Acabé de acomodar los libros de mi biblioteca cuando me di cuenta de que había olvidado la ventana de la habitación abierta. Eso obviamente era contraproducente, ya que el clima en esa época nunca es propicio para dejar corrientes de frío entrando a la casa. Ese día nevaba, y yo, acomodado frente a una taza de chocolate, estaba re-catalogando mis preciados libros.
Me lancé hacia el pasillo, corrí por la habitación y cerré fuertemente la ventana, que ya había permitido que mi alfombra de nada menos que 150 milímetros de altura se mojara.
Amaba esa maldita alfombra, y la tuve que cambiar, porque al humedecerse, las suaves cerdas que la componían se fueron pudriendo y desarmando.
Todo eso causó que me desconcentrase y mi chocolate se enfriara.
Cuando deje de lamentarme por lo anterior, volví a mi paciente tarea con mi material de lectura. Probé el chocolate y al tragarlo se me heló la garganta. Así que fuí a la cocina, lo arrojé con taza y todo al jardín, - Que ya había acumulado un buen metro de nieve- y preparé un perfecto desayuno.
Luego de pasar un agradable mediodía sacando polvo de las repisas del sótano, decidí dedicarme a mi herida alfombra, que aún yacía tendida y deshilachada sobre el brillante piso de eucalipto de la habitación. (siempre procuraba lustrar periódicamente los pisos de la casa)
Retiré la moquette, y con sumo cuidado -y lágrimas en los ojos- recorté la parte mojada y la tiré. El resto lo enrollé y guardé en el sótano.
No puedo explicar lo difícil que fue conciliar el sueño sabiendo que al despertarme, las suaves cerdas no estarían para acariciarme los pies. Aún así descansé considerablemente, y al alba, me desayuné cuatro tostados con una taza grande de chocolate humeante.
Sonriendo, observé por la ventana y me encontré un día precioso, más que perfecto para ir a "Carpet Factory" mi fabrica predilecta de alfombras.
Tomé la toyota y en breve, me hallé mirando entre todos los estilos de la mejor fábrica "alfombrista" que conozco.
No pasó mucho rato, que al voltearme, me encontré con un joven que aparentaba alrededor de treinta y cinco años. Vestía la misma corbata que yo, y su camisa también era lisa, aunque negra en vez de blanca.
Este señor me tendió la mano y se presentó.
- Buenos días, soy Sebastián Peculiar, un placer, ¿con quien tengo el gusto?
-Chevy, Ricardo Chevy, disculpe, ¿le he visto antes? -Pregunté desconcertado.
-No. Pero puedo decirle lo que conozco sobre usted. Por ejemplo sé que arrojó ayer una taza de chocolate por la ventana.
-¿Cómo sabe eso?-Pregunté con más énfasis, asombrado.
Eso no es relevante. Lo que ahora nos interesa es la elegante alfombra frente a la cual nos hallamos parados. -Me cortó el Sr. Peculiar. y agregó -¿qué opina sobre la misma, estimado Chevy?
-Pues, no acostumbro a utilizar esta clase de mantos de un color tan llamativo. Si bien los flecos laterales son rústicos, no combinan de buena forma con mi cuarto, el cual tiene zócalos bastante elevados. -Comencé a pensar lo extraño que era estar conversando sobre una decisión tan personal (como el comprar una nueva alfombra) con un tal desconocido. A pesar de todo, el tipo me agradó.
-Entonces, le recomiendo aquella, que de seguro combinará perfectamente con su bello aposento.-Dijo señalando una muy linda de color madera, la cual hacia una perfecta unión con mis paredes de machimbre y piso de eucalipto.
Me acerqué a la estantería que señaló Sebastián y observé detenidamente la alfombra. Era preciosa, me asombré de la precisión con la que el hombre al cual acababa de conocer acertó al elegir el producto que yo buscaba.
-¡Admirable! ¡ tiene usted muy buen gusto! ¡gracias!
-Un placer haber sido de ayuda. Da la casualidad de que también me gustan las alfombras. ¿Accedería si le invito a una copa?
-Desde luego, me encantará.-Respondí con una sonrisa.
Nos dirigimos al bar y conversamos. Rápidamente nos hicimos amigos debido a las características compartidas, y resolvimos ir de paseo a Aspen, para tomar un descanso y disfrutar el invierno.
Luego de minuciosos preparativos, subimos al avión y pasamos un agradable viaje, en el cual nuestra confianza se afianzó.
Llegamos a nuestro hotel en Estados Unidos y nos instalamos. Luego de dar una vuelta a la cuadra, nos sentamos en una cafetería a leer el diario, en el cual informaba: "Jimena Rosal, hija del presidente Carlos Rosal, desapareció y no se la ha vuelto a ver desde las seis de la mañana de ayer lunes veinticuatro.