Capítulo 3: Salvación

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Al cumplir las dos semanas desde mi encierro, aprendí a calcular las horas que se demoraba en llegar mi comida. Cada una estaba separada por un rango amplio de horas. No sabía cuántas exactamente, pues no tenía reloj en la habitación, pero después de cada comida, nadie entraba hasta la siguiente entrega; aquello me servía.

Cuando finalmente decidí escapar, tomé el tenedor que había escondido de una de mis comidas y lo posicioné bajo la almohada. Pensaba defenderme con eso, aunque no sabía cuánto daño podría hacerle a mi oponente.

Entró el primer sujeto; lo dejé pasar.

Mi corazón estaba demasiado acelerado como para actuar con inteligencia, sin embargo, aproveché de llenar mi estómago de comida por si debía caminar largas distancias hasta que alguien me encontrara.

Entró el segundo sujeto; permanecí inmóvil. No podía hacerlo.

Si algo salía mal, aquellos cerdos no dudarían en lastimarme, sobretodo porque tenían la autorización de Louis.

Al momento de llegar el tercer sujeto, el sol se apaciguó en mi ventana y yo lo esperé detrás de la puerta. Hizo una pausa cuando me encontró en la esquina de la cama, pero en cuanto asomó su cabeza para verificar mi paradero, clave el tenedor contra su brazo y pateé su entrepierna. Era el sujeto que se había reído de mí.

Sin mirar hacia atrás, corrí hacia el mismo ventanal de antes, pero cuando llegué a la sala de estar, escuché la voz de Louis.

Antes de ser visto, entré en la primera habitación que encontré. Era un armario, y estaba lo suficientemente oscuro como para pasar desapercibida.

—¿Le dieron las tres comidas? —preguntó Louis. Robín lo acompañaba.

Si el sujeto herido los alertaba, sería mi fin.

—Regresaré la semana que viene y no quiero volver a encontrarlo como lo hice. Nadie lo toca, ¿Entendido? —preguntó. Se estaba yendo.

—Si —respondió Robín de mala manera —Si señor —repitió, corrigiéndose.

Entonces escuché la puerta cerrarse y esperé unos segundos para asegurarme de que hubieran salido.

Me asomé por la apertura de mi puerta y no vi a nadie a mi alrededor. Tenía poco tiempo antes de que todos supieran que había escapado y sentía que mi corazón se desbordaría en cualquier momento.

Lentamente, puse un pie afuera del armario y miré hacia el pasillo. No había nadie, era el momento.

Corrí a toda velocidad hacia el jardín. Mis pies tocaron la maleza y recordé estar descalzo, pero no me importó. Corrí como si no hubiera un mañana, como si mi vida dependiera de un hilo y está era la única salvación.

Mientras corría, imaginaba que al final del camino estaría Liam esperándome; desesperado, buscándome, pero sabía que no era así. Probablemente Liam estaba en su pueblo, afianzando la relación con su padre y con... Finn.

Nadie me esperaba al final del camino, ni tampoco parecía haber un final.

Después de lo que había parecido una eternidad, noté que la casa estaba lo suficientemente lejos de mí. Me faltaba aire y aunque estaba sudando, sentía mi piel fría.

No quería parar de correr, pues en ningún momento miré hacia atrás para verificar que alguien estuviera siguiéndome, pero mi cuerpo no podía más. Sentía pequeñas punzadas en mis piernas, como si estuviera al borde de un calambre, y mi garganta empezaba a cerrarse de nuevo.

Caí al suelo y posé una mano en mi pecho, no podía respirar. Intenté golpear mis piernas para que reaccionaran, pero nada parecía funcionar.

¿Por qué tuve que ser yo? ¿Por qué tuvo que ser Zee?

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