Oliver decidió hacerse un poco menos miserable aquella mañana. No porque quisiera, sinceramente estaba más que feliz de pasar el resto de sus días llorando al son de música triste mientras vestía la ropa vieja de su ex a la que por una razón u otra no había pedido que se la devolviera, sino porque su amigo le había rogado que se reuniera con él para tomar un café en aquel nuevo local no tan lejos de donde vivía.
Marco, su ahora ex pareja, tenía un estilo de moda fatal, y el propio Oliver sabía que no era el estereotipo de gay amante de las tendencias, pero estaba seguro de que uno no combinaba estampados de colores con rayas monocromáticas, ni mucho menos chalecos tipo tigre con pantalones neón.
A decir verdad, ni él mismo sabía por qué seguía sintiéndose mal por alguien como Marco, pero como siempre, el amor hacía más estúpidos a los estúpidos.
—¿A qué te refieres con que no vendrás?
Estaba fuera de la cafetería con ropa que, por primera vez en mucho tiempo, era suya. Las había encontrado en el fondo de su armario y estaban en condiciones decentes, aunque un poco arrugadas. También se había duchado, lavado los dientes y desayunado, pero eso no cambiaba el hecho de que sus ojeras eran profundas y su piel tenía un aspecto un poco enfermizo.
No, basta, estaba distrayéndose. César, que no era para nada su amigo en contra de toda evidencia y creencia popular, le había dicho algo que le dejó curioso, pero no preocupado porque sonaba a que lo que había hecho no era para tanto. Probablemente. Esperó a que su amigo respondiera a su pregunta, sin embargo permaneció en silencio durante mucho, mucho tiempo. Demasiado, de hecho, que Oliver no estaba seguro de si seguía en línea. Ese bastardo.
—Tuve algunos problemas con el coche —dijo, por fin.
—Literalmente vives a menos de diez minutos de aquí. Caminando.
—¿Me lastimé el pie?
—Llama a un taxi o Uber.
—Hay mucho tráfico.
Oliver se tambaleó de un pie a otro, estiró su cuello en dirección a la calle.
—Todavía no hay razones suficientes para que no vengas.
—Si insistes, mi queridísimo Oliver —suspiró dramáticamente, como si con ello estuviera diciéndole al mundo que no estaba preparado para lo que viniera a continuación—, bueno, hice una cosa...
—No de nuevo —dejó escapar un suspiro cansado, pasándose la mano libre por la cara—, ¿qué pasó ahora?
—Oh no mucho realmente, solo te arreglé cita a ciegas con un chico súper lindo —soltó una carcajada traviesa, pero Oliver no veía el chiste—, espero y no te moleste.
Oliver intentó encontrar las palabras adecuadas para decirle al idiota con el que estaba hablando. Es decir, ¿quién en su sano juicio le haría algo así a él, una persona que recientemente había roto una relación de varios años con el hombre de sus sueños?
—Tú silencio me da a entender que no estás feliz.
—Me arreglaste una cita.
—Ajá.
—A ciegas.
—¿Sí?
—Te odio.
—De nada.
—Hablo en serio.
—Yo también.
Como estaba lo suficientemente cansado como para enfadarse por haber pasado la noche llorando hasta altas horas de la madrugada por el fracaso de su relación, decidió utilizar la poca positividad que tenía y no tirarla por el desagüe. Incluso así, no podía comprender lo absurdo de la situación. Absurdo y nada cuerdo que alguien se interesara tanto por la vida amorosa de sus amigos, o por la falta de ella.
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Oliver & Evan
القصة القصيرةOliver ya no puede más. Desde que rompió con su novio de cuatro años ha quedado en un estado de tristeza absoluta, replanteándose obsesivamente todas las decisiones que lo llevaron hasta este punto. Del otro lado, Evan no puede mantener una relación...