Epílogo

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Huele a chocolate, a churros, a bizcocho y a café recién hecho antes de que abra la puerta de la casa familiar. Cuando lo hago, los gritos de mis sobrinos, de mi hermano y mi abuela me pillan por sorpresa.

—¡Aleluya! —dice mi abuela—. Los niños llevan dando por saco una hora porque quieren abrir los regalos.

—¡Mamá! —protesta mi madre.

—¿Y por qué no los han abierto ya?

—Te estábamos esperando.

El reproche de mi hermano me divierte. Yo aprovecho la confusión para tirar de Noel, que se ha escondido detrás de la puerta, esperando el momento propicio para hacer su aparición estelar.

—Hostias.

Ese ha sido mi hermano.

—¡Esa boca!

Mi madre.

—Esa boca, dice. ¡Corto se ha quedado!

Mi abuela.

—¡Mamá! —Mi madre zarandea la cabeza y se acerca a nosotros. Tira un poco del abrigo de Noel—. Anda, pasa, que vais a morir congelados de frío.

—Hombre, tampoco creo que vengan de pasar la noche en un banco del parque.

—¡Mamá, ya vale!

Entramos, aguantándonos la carcajada. Noel me da la mano y yo... me siento en casa.

La mañana de Navidad se convierte en un auténtico caos. Los niños abren sus regalos debajo del árbol, gritan, se ríen y comparan. Los adultos, en un segundo plano, intercambiamos los nuestros. Es posible que el jersey que me ha tejido mi abuela, y que lleva un conejo rosa enorme estampado en el pecho, sea lo más feo que me han regalado en la vida, pero me da tanta ternura que lo haya tejido con sus manos que le prometo que me lo pondré hasta en las reuniones del trabajo. Cuando todos salen pitando para que los peques abran los regalos que les esperan debajo del árbol del pueblo, Noel me retiene en el salón.

—¿Podemos hablar un momento?

Miro a mi madre, que hace un gesto con la cabeza, me promete que me esperarán junto a la floristería de Gloria mientras los niños protestan, y empuja a toda la familia fuera de casa.

—Yo también tengo un regalo para ti —me dice Noel, cuando al fin estamos solos.

—Pero ¿cómo? Ni siquiera sabías que íbamos a vernos.

Agita un sobre delante de mí.

—Lo compré anoche, mientras dormías. Sigues roncando, por cierto.

—¡Yo no ronco!

Se ríe un poco y yo, un poco enfurruñada, abro el sobre. Es un billete de tren, sólo de ida, a su nombre. A mi ciudad. Le miro.

—Me gustaría que lo intentáramos. A tu manera, en tu terreno.

—Pero...

—Aquí no tengo un buen trabajo, mi madre ha hecho su vida, mis amigos también. Ya no me ata nada más que los recuerdos. Y esos me los llevo conmigo.

—Noel...

—Iremos despacio, te lo prometo. Sólo es un billete de tren. Buscaré un trabajo, un piso, nuevos amigos. Volveremos a empezar de cero en un lugar donde los dos seremos libres, pero queramos estar juntos. Y si no funciona, pues me vuelvo, si tampoco está tan lejos.

—Pero ¿te quieres callar de una vez?

Me mira, con los ojos muy abiertos, hasta que ve la sonrisa que me ilumina la cara. Le beso. Le beso con fuerza. Porque esto es lo que yo siempre he querido. Intentarlo.

—Vendremos algunos fines de semana —le prometo—. Y los puentes. Y todas las navidades. No pienso volver a perderme esto.

—Hablando del tema... será mejor que nos vayamos antes de que tus sobrinos nos lleven al parque a rastras.

Nos damos un último beso y salimos a la calle. Hay un sol radiante, y la nieve de las calles brilla tanto que casi nos deslumbra. Por el camino, recogemos a mi familia, a su madre, que ya ha recibido por parte de la mía la buena nueva de que volvemos a estar juntos, y a Gloria, que sale de la floristería. Todos juntos caminamos al parque, detrás de los niños, que corren como fieras.

Me quedo parada a pocos metros de llegar.

—Huele a castañas.

Acelero el paso hasta llegar a la caseta, que vuelve a estar abierta. Dentro, Nico, el marido de Gloria y quien fue el mejor amigo de mi chico, está asando castañas vestido de Papá Noel.

—¡Castañas para todos los niños y niñas del pueblo!

Se me pone un nudo en la garganta. Noel me abraza por detrás.

—Ya era hora de dejar volar los recuerdos —dice.

—Qué va. Pero sí que es hora de crear algunos nuevos.

Me giro, nos besamos y, después, corremos a ver cómo la siguiente generación abre los regalos bajo el árbol del parque del pueblo.

Recuerdos por NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora