01. una dosis de alivio

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01. una dosis de alivio

 una dosis de alivio

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⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Haberlo visto significó, probablemente, un suspiro de mero alivio ante la indescriptible perturbación que había estado arremolinándose en su pecho desde hace ya un tiempo.

Los segundos parecieron no haber pasado en absoluto en cuanto los brazos de su hermano mayor se envolvieron fervientemente alrededor de su cuerpo. Después de tanto tiempo las sensaciones se hacían sentir con demasiada fuerza en sus pechos. El sentimiento de lejanía había estado más presente que nunca y hoy, finalmente, se disipaba.

—Como te extrañé, chiquita.

Aún envuelta en aquel gesto que le iba a explotar el corazón de ternura en cualquier momento, Aisa sonrió entre la amenaza de un posible llanto asomándose sin permiso alguno. No quería desmoronarse emocionalmente ahora, en medio del aeropuerto.

—Yo también, Emi. —murmuró, tragándose las lágrimas. Se separó del abrazo y las manos del muchacho se aferraron a sus hombros.

Él ahora se encontraba observándola minuciosamente. Sus ojos le recorrían velozmente cada rasgo en su fisionomía, como si quisieran corroborar que todo esté bien. Que ella esté bien.
Y la chica lo sabía. Conocía a su hermano lo suficiente como para tener toda la certeza de que su interés por ese bienestar tan buscado iba más allá de lo común y típico del rol de hermano mayor. Estaba cien por ciento segura de que el motivo radicaba en el hecho que había tomado lugar meses atrás, dónde su vida cambió por completo.

Y, ciertamente, ella no estaba equivocada. Porque a Emiliano le había estado carcomiendo la consciencia el saber que su hermana había tenido que atravesar todo el calvario que aquel suceso había ocasionado en su vida tiempo atrás.
Es más, la última vez que se habían visto fue -justamente- cuando él tuvo que ir a visitarla en aquella habitación de hospital en Mar del Plata. Hace casi once meses exactamente.
Y ahora, la posibilidad de tenerla acá, con él, tan real y capaz de abrazar, le otorgaba toda esa tranquilidad que había estado precisando.

Sin embargo, aún así intentó disimular olímpicamente el momento en el que reparó del estado en el que en verdad ella se encontraba. La notó más pálida de lo normal, con una especie de bolsas grises tomando forma bajo sus ojos y brindándole ese aspecto un tanto preocupante, que nunca fue característico en ella. A medida que sus dedos se envolvían por sus hombros podía sentir lo delgada que se encontraba, y eso no hizo más que causarle un amargo gusto bajo lengua.
La imagen de una Aisa completamente contraria a ésta, repleta de vida, luz y color se instalaba en el fondo de su mente y obligaba a qué su pecho se estruje con fiereza.

—Estoy bien, che. —soltó la castaña, casi riéndose en forma de burla ante la fija mirada de Emiliano. Ella sonrió abiertamente, y él tuvo que tragar toda esa consternación repentina para no arruinar el momento.

Le agarró de la parte superior de la cabeza y revolvió molestamente sus cabellos, causándole una sonora queja. Ella era mucho más baja que él en estatura y eso le significaba una gigantesca ventaja al castaño a la hora de fastidiarla. Como si ambos fueran adolescentes.

—Bueno, dale, vamos para casa que me cago de hambre y Mandinha debe estar caminando por las paredes.

Y al ritmo de charlas lo suficientemente triviales y casi absurdas pero extremadamente necesarias para una relación de hermanos como la de ellos, ambos se embarcaron rumbo a la residencia Martinez.
El día en Birmingham, cómo era de costumbre, se coloreaba de grisáceos y una brisa un tanto fresca. Cada tanto, el sol se dejaba a relucir para brindar pequeñas dosis de calidez que cortaban con aquella nubosidad matutina. La chica recordaba ésta clase de clima a la perfección, pues no era la primera vez que venía.

—¿Y qué onda? ¿Cómo están Mandinha y los chicos? —inquirió Aisa, luego de una ronda de risas a causa de chistes que su hermano acostumbraba a hacer. Se sentía bien de experimentar ese vuelco de energía en su interior al saber que en unos momentos volvería a ver a su cuñada y sobrinos. Realmente los había extrañado.

—Uf, Mandinha está como loca. No te imaginas. —espetó, inflamado sus mejillas al hablar. —Me hizo venir como una dos horas antes al aeropuerto porque tenía miedo de que llegues antes de tiempo y estés sola. —contó, mientras la chica torcía sus labios en un puchero ante la dulzura de aquello. Mandinha siempre había sido como una madre para ella. La madre que, tal vez, le hubiera gustado tener. —Y Santi y Ava están re emocionados, desde la semana pasada no hubo un día que no preguntaron por vos, cuando apenas se enteraron que ibas a venir.

La castaña carcajeó por lo bajo, a sabiendas de que le gustaría congelar esa sensación de alegría que le ocasionaba escuchar eso. Por escasos segundos corrió la vista hacia la ventanilla, fijándose en los árboles que adornaban la entrada de los barrios privados allí.

Aclaró su garganta antes de volver a hablar. —Gracias, Emi. —sus labios se transformaron en una línea recta y las emociones decayeron un poco. —Y perdoná por toda la molestia-

El muchacho soltó una sonora queja que interrumpió a la chica. —Aisa, no seas boluda. —sentenció, mirándole fugazmente con cejas levemente enarcadas. —Sos mi hermana, y una de mis personas más importantes. —siguió. La chica vió como esos orbes eléctricos que él solía poseer se suavizaban notablemente. —Mirá si ésto va a ser molestia para mí. Ni lo digas. —negó. —Mandinha y yo estamos emcantadísimos de recibirte.

La contraria infló su pecho, rogando a todos los cielos no ceder ante ese nudo de lágrimas que volvía a tomar forma en la boca de su estómago. La dificultad de los últimos tiempos había estado haciendo de su vida una verdadera pesadilla, y esperaba deshacerse de eso de una vez por todas con éste nuevo comienzo. Ir sentada en éste vehículo ya significaba un gran logro para ella aunque no quisiera admitirlo ni pensar en profundidad sobre la razón de ello.

—Es que yo sé que los jodí bastante a los viejos y a vos éste último tiempo...

Emiliano tragó, presionando sus palmas contra el volante. —Y estabas en todo tu derecho. —resolvió, alzándose de hombros. Una parte de él buscaba brindarle, o al menos intentar transmitirle esa especie de seguridad. —Después de lo que pasó era esperable que las cosas se vuelvan difíciles. Nadie puede culparte por la manera en la que lidias con las dificultades y secuelas de algo así, Aisa. —explicó, como si estuviera tratando una obviedad. Vislumbró el perfil de la chica inmerso en algún punto fijo del cristal del coche. Apostó todas sus fichas a saber con lo que se encontraba maquinandose la cabeza. —Y dejá de darle tanta bola a papá y mamá con lo que te digan. Ellos no son nadie para oponer palabra en ésto.

Aisa mordió su labio inferior. Las palabras de Emi lograban reconfortarla pero no enteramente. Sabía que, al fin y al cabo, ella no llevaba consigo la rebeldía que él podía poseer. Esa actitud desafiante que siempre había sido como su rasgo distintivo no se había tratado de una cualidad compartida para ambos Martinez. Porque se sentía todo lo contrario. Ella sí veía a sus padres como figuras imponentes, y también le otorgaba importancia a lo que tenían para decir.

—¿Volvieron a decirte algo, no?

Pero Aisa vislumbró la entrada de la casa de su hermano a un par de metros. Suspiró de manera exhausta y se dignó a mirarle de reojo, para después bajar la vista. Él estaba esperando una respuesta, pero a ella no se le antojaba charlar del asunto por el momento.

—Después lo hablamos bien, ¿Si?

Emiliano se dedicó a mirarla, una vez más. Y aunque le hubiera gustado quedarse con eso, la intranquilidad volvió a emerger en sus adentros. Temía lo que ya era un hecho, y le afligía no tener una solución instantánea.

Él sabía que Aisa no se encontraba del todo bien, y no quería que ese desastre en su interior vuelva a explotar como ya lo había hecho antes, no cuando no tenía la seguridad de que ella podría aguantar una vez más.



BEAUTIFUL TRAGEDY ━━julián álvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora