Snowman

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La nieve que caía sobre los árboles fuera de su jardín era una vista que a Lisa le encantaba ver, jugar con esta y crear muñequitos de nieve al lado de su linda esposa.

O al menos, antes lo disfrutaba.

Ahora lo único que hacía era llorar. Jennie estaba igual de triste que ella, pero decía que debía mantenerse fuerte. Debía cuidar a su pequeña que no dejaba de sentirse mal.

—No llores mi linda muñequita de nieve, intentemos hacer de esta navidad un momento feliz —Jennie acarició su espalda, mientras la oía sollozar—. Sé que nuestro pequeño ya no está aquí, sé que se te desgarra el alma tanto como a mí. Pero mi linda muñequita, debemos seguir.

Lisa tenía siete meses de embarazo cuando tuvo un accidente automovilístico que la dejó en el hospital. A ella no le había ocurrido más que leves fracturas y cortes, pero lamentablemente el pequeñito que crecía en su vientre no tuvo la misma suerte y los doctores terminaron confirmando su muerte luego de varios exámenes.

Fue la peor noticia que pudieron recibir. Lisa sintió que su alma abandonaba su cuerpo, llorando de manera desconsolada con el corazón más que roto. Jennie recuerda haber visto a las enfermeras contagiarse de la melancolía y acompañar a las madres en el llanto.

Todo pasó tan rápido.

A los cinco días le dieron el alta a la tailandesa, pero esta parecía seguir enferma. Enferma de dolor, agotada de llorar, pero demasiado triste como para detenerse. Jen la acompañó en su pena, pasaron tardes llorando a los pies de su cama matrimonial, abrazándose como si la vida dependiera de aquello.

Pero lo cierto es que ni los abrazos más fuertes y cariñosos que alguien pudiese ofrecer, le hacían sentir algo. Lisa ya no sentía más que pena y dolor. El brillo de sus ojos fue cruelmente arrebatado y a Jennie le ardían hasta los huesos ser testigo de eso.

—Te tengo un regalo, amor —dijo la mayor, separándose un poco para alcanzar una bolsa de terciopelo.

Hoy era navidad, el día en donde los doctores le habían dicho a Jennie y Lisa que existía una alta posibilidad de que su hijo Mink naciera. Dieron esa aproximación unos meses antes del accidente.

—Toma —le entregó la bolsita, intentando sonreír.

Lisa la agarró sin muchos ánimos, abriéndola delicadamente y sacando del fondo una pulsera de oro. Tenía dos colgantes, uno era una letra M y otro era el rostro de un muñeco de nieve.

La más joven soltó un gemido de dolor de lo más profundo de su ser, cayendo sobre los brazos de su esposa.

—Necesito que sepas que Mink siempre va a estar en nuestros corazones, amor. Él nos cuida desde lejitos, pero con mucho amor, yo lo sé —le susurró mientras acariciaba sus largos mechones. La sintió asentir en su pecho y no pudo evitar que las lágrimas abandonaran sus ojos.

A Jennie también le dolía muchísimo todo lo que pasó con su hijo. Jennie acompañó en cada momento a su mujer, desde cuando decidieron que iban a iniciar el proceso de inseminación artificial hasta cuando tuvieron su primera ecografía. Recuerda que esa vez ella sostuvo la mano de Lisa, mostrando su alegre sonrisa gamosa al ver a su hijo en la pantalla. Se emocionaron tanto que ambas lloraron, sus corazones desbordando alegría. Celebraron de mil maneras, su amor como pareja se elevó un nivel que ni sabían que existía, se conectaron como nunca antes y fueron tan felices en todo el proceso...

Y todo para que después ese anhelo y gozo se transformara en días oscuros y devastadores.

Lisa ya no quería levantarse de la cama, quería llorar los días completos hasta volver a dormirse. Dejó de trabajar, tenía licencia médica, por lo que no perdió su empleo, pero la verdad es que ya ni eso le interesaba.

Jennie por otro lado comenzó a trabajar desde casa. Era la jefa de su empresa y no podía tomarse tanta libertad, pero eso jamás le impediría hacer todo lo posible para apoyar a su esposa y estar allí para ella.

—T-Te amo, Jenn-ie. No- No sabes cuánto te amo —murmuró la menor entre hipidos y sollozos, agradecida—. L-Lamento... Lamento tanto haber perdi-do a... a nuestro hijo... —su voz salió rota.

Inevitablemente el pecho de Jennie se oprimió, destruida por las palabras de su mujer. Era tan triste todo.

—Jamás vuelvas- —no pudo terminar la oración, llorando en su peor estado—, j-jamás digas eso, Lalisa —besó su cabeza, sintiendo las lagrimas de la más alta caer en su hombro—. N-No es tu c-culpa.

Jennie se había levantado ese día con la esperanza de crear un ambiente cálido, considerando que era navidad y ya habían pasado mucho tiempo sin sonreír ni un poquito, pero le estaba costando demasiado no sentir que su mundo se pintaba de tonos grisáceos otra vez.

—Te amo tanto, Lalisa. Te amo tanto que juro por mi vida que estaremos bien —frotó su espalda. Estaban sentadas en la alfombra frente a la chimenea con el arbolito navideño a un costado. El ruido de la leña quemándose se mezclaba con los lamentos que salían de sus gargantas—, haré que estemos bien.

La de ojitos grandes pero apagados sonrió un poquito, abrazando con más fuerza al amor de su vida.

Por afuera la nieve comenzó a caer con intensidad, tapando rápidamente las hojas de los árboles. Jennie lo notó enseguida y decidió hacer algo que hace mucho no hacían.

—Ven, vamos a abrigarnos para salir.

—¿Salir adónde, Jennie? No sé si quiera...

—Sólo confía en mí —Lisa la observó dudosa—, por favor —suplicó y Lisa no se pudo negar a esos lindos labios formando un puchero.

Cinco minutos después estaban afuera de la casa, jugando con la nieve. Jennie armó una bolita y se la lanzó a la menor.

—¡Oye! —se quejó, tomando un poco de nieve del suelo y repitiendo el acto que hizo Kim. La castaña rió, intentando esquivar la bola—. ¡Eso es trampa, no se vale!

—¡Todo se vale, amor! ¡No existen reglas para lanzarse nieve! —le sacó la lengua, divertida.

—¿A sí, Jennie Kim? —formó un gran óvalo que apenas se pudo y se lo lanzó.

Comenzaron a jugar, Jennie escapando de su chica y luego viceversa. Terminaron agotadas de tanto correr y Lisa declaró la paz, mientras recuperaba la respiración agachada, sosteniendo sus rodillas. Jennie se apoyaba en el tronco del árbol igual de cansada.

—Lis-... Listo —respiró profundo y botó el aire por la boca—, si no me lanzas, yo no te lanzo —la nariz de la extranjera estaba rojita por el frío y sus manos temblaban, era una vista maravillosa.

Jennie estuvo de acuerdo, acercándose a ella con una risita que sonaba agitada. Lisa rió también, contagiada de su esposa; ambas tenían una horrible resistencia.

Jennie se sorprendió un poco, era la primera vez que Lisa se reía desde hace mucho tiempo. Su corazón latió en desesperación por oírla otra vez, se había olvidado de cuánto le gustaba ese sonido.

—Te amo —fue lo único que pudo decir Jen, emocionada y feliz—, te amo mucho —se le acercó unos pasos más hasta conectar sus labios en un beso estúpidamente hermoso.

Fue íntimo y muy desde el fondo de sus corazones. Lisa sintió, luego de mucho, una pizca de felicidad volver a su vida; Jennie. Siempre era Jennie.

Se pasaron la tarde creando muñecos de nieve. A veces se detenían para besarse o simplemente abrazarse y echarse en la nieve a disfrutar del lindo invierno que había llegado a Seúl.

Aún seguía doliendo, aún quería llorar y llorar, pero su navidad logró darle un pequeño granito de esperanza y paz. En el fondo, esperaba que junto a Jennie pudiera volver a ser feliz.

No cabe duda que esas dos se adoraban mutuamente.

Mink también las hubiese adorado.

Fin

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