Era sólo una niña. Tendría cinco años y era la mañana de Navidad. No había dormido nada la noche anterior y, a las siete en punto de la mañana, estaba vestida y lista para salir. Mi madre me pilló girando el pomo de la puerta.
—¿Dónde vas, señorita?
—¡A por mi regalo de Papá Noel!
—Es muy pronto, cariño. Primero veamos qué te ha dejado en casa, luego soplamos las velas de tu cumpleaños, desayunamos la tarta y luego vamos.
—¡Pero ya no quedará nada! ¡Todos los niños habrán abierto los regalos!
Mi madre se rio, pero no hubo forma de que me dejara salir. El resto de padres del pueblo debieron tener conversaciones similares, porque, a las nueve en punto, la entrada al parque se llenó de nuestros gritos y de manos que nos sujetaban las capuchas de los abrigos.
Corrí hasta el árbol y miré a mi alrededor. Gloria se acercaba, también corriendo. Reímos, gritamos y nos acercamos a los paquetes que teníamos más cerca y que nos parecían más grandes que los demás. Los zarandeamos para escuchar el interior e intentar adivinar qué había dentro. Rasgamos el papel. Torcí el morro al ver que era un camión de juguete.
Y, justo cuando estaba a punto de decir que Papá Noel era mala gente, un niño con el pelo de punta y los ojos casi amarillos apareció a mi lado.
—Hola. ¿Me lo cambias?
Agitó junto a mi cara una Barbie.
—No —sentencié—. No me gustan las muñecas.
—A todas las niñas les gustan las muñecas.
—A mí no.
—A mí sí —intervino Gloria—. Yo te lo cambio.
Al final hicimos un intercambio a tres: Yo le di al niño su camión, él a Gloria su Barbie, y ella a mí unos patines de plástico que me hicieron más feliz que una perdiz.
—¿Cómo te llamas?
—Noel.
—¿Me acompañas a estrenar los patines?
***
Noel suelta mi mano.
—El día que nos conocimos. —Asiento, para darle la razón—. Vaya. Hacía mucho que no lo recordaba.
—Hace una vida entera de aquello. Después nos tiramos la mañana entera jugando.
—Y ninguno nos volvimos a separar. Hasta que...
—Por favor, Noel. Deja a un lado el rencor. Concédenos esta noche.
Ladea la cabeza y parece pensárselo unos segundos.
—Está bien. ¿Qué más tienes para mostrarme?
Sonrío y echo a andar hacia el final del parque. En esta zona han dejado sólo pequeñas luces repartidas aquí y allá y está realmente oscuro. Al fondo de la última callejuela hay una pequeña explanada. Ahí, justo ahí, se colocaban, verano tras verano, las orquestas del pueblo. Y, detrás de uno de aquellos enormes camiones que se transforman en escenario, Noel me dio mi primer beso. Aunque no el último.
Extiendo la mano hacia él, un poco temerosa. Sé que me estoy metiendo en terreno pantanoso al recordarle las cosas buenas que tuvo nuestra relación, pero quiero que sepa que, a pesar de todo lo malo, nos quisimos mucho. Y bien.
—No hace falta que me enseñes este recuerdo —dice, y yo agacho la cabeza, avergonzada y triste por su rechazo—. Nico y Gloria ya se estaban dando el lote y yo no me atrevía ni a rozarte. Llevabas un vestido de flores y dos trenzas en el pelo. Yo estaba tan nervioso que no sabía dónde poner las manos y al final...

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Recuerdos por Navidad
RomantikHace diez años que Belén no vuelve al pueblo por Navidad. Puede que tenga que ver con las heridas del pasado. O con el peso de los recuerdos. Sin embargo, por fin ha llegado el momento. Una sola noche llena de reencuentros y un don especial harán qu...