, con casa de piedra de cuyos balcones cuelgan estandartes de gremios y oficios variados. Recorremos plazas y puentes, incluso nos detenemos a comer. 

—Yo pensaba que las hadas eran más delicadas —dice Asa al verme engullir la sopa con albóndigas. 

—¿Es que nunca se calla? —le pregunto a Marline, que se ríe a carcajadas, tanto, que acaba echando la sopa por la nariz.Yo me río también viendo la cara enfurruñada de Asa. Está muy gracioso con los mofletes hinchados y los labios arrugados. Casi me cae bien y todo el muy idiota. 

—¡No hablo tanto! —se queja. 

—¡Para nada! —ironiza Marline. 

Y entonces se ponen a hablar de sus batallitas, que si yo te dije no sé qué no sé cuándo, que si aquella vez que fuimos a no sé dónde, y otras tonterías que me interesan lo mismo que a un surfista el tiempo en la sierra. 

Estoy a punto de conseguir mi objetivo, así que les dejo hablar mientras me limito a llenar el estómago

Colonia Espacial AvalonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora