Capítulo 5: El día de navidad

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Bakugo abrió los ojos para encontrarse atrapado entre la ropa del espíritu, entre la tela que le ahogaba y lo dejaba inmóvil para engullirlo al final. O eso es lo que pensó por un momento, hasta que se percató del silencio que lo rodeaba, apenas roto por el sonido de música en la lejanía y entonces se dió cuenta de que estaba envuelto en sus propias mantas, atado entre ellas como si hubiera rodado varias veces mientras dormía.

Se desenredó con cuidado, cayendo al suelo en el proceso, pero el corazón aún le latía con fuerza, lleno de un miedo que aún a la luz del sol que entraba por las ventanas, apenas era capaz de comprender.

—¿Fue un sueño? —preguntó en voz alta y se giró sobre sí mismo para mirar su habitación. Frente a la chimenea había una braza solitaria, la que había sacado del fuego cuando creyó ver el rostro de Todoroki en él. ¡Y junto a la puerta estaba el atizador!, ¡tan lejos de su lugar que no había manera de que hubiera llegado ahí si es que lo de la noche pasada no hubiera sido real!—. ¡Fue real!

Una especie de euforia se apoderó de él entonces, porque no había sido un sueño. Había sido tan real como la vida misma y ahora que había tenido la oportunidad de ver más allá del presente, tenía la oportunidad de cambiarlo, ¡claro que la tenía!

¿Pero cuánto tiempo habría dormido?, ¿tres días? Le había parecido una vida entera, pero la magia de los espíritus era tan maravillosa que no se sorprendería que no fuera así, por lo que bajó las escaleras como un torbellino y encendió la radio de la cocina. Buscó entre las estaciones llenas de villancicos hasta que encontró un noticiero, saludando al público y dando los sucesos de ese día 25 de diciembre.

Aún más alegre que antes, volvió a su habitación y se puso el traje y las botas y tomó su chequera de la caja fuerte. Tan frenético estaba por salir que ni siquiera se detuvo a tomar el almuerzo y debió regresar sobre sus pasos a media cuadra cuando se dió cuenta de que no llevaba ni abrigo, ni bufanda, ni guantes.

Por primera vez en su vida habría tomado un taxi, pero ese día en particular parecía que todos los taxistas habían decidido quedarse en casa, así que recorrió a pie el camino hasta la avenida principal, donde los comercios ya estaban abiertos.

Curioso y dándose cuenta de que también había olvidado su reloj, buscó entre los aparadores, hasta que el reloj de una pequeña tienda le indicó que eran poco más de las once. ¡Había dormido demasiado!, pero con algo de suerte sus trabajadores se habrían quedado celebrando hasta tarde y seguirían dormidos.

Entró en una adorable tienda de regalos en una esquina algo apartada del ajetreo de la mañana y un anciano lo recibió amablemente.

—Buenos días, buen caballero, ¿buscando un regalo de último minuto?

—¡Sí!

—¿Puedo preguntar para quién?, ¿quizás para una novia? Puedo ayudarle a elegir algo muy lindo.

—Es para unos amigos míos; los he ignorado por mucho tiempo y creo que merecen algo bueno —dijo, mirando a su alrededor.

El anciano entonces le ofreció varias cosas, pequeños detalles como cajitas musicales o arreglos de fruta, pero no le parecía suficiente. Al final se decidió en unos adorables animales de peluche para los niños, un brazalete para Uraraka y por último, un reloj reluciente para Midoriya. El viejo miró con asombro mientras firmaba un cheque por todo aquello y le daba las instrucciones para que se los llevaran a su departamento esa misma tarde. Todo sin el nombre del remitente, por supuesto, no tenía interés alguno en que pensaran que les estaba jugando alguna broma.

Salió de ahí aún vigorizado por la experiencia de la noche anterior, pero se dió cuenta casi de inmediato que no sabía a donde ir. Tenía la vaga idea de llegar de improviso a la fiesta de Kirishima, pero aún faltaban horas para eso, así que deambuló por las calles en espera de una nueva señal.

Bakugo en un cuento de navidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora