Un día cualquiera cuando todo parecía estar bien...

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Aquella mañana el sol radiante entraba por la ventana colándose hasta el último rincón de aquella amplia habitación. Bajo las sábanas, podía verse semidesnudo el cuerpo de una chica de curvas de infarto. Sus cabellos dorados reflejaban la luz que anunciaba un nuevo día, sus ojos aún cerrados parpadearon suavemente al tiempo que esbozaba una amplia sonrisa esperezándose. Detrás suyo, un hombre de torso atlético y desnudo recorría su espalda de abajo a arriba besándola con delicadeza. Acabó en el cuello donde la mordió con pasión con la presión justa como para que ella dejase escapar un gemido. Laura se giró para besarlo con fuerza, mordiéndose el labio inferior con la respiración entrecortada; hizo un gesto brusco y sin que él se diese cuenta, ella ya estaba encima suyo. Le sujetó las manos sobre la almohada con los brazos abiertos, sus pechos tersos amenazaban vibrantes a escasos centímetros de su cara. Ella jugaba a sentir que lo dominaba, y desde arriba por un momento sintió que lo lograba, solo hasta que aquel hombre mordió con suavidad uno de sus pechos. Eso desmontó en un instante todos sus planes, otro gemido dejo bien claro que era presa de su deseo, y tras otro giro sobre aquellas sábanas, él, acabo llevando de nuevo el control del tren de pasión y desenfreno. Ser unos años mayor que ella era una buena baza para saber qué paso había que dar en cada momento, sin prisas, a su ritmo, llevaba a cabo un ritual que la mantenía en pleno éxtasis todo el tiempo. Sujetó sus muñecas con fuerza dejando claro que estaba llevándola a su terreno, la besó por el vientre desnudo, volvió a subir a los pechos y la mordió de nuevo en el cuello. Era un acto más que ensayado que comenzaba siempre cómo si fuese un simple juego. Pero a él le gustaba jugar más en serio, los besos se convertían en mordiscos y la llama de la pasión acababa convirtiéndose un vibrante fuego.
Los besos subían de intensidad acercándose a zonas prohibidas, y eso a ella la excitaba tanto que quedaba a merced del juego, llegados a ese punto, era totalmente suya. Susurrándole al oído le dijo:
-- ¡Hazme lo que quieras! ¡Hazme tuya!
Y él, y su experiencia hacían que siempre forzara esas escenas hasta el límite, hasta saber que ya no podía más. Hasta que las ganas de gozar nublaran su razón, en esos instantes carecía del poder suficiente para negarse a cualquier cosa que le pidiese. Y Santiago se aprovechaba de eso, sus fantasías más secretas siempre se vieron cumplidas sin obtener negación alguna.
Con su mano la sujeto del pelo dándole un tirón fuerte (eso a Laura le gustaba), de algún modo le hacía sentir que era su esclava. Y al hacerlo la acercó hasta su cintura, donde ella ya sabía el destino de aquel movimiento, su entrepierna. Allí la esperaba su pene erecto todavía oculto en los calzoncillos, estos apenas podían contener la tensión sexual de ese momento. Otro tirón de pelo más y el juego de amo y esclava acabó sacando otro gemido, esta vez de él, cuando notó la boca húmeda de Laura jugando con su miembro erguido. Recorrió todo ese falo con su lengua de arriba a abajo mientras lo miraba a la cara (disfrutaba ver cómo sufría), el ansia de sentirse dentro de ella lo hacía enloquecer por momentos. La sujetó por la cabeza con las dos manos (ya no podía más. Ver sus curvas, su excitación, saber que estaba totalmente húmeda, era demasiado), penetrando sus labios carnosos con su falo. Ella no lo hizo sufrir más, y sonriendo con los ojos, pensó que se había equilibrado el juego, aunque siempre era él quien marcaba los tiempos. Durante unos minutos Laura, con apenas veinte años jugaba con aquel miembro cómo si tuviese años de experiencia, y en verdad, es como si los tuviera, porque Santiago de una forma sutil le fué mostrando la forma correcta de proceder con los juegos de dormitorio. Seguro que lo aprendió tras pasar de cama en cama, y al acostarse con muchas mujeres, eso le dio la experiencia necesaria para hacer gozar a una jovencita que amoldó a sus necesidades y sus gustos. Convirtiendo a Laura sin saberlo en todas las mujeres con las que había estado en el cuerpo de una chica inexperta de veinte. Cada postura, cada caricia, cada juego, en verdad era un recuerdo de una experiencia pasada que acababa haciendo con ella. Y aunque era demasiado joven para cuestionarse de dónde sacaba tanta imaginación cuando practicaba el sexo con ella, la verdad es que disfrutaba haciendo lo que le pedía.
Después de chupar su pene masturbándolo con sus manos, Santiago la empujó sobre la cama para follarla de forma salvaje. Apenas si le llegaba la sangre a la cabeza, solo pensaba en penetrarla, y hacerla gritar como de costumbre. Ella sabía que estaba a cien, Laura tampoco se quedaba atrás , y se arrancó las bragas de encaje que llevaba lanzándoselas a la cara. Tumbada en la cama esperaba sentirlo dentro cuanto antes, estaba totalmente mojada. No se hizo esperar, y aquellas paredes observaron los gemidos de una pareja que daba rienda a su pasión desenfrenada. Ella clavaba sus uñas en su carne desnuda (mientras él la embestía como una fiera), como queriendo marcar su presa, era su hombre, y quería dejar claro que ya tenía dueña. Al final de tanto ejercicio, acabaron durmiendo abrazados.
Los empleados del hogar estaban acostumbrados a sus gritos y a escuchar a todas horas sus juegos, hacían como que no oían nada para no incomodarlos a ellos, pero sobre todo al que pagaba sus sueldos.

LA MUJER DEL JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora