XXXIII - "Peggio di prima"

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Atendiendo al urgente llamado de su padre, Felicios se apuró en dirigirse donde se lo solicitaba. Yo lo seguía por detrás, intrigado. Dos de sus hermanos, Carmilla y Dárgelos para ser preciso, ya se habían adelantado. Dennis, por el contrario, lentamente y desganado, recién se dignaba a moverse.

Salimos del gran salón y volvimos a la entrada del palacio, donde una pequeña sala con cuatro puertas nos aguardaba.

Felicios se movía rápido y con un semblante infinitamente serio. No hacía los chistes de siempre. Su mente parecía estar enfrascada en otra parte. Desde el comienzo del día sostuvo esa densa aura fría a su alrededor, impenetrable, muy contrario a su habitual ánimo ruidoso. Algo estaba ocurriendo.

De todas las puertas, el rubio abrió con determinación la que estaba a nuestra izquierda. Una vez dentro, reconocí de inmediato la habitación.
La primera vez que estuve en el Palacio acompañé a Felicios en ésta misma sala, a una especie de concilio familiar. Por lo visto, debían usar este lugar exclusivamente para reuniones.

En la sala reinaba la pesadez de un silencio inmutable. No era Felicios el único que estaba tenso: todos lo estaban, notoriamente. Se veían estupefactos, ansiosos por saber qué los congregaba con tanta urgencia.

El lugar rebosaba, como el resto del palacio, de una opulencia extrema. Desde los portentosos muebles hasta los pequeños candelabros que refugían aquí y allá. Las oscuras paredes, y el suelo de negruzca madera absorbían la iluminación, dándole un ambiente oscuro pero elegante: vampiresco.

Flavio, padre de Felicios y presunto patriarca, lideraba la reunión en la lejana punta de la mesa. Los demás parientes se repartían sentados alrededor de la misma.

Felicios se sentó en el otro extremo de la larga mesa, enfrentado a su padre. Yo me quedé de pié a su lado, con las manos tras la espalda, rígido y serio. Imitaba la actitud de los demás sirvientes presentes: los dos de Dárgelos y la de Carmilla. Ésta última, bella colorada, no dejaba de resultarme familiar.

Al instante aparece Dennis, sombrío y lánguido como de costumbre. Era, por más que actuara como un zombi, muy bello. Quizá más que Felicios, a su manera. Exudaba delicadeza, en ese cuerpo alto y delgado, de tez tan pálida como una blanca nube, y ojos celestes clarísimos. Rostro hermoso pero triste. Su cabello rubio largo y extremadamente lacio terminaban por coronarlo como un fantasamal príncipe. Era todo un misterio... no recuerdo siquiera oírle hablar.

Se sentó, disperso e indiferente, en el centro de la mesa, enfrentado a Dárgelos.

- Finalmente han venido todos y exceptuando a Dennis, han venido con presteza. Es de esperarse, puesto que éste tipo de urgencias no son frecuentes en nuestra casa. Seré breve y conciso en lo que nos congrega: nos declararon la guerra. - habló con potente voz.

Los muchos rostros presentes se torcieron con gestos de estupor, de enfado y de incredulidad. Un despliegue de quejas y exaltadas reacciones se hizo en todo el salón. Se miraban unos a otros, gritoneando y teorizando eufóricos, señalándose entre sí. Excepto Felicios. Él se mantenía inmaculado ante la situación, indiferente. ¿Qué sucedía realmente?

- ¡Silencio! -

La voz terrible y estremecedora del patriarca se alzó. Todos acataron la potente orden al instante, volviendo al mutismo original de la habitación.

¿Cómo podía manejar ese nivel de respeto? Estamos hablando de poderosos demonios, no de simples personas.

- ¿Acaso el griterío les va a auxiliar en algo? Éste desastre no va a resolverse sólo. - continuó.

- ¡¿Pero cómo?! ¿Es por lo que ha hecho Felicios, padre? - preguntó preocupada Carmilla, gesticulando las manos con fervor.

- Así es, hija. La frágil y muy valiosa paz lograda con nuestros rivales se deshizo a manos de tu hermano, aquí presente. - señaló a Felicios - Trabajamos duro para llevar a cabo tal pacto, y fué destruido brutalmente por razones banales. Ésto me decepciona y enfurece tanto... que no acierto en escoger las palabras para expresarme. - hizo una breve pausa, suspirando - Felicios, sé que esta casa no te importa, pero lo que has hecho roza la traición. Nos saboteaste. Es demasiado y deberías saberlo. - sermoneó duramente.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora