los cambios son buenos?

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Me llamo Emma Donfort, hija única de un matrimonio roto. Aunque... no siempre fue así. Mi madre no está presente, excepto cuando su dinero aparece para cubrir lo necesario. Mi padre, en cambio, siempre ha estado allí, incluso cuando las cosas dejaron de funcionar entre ellos. Así que, sí, creo que es obvio con quién me quedé.

Después de la separación, mi padre decidió mudarnos a Villa Sofía. Un lugar con árboles imponentes que parecen esconder secretos y calles demasiado tranquilas, como si el tiempo avanzara más lento de lo normal. Llegamos cuando tenía cinco años y desde entonces no hemos dejado el pueblo. Mi padre es arquitecto, de los mejores, y su trabajo más importante aquí es el hotel "Home Star". Un edificio que, de alguna forma, siempre me ha dado mala espina.

—Vamos, Emma, tenemos que llegar temprano —exclamó mi padre, apresuradamente. Hace poco, el presidente del pueblo lo invitó a formar parte de su equipo. Un gesto que al principio me pareció inofensivo... hasta que comencé a notar cosas.

—¿Y me lo dices ahora? Sabes que siempre tardo en arreglarme —respondí, apurándome para ponerme el vestido. Algo no me cuadraba, pero decidí no insistir.

—Lo sé, lo sé. Apenas me avisaron hace veinte minutos —contestó, algo ansioso. Estaba ayudándome con una caja de libros cuando le llegó el mensaje urgente.

Salimos de la casa a toda prisa. Mientras él encendía el coche, yo intentaba domar mi cabello con las manos. Normalmente, el trayecto a las oficinas toma veinte minutos, pero hoy llegamos en diez. Demasiada prisa. Al llegar, los guardias nos dejaron pasar sin pedir identificaciones. Era algo que sucedía a menudo desde que mi padre empezó a trabajar con el equipo del presidente. Entramos al edificio, y yo fui la primera en bajar del coche.

—¡Por fin llegaron! —dijo Benjamín, el hijo del presidente, abriendo las puertas—. Mi padre estaba a punto de explotar.

En la sala ya había más personas. Mi padre saludó a todos con una sonrisa. Yo solo asentí. No me agradaba nadie, y la sensación de que algo andaba mal seguía creciendo.

—Les he convocado con urgencia por dos razones —empezó a decir el presidente, con su típica calma que siempre me ponía nerviosa—. La primera, los planos del parque están listos.

Un aplauso general llenó la sala. No pude evitar notar cómo algunos intercambiaban miradas.

—Y la segunda... bueno, recibí una llamada importante esta mañana. Helen Baker, una vieja amiga, se mudará a Villa Sofía la próxima semana. Con ella traerá "Shass", la mejor empresa de vinos de Monzerty.

Las sonrisas en la sala eran forzadas, casi ensayadas. Mi padre me observó de reojo, intentando esconder su preocupación tras una mueca amable. Sabía que la llegada de Helen sería importante para el pueblo... y para él.

—¿Cuándo llega? —preguntó el vicepresidente, aunque la respuesta ya parecía evidente.

—De hecho, ella ya está aquí —anunció el presidente, justo cuando la puerta se abrió y una mujer de cabello castaño entró en la sala. Llevaba un vestido blanco impecable y un collar de perlas verdes que brillaban demasiado bajo las luces. Detrás de ella, un joven de mirada afilada y traje negro ajustaba su saco, como si no le importara demasiado estar allí.

Helen saludó al presidente con una sonrisa que me pareció inquietante. Algo en ella no encajaba. Había escuchado de ella antes; una empresaria exitosa, madre soltera después de la muerte de su esposo en un accidente de coche que nunca se aclaró del todo. Los detalles del caso siempre fueron... extraños.

Y entonces estaba su hijo, Alejandro Baker. No era un completo desconocido para mí. Sabía cosas de él que no debería, y no porque las hubiera leído en alguna biografía, sino porque... lo había investigado. Su vida estaba demasiado expuesta, y yo me había obsesionado con esos pequeños detalles que no parecían encajar.

—Nena, guarda los planos. Por ahora no son necesarios —me dijo mi padre, rompiendo el silencio.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sabes lo que significa la llegada de Helen para el pueblo. Y para mí —contestó, esquivando mi mirada.

—Dinero para ti, y más libros para mí —dije, intentando aliviar la tensión. Pero algo en el aire me hacía sentir incómoda.

Él sonrió, pero su mente estaba en otro lugar. Sabía que había mucho más en juego.

—Si quieres, puedes irte. Le pediré a Francisco que me lleve luego —dijo antes de perderse entre la multitud. Lo esperé unos minutos, pero no regresó.

Caminé por los pasillos, apretando los planos entre mis manos. Los nervios me estaban superando y necesitaba aire, pero lo último que quería era volver a casa. Estaba en medio de una encrucijada, con la sensación de estar siendo observada, cuando escuché una voz detrás de mí.

—¿Qué, te vas tan pronto? —dijo alguien con un tono cargado de sarcasmo.

Me giré rápidamente, solo para encontrarme cara a cara con Alejandro Baker. Estaba apoyado contra la pared, cruzado de brazos, y me miraba como si ya supiera algo que yo no.

—¿Perdón? —dije, arqueando una ceja.

—No sabía que aquí dejaban entrar a cualquiera —replicó él, con una sonrisa cínica. Lo que empezó como un comentario casual había tomado otro giro, uno que no me esperaba.

—¿A cualquiera? —respondí, apretando los labios. Su actitud me irritaba más de lo que quería admitir—. ¿Y tú qué, eres el dueño del lugar?

—Tal vez no sea el dueño, pero al menos no soy una extraña que cree saberlo todo de los demás.

—¿Qué dijiste? —pregunté, dando un paso hacia él.

—Vamos, no finjas. He visto cómo me miras. Sabes más de lo que aparentas, pero eso no significa que entiendas lo que realmente pasa aquí —contestó con un tono peligroso.

Sentí que mi corazón se aceleraba, no por miedo, sino por rabia. No me gustaba cómo este chico hablaba como si me conociera.

—Tal vez no entiendo todo lo que pasa aquí —dije en voz baja, acercándome más—, pero lo que sí sé es que la arrogancia de alguien como tú no me impresiona. Y tampoco me intimida.

Sus ojos se estrecharon. Parecía sorprendido de que le respondiera de esa manera, pero su sonrisa no desapareció. De hecho, se ensanchó aún más.

—Veremos cuánto tiempo puedes mantener esa actitud, Emma.

—Veremos —repliqué, sin romper el contacto visual.

Bailando entre sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora