Capítulo 4: El último de los espíritus

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La temperatura comenzó a descender aún antes de que el reloj marcara las tres; primero fue apenas perceptible, cubierto como estaba entre las mantas de su cama, pero conforme avanzaba el tiempo, el cuarto estaba cada vez más frío, hasta que finalmente, cuando el reloj indicó la hora convenida y unas campanas lejanas la confirmaron, Bakugo estaba tiritando, aún con la bata y las cobijas.

El último de los fantasmas emergió de entre las sombras de la habitación, lento y solemne, como quien lleva a cabo un rito fúnebre y fue a pararse justo en donde la luz de la luna se colaba por las ventanas, pues a diferencia de los anteriores, de él no emanaba brillo alguno. Era una figura delgada, apenas más alta que Bakugo, de cabellos negros y ropas nada ostentosas que ocultaban buena parte de su rostro, pero cuando se levantó para verlo mejor, un par de ojos rojos le devolvieron la mirada.

—Tú debes ser el fantasma de las navidades futuras —dijo, conteniendo un escalofrío que le recorrió el cuerpo. El espíritu asintió y extendió el brazo para que él lo tomara; Bakugo tragó saliva antes de obedecer, pues a pesar de que este espíritu no era tan impresionante como los dos anteriores, sí tenía en él un aura que le erizaba el pelo de la nuca—. ¿A dónde iremos?

—¿Por qué preguntas algo que te será revelado ya mismo? —la voz del espíritu era fría y lánguida, llena de cansancio. A Bakugo le pareció que deseaba todo en este mundo antes que hablar con él, así que decidió callar mientras el espíritu los llevaba fuera de la habitación, con rumbo al distrito comercial de la ciudad.

Descendieron en una de las calles principales, la misma que Bakugo había atravesado esa misma tarde para dirigirse de su oficina al edificio de la Asociación de Comercio y de regreso. Las calles seguían decoradas con luces, campanas y moños como en todos los años, pero a la luz de la mañana le parecía a Bakugo que la visión era menos maravillosa, o quizás fuera la presencia ominosa del espíritu.

Esperó a que echaran a andar por alguna de las avenidas laterales o quizás que volvieran a elevarse entre la gente, pero el fantasma le indicó hacia adelante, a un grupo de tres personas de negocios que chismorreaban en la mesa exterior de una pequeña cafetería.

—Yo los conozco —dijo Bakugo—. Hemos hecho negocios juntos.

—Y quizás te interese de lo que están hablando.

Se acercó con curiosidad y deseó por un momento ser capaz de sentarse entre ellos, pero ni aún fuera de aquel extraño sueño habían tenían esas consideraciones, mucho menos podría hacerlo acompañado del espectro, así que aguardó junto a la mesa.

—¿Muerto? —decía uno de ellos, de cabello claro y expresión juiciosa, como si no creyera lo que su colega le acababa de decir—. ¿Cómo que muerto?

—Estiró la pata, se mudó a otro mundo, ya está en un lugar mejor, ¿qué parte de eso no es claro? —preguntó otro hombre, rubio y muy divertido por todo aquel asunto.

—Me refiero a que hace dos semanas que lo vi estaba bien, nos mandó al demonio en la última junta del año. No parecía enfermo y tampoco era viejo —explicó el primero de los hombres—. ¿Qué le pasó?

—Pues, no es que alguien me haya informado directamente, pero todo indica que tuvo un accidente en su casa. Nada grave, creo, pero se quedó atrapado y por dos semanas nadie lo encontró, hasta que unos inquilinos reportaron un horrendo olor a la policía —terminó con una carcajada, como si les hubiera contado algo divertidísimo.

—No es gracioso —replicó la única mujer en el grupo—. Morir así debió ser algo horrendo.

—Yo digo que obtuvo lo que merecía finalmente, era un patán y ya no tendremos que vérnoslas con él en las jutas de la Asociación o en cualquier otro lado. Lo único que lamento es que hayamos perdido sus inversiones, pero...

Bakugo en un cuento de navidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora