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El cielo se oscurecía con paciencia, esperando el momento adecuado para bañarse en millones de estrellas tintineantes como un manto fresco. El viento corría con calma haciendo que los hombres alrededor de la fogata respiraran profundo, limpiando sus pulmones ahogados en contaminación de ciudad. Era un momento casi mágico.
JeNo observó el paisaje en silencio mientras veía con calma las expresiones de sus amigos cuando estos mantenían su vista en la fogata. Su mirada se posó en las pequeñas arrugas debajo de los ojos de RenJun, sintió la nostalgia correr por sus venas hasta su pecho sin ser consciente que había sobrepasado el tiempo que era sano verlo, el chino le devolvió la mirada en silencio y los segundos transformaron su mirada sin expresión en una empapada de cariño. JeNo sonrió tenuemente sintiendo las pequeñas mariposas revolotear dentro de su estómago.
Cuando se conocieron, RenJun era joven, lo suficiente como para trabajar, estudiar, pagar su vivienda y mantener un sano noviazgo con dos personas como solo una persona joven puede hacer. Con toda la energía de la vida que se tiene cuando aún no se ha visto lo feo de la adultez, cuando aún no se han visto las arrugas que hoy poseen los seis hombres alrededor de la fogata.
Aunque habían pasado demasiados años para contarlos... el amor seguía ahí.
Al sentir sus miradas moralmente insostenibles teniendo a sus esposos a sus lados, JeNo levantó su barbilla apartándola, ahora enfocándose en el cielo para sonreírle. Había una estrella que parecía brillar más que las demás, era solo una esfera de fuego inmensa a billones de kilómetros de distancia, pero JeNo sintió que le estaba compartiendo un mensaje que su corazón entendió. Quiso guardarlo en lo más profundo de su ser para no compartirlo con nadie, pero la imagen de RenJun llegó a su mente. JeNo entonces quiso que ese fuera un secreto de ellos tres.
«Todavía te amo», susurró inaudible, moviendo sus labios sin dejar escapar su voz. Sus ojos cedieron ante el sentimiento nostálgico llenándose de lágrimas, y sonrió negando, para limpiar las pequeñas gotas en las esquinas de sus ojos con el dorso de su mano, negándose a desatar el llanto.
El fuego frente a él lo mantenía tibio junto con el suéter de lana que HaeChan le había regalado por su tercer aniversario hacía más años de los que, sana y moralmente hablando, debería recordar.
El clima fresco no lograba atravesarlo debido a que los recuerdos de cuando era feliz lo mantenían cálido, esos de cuando tenía a sus dos personas especiales.
Su época más feliz en la vida fue cuando ellos eran tres. Tres como las cosas necesarias para la vida, tres como el aire, el agua y la comida, tres como los minutos que puedes sobrevivir sin respirar, tres como los días que puedes sobrevivir sin beber agua y tres como las semanas que puedes sobrevivir sin ingerir alimento. Como las oportunidades que tienes para obtener un resultado satisfactorio. La tercera es la vencida.