La cena de Nochebuena ha sido caótica. Los últimos años la he celebrado en mi piso de la ciudad, a solas con mis padres, con un catering que sirve una comida deliciosa, pero impersonal. Aquí, en el pueblo, es otro mundo. Todos han cocinado algo, incluidos mis sobrinos de ocho, cinco y tres años, así que la mesa se ha convertido en un batiburrillo lleno de cosas que iban desde el delicioso cordero de mi abuela, hasta el pan de masa madre que mi hermano –según me han dicho— se ha pasado el día "mimando", y el infame postre de chocolate de los trastos de la casa. Los gritos, las risas y las discusiones me han taladrado los oídos.
Ahora, sentada en el sofá junto a mi madre, los miro a todos con una cierta nostalgia. Ella me palmea la rodilla.
—¿Qué tal sienta la vuelta?
—Es raro. Y ruidoso.
—¿Has... visto a alguien antes de venir?
Le cuento la breve visita que le he hecho a Gloria, pero me callo cómo salí corriendo. Mi hermano se acerca.
—¿De qué habláis?
—De lo difícil que es mantener una conversación privada en esta familia –gruño.
—Ha ido a ver a Gloria.
—Ah, genial. ¿Y a...?
—El innombrable —corta mi madre.
Suspiro y vuelvo a zarandear la cabeza. Cuánto dramatismo en una sola estancia.
—Deberías irte a dar una vuelta para bajar la cena —sentencia mi hermano.
—No me apetece.
—Te vendrá bien.
—Te digo que no me apetece.
—Y yo que te vendrá bien —insiste.
Antes de volver a repetir el diálogo de besugos, me coge de la mano, obligándome a levantarme del sofá, me pone por encima de los hombros el abrigo que he traído puesto, me coloca en la cabeza un gorro de lana que huele a la abuela y me empuja a la calle. Cierra la puerta detrás de mí. De verdad, no me puedo creer que este señor tenga treinta y siete años y no cinco. Aporreo la puerta, pero no me abren. Traidores.
Mientras espero que se me pase el cabreo y las ganas de tirar la puerta abajo, echo a andar hacia el parque. El frío se ha incrementado bastante y no hay nadie por la calle. Espero que, cuando me muera de una hipotermia, la culpabilidad recaiga sobre los hombros de esta familia de desalmados que me ha tocado en suerte.
Cientos de lucecitas cuelgan entre los árboles y las farolas del parque, iluminando las callecitas. La banda ya no toca, pero el enorme abeto del centro sigue encendido. Junto a la base, hay un porrón de regalos, y me alegra que se haya mantenido esa tradición, en la que todas las familias dejan un pequeño regalo para la mañana de navidad.
—¿Recuerdas cuando éramos nosotros los niños y veníamos corriendo a abrirlos casi antes de que amaneciera?
No me quiero girar hacia esa voz que reconozco inmediatamente y que me remueve las entrañas. Cierro los ojos antes de contestar.
—Hola, Noel.
—Belén.
Oigo sus pasos acercándose a mí, pero sólo cuando noto su respiración a mi lado me permito abrir los ojos y mirarle. A pesar de los años, a pesar de los desengaños y de los sueños rotos, de la tristeza y también de las alegrías que me imagino que ha vivido sin mí, está igual que cuando me fui. Y ya entonces había cambiado poco con respecto a aquel chico que me robó mi primer beso en la verbena del pueblo.
Sigue teniendo ese pelo rebelde que hace que algunos mechones se le pongan de punta. Y los ojos de ese color almendra que, a la luz del sol, hace que parezcan casi amarillos y, de noche, como ahora, casi parecen negros. Me saca casi una cabeza y es un tío grande, siempre lo ha sido.
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte esta vez?
—Es Nochebuena, Noel. Enterremos el hacha de guerra.
—La última vez que te fuiste también era Nochebuena. Apenas noto diferencia.
Su rencor me hace daño. Yo no le abandoné. Rompimos durante una discusión que se nos fue de las manos. Él quería quedarse, como Gloria. A mí el pueblo me ahogaba. Y fuimos incapaces de encontrar un punto medio porque... no sé. Porque éramos jóvenes, supongo. Y cabezotas.
No quiero entrar en esta guerra. Sólo quiero decirle las únicas palabras que me aprietan el corazón desde hace meses.
—Sentí mucho lo de tu padre.
—No viniste al funeral.
—No. No... pude.
Mi padre se marchó cuando yo apenas había aprendido a andar. Y, aunque tenía a mi hermano mayor, siempre que echaba de menos una figura paternal corría a refugiarme en los brazos del padre de Noel. Cuando mi madre me dijo que había fallecido, no pude hacer nada más que colgar el teléfono y llorar. No podía venir al funeral. No, sin poder mostrar todo el dolor que llevaba dentro por perder al único padre que yo había conocido. No, sin poder llorar en su hombro. Así que pasé el duelo sola, en mi piso, sin poder compartirlo con la única persona que podía entenderme.
No sé cómo resumir todos estos pensamientos sin que suenen a excusa, ni cómo explicarle cuánto lo sentí. Tiendo hacia él la mano, para intentar mostrárselo, pero se aparta como si le hubiera tirado agua hirviendo.
—¡No uses... eso conmigo!
Agacho la cabeza. No puedo evitarlo; los ojos se me llenan de lágrimas de pura frustración. Entiendo que esté enfadado, triste o lo que sea, pero no merezco tanto rencor. Él tomó sus decisiones. Yo, las mías. Y ninguna era mejor que otra.
—Ojalá algún día comprendas que lo único que yo quería era seguir mi camino, Noel. Igual que tú escogiste seguir el tuyo.
Me subo el cuello del abrigo, meto las manos en los bolsillos y me doy la vuelta para irme. Él, detrás de mí, bufa.
—Espera, Belén. No te vayas así. He sido un imbécil.
"Pues como siempre".
—¿Qué haces aquí, solo, a estas horas y en Nochebuena?
—Vengo todas las noches. Qué más da una más.
Ah. Por eso mi hermano ha insistido tanto con que saliera a pasear.
—Te encantaba la navidad.
—Me encantaban tantas cosas... Ya apenas recuerdo nada que no sea doloroso.
Una luz, tan diminuta como las que iluminan el parque, se enciende dentro de mí.
—Déjame mostrártelo —le pido—. Déjame recordarte todas las cosas buenas que has tenido siempre a tu alrededor.
Extiendo una mano hacia él. Le veo dudar, pero, finalmente, me la aprieta con fuerza, ansioso de recordar tiempos mejores y más felices. Yo sonrío, me pierdo en los recuerdos, y me dejo llevar con él.
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Recuerdos por Navidad
Storie d'amoreHace diez años que Belén no vuelve al pueblo por Navidad. Puede que tenga que ver con las heridas del pasado. O con el peso de los recuerdos. Sin embargo, por fin ha llegado el momento. Una sola noche llena de reencuentros y un don especial harán qu...