Capítulo 15

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Esa noche dormí acurrucada en una extraña pila. Thete estaba aplastado contra el brazo del sofá, mientras que yo lo usaba como almohada y Astoria usaba mis piernas encogidas para apoyar su cabeza. No fue cómodo; y no me sentía descansada al momento de despertar, en la madrugada, por el profesor Snape (más cascarrabias que siempre) quien anunciaba que Sirius Black había vuelto a escapar.

Las medidas de seguridad se volvieron más rigurosas al día siguiente. El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que reconocieran una foto de Sirius Black. Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las mínimas grietas en las paredes hasta las ratoneras, de las que antes no sabía de su existencia.

Ron se convirtió de repente en una celebridad. La gente le prestaba más atención a él que incluso a Harry, escuchando atentamente su narración de cómo Sirius, con aspecto esquelético y toneladas de pelo sucio, lo había despertado empuñando un cuchillo largo y al gritar, salió huyendo.

No me pude enterar de lo que le pasó a Neville, solo sabía que McGonagall estaba furiosa y le había impuesto varios castigos, por parte del resto del colegio recibía burlas, pero ninguna de las cosas anteriores se podía comparar a lo que su abuela le tenía reservado; dos días después de la intrusión, envió a Neville lo más humillante que podía recibir un alumno de Hogwarts: un vociferador.

Los búhos del colegio volaban sobre nuestras cabezas como de costumbre, uno de ellos ya había bajado para dejarme una nueva carta de Charlie, cuando una enorme lechuza aterrizó frente al niño rubio con un sobre rojo en el pico. Harry y Ron empezaron a gritarle que lo agarrara y se fuera del comedor, lo que hizo sin pensar dos veces.

Tomó el sobre y, sujetándolo como si fuera una bomba, salió del Gran Comedor corriendo, mientras la mesa de Slytherin estallaba en carcajadas. Se podía escuchar el ruido proveniente del vestíbulo. La voz de la mujer, amplificada por la magia, gritaba a Neville que había llevado la vergüenza a la familia.

Negué sintiendo pena y dirigí mi atención de vuelta al sobre de Charlie. Utilicé uno de los cuchillos de la mesa para abrirlo y lo volteé para que la hoja cayera en la mesa.

Puse los ojos en blanco al ver que no había solo una hoja, lamentando abrirla en un lugar tan público, y me apresuré a guardar las fotos cuando escuché unas risitas de los lados.

—¿Qué más podía esperarse de la Desquiciada? —escuché la voz de Malfoy que estaba del otro lado, a unos asientos de mí— En vez de la suscripción en El Profeta tiene un envío semanal de fotos bizarras.

—No son tan bizarras, solo son heridas —dije extendiendo la imagen de una mano con una enorme quemadura—, algunas con más sangre que otras —dije con sorna—. ¿Te molesta?

—Más de lo que creerías —su rostro se contorsionó por el desagrado.

—Entonces también deberías ver las otras —le extendí las dos faltantes que estaban más cerca y se alcanzaban a ver más detalles.

Se giró casi asqueado y mantuve las imágenes mientras contenía unas risas.

—¿Por qué no puedes solo leer El Profeta? —dijo con voz molesta, pero con una media sonrisa.

—¡Porque está controlado por el Ministerio! —repetí las palabras de mi padre sobre su competencia.

Cuando sentí que estaba por soltar una carcajada debido a las muecas en el rostro del platinado, otra voz hizo que se me helara la sangre.

—Que desagradable —murmuró Parkinson, con ojos voraces, y un tono rabioso.

Me levanté de un brinco, regañándome por olvidar que no debía hablar con Malfoy, y recogí mis cosas. Sentía la mirada de los otros ocupantes de la mesa esperando una explicación al cambio repentino de actitud.

Reencarné en El Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora