extrañamente conocidos

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El aire frío de la noche me despeja un poco, pero sigo con la mente en lo que acaba de pasar. No puedo dejar de pensar en lo extraño que fue todo... cómo terminé envuelta en esa situación sin siquiera conocer a estas personas. Y lo más raro es que, aunque no sé nada de ellos, me siento cómoda. Como si los conociera de antes, de algún modo.

—¿Te diste cuenta de la cara que puso el conductor cuando vio que nos bajábamos —Lucas ríe, contagiando al resto.

Camino junto a ellos, en silencio, escuchando cómo se ríen de lo sucedido. Lo cierto es que, aunque no me gusta hablar demasiado, estar aquí, con ellos, no se siente tan incómodo. Hay algo en este grupo que me resulta... familiar. No sé si es la forma en que bromean entre sí o cómo me han integrado sin siquiera preguntar demasiado.

—¿Y tú? —la voz de Sara me saca de mis pensamientos—. La misteriosa chica de los audífonos, ¿de dónde saliste?

Su pregunta me hace sonreír. "Misteriosa" es una buena forma de describirme en este momento. No saben nada de mí, y aún así, no me siento fuera de lugar.

—Supongo que me bajé del mismo autobús que ustedes —respondo, encogiéndome de hombros.

Todos ríen, y agradezco que no me insistan más. No me siento lista para hablar de mí. Pero lo que me sorprende es que tampoco necesito hacerlo. Puedo caminar en silencio, y eso está bien. No me siento obligada a participar todo el tiempo, y eso es... extraño, pero agradable.

A medida que avanzamos, la conversación fluye entre ellos con facilidad. Iván, el más callado del grupo, me lanza una mirada curiosa.

—¿Qué hacías antes de que todo esto pasara? —pregunta, su voz suave.

Levanto el libro que aún llevo conmigo, un poco arrugado tras la confusión de antes.

—Leía. —Es todo lo que digo.

Sara toma el libro de mis manos antes de que pueda reaccionar.

—Ah, "Cumbres Borrascosas". —Levanta una ceja—. Tienes gustos intensos.

—Me gusta perderme en historias así —le respondo, sin pensarlo mucho.

Y es verdad. Me gusta leer historias en las que los personajes están rotos, luchando con sus propios demonios, porque, en cierto modo, me hace sentir menos sola. Como si los monstruos en mi cabeza no fueran tan únicos después de todo.

—¿Y en qué otras cosas te pierdes? —pregunta Lucas, con ese tono travieso que parece ser su marca personal.

Suelto una risa leve, pero no respondo. Hay demasiadas cosas en las que prefiero no pensar, en las que prefiero no perderme. Pero eso no es algo que voy a compartir con ellos. Al menos, no todavía.

—¡Miren! —exclama Sara, señalando hacia adelante. A lo lejos, las luces de la estación de autobuses ya se ven.

—Parece que nuestro paseo está por terminar —dice Iván.

Pero justo cuando estamos a punto de relajarnos, el sonido de un motor acercándose a toda velocidad nos hace detenernos. Un auto aparece de la nada, acelerando más de lo necesario. Las luces delanteras nos ciegan por un segundo, y siento un escalofrío recorrerme. El coche se detiene a unos metros de nosotros, pero nadie sale.

—Qué raro... —murmura Lucas.

Nos quedamos todos quietos, observando. El silencio se vuelve pesado, y mi corazón late con fuerza. No puedo evitar sentir que algo no está bien. Finalmente, las luces del coche se apagan, dejándonos en la penumbra de la calle.

—Será mejor que sigamos —dice Iván, tratando de romper la tensión.

Asiento sin decir nada. El grupo comienza a caminar de nuevo, pero ya no es lo mismo. La risa se ha desvanecido, y aunque intento mantenerme tranquila, no puedo sacarme de la cabeza la imagen de ese auto parado en medio de la nada.

Mientras nos acercamos más a la estación, las bromas y comentarios empiezan a regresar poco a poco, como si el momento extraño hubiera sido solo una pausa en la noche.

—Al menos tendremos algo que contar después de todo esto —dice Lucas, intentando volver al tono ligero de antes.

—Sí, y tú puedes presumir que defendiste a una persona hoy. ¡Qué héroe! —bromea Sara, dándole un ligero empujón.

Las risas regresan, y aunque no he dicho mucho, me encuentro sonriendo también. No sé cómo, pero hay algo en ellos que me hace sentir menos... sola. Como si, por un breve instante, pudiera ser parte de algo.

A medida que nos acercamos a la estación, no puedo evitar sentir que este grupo ha traído algo de luz a mis días oscuros. Caminamos entre risas, compartiendo historias de lo que nos gusta hacer, de cómo cada uno se encuentra en este pueblo enigmático. Ellos parecen tener una conexión especial, y me doy cuenta de que quiero ser parte de eso.

Una vez que llegamos a la estación de autobuses, la conversación se hace más ligera. Empiezan a hablar de anécdotas graciosas y momentos embarazosos de su vida cotidiana. El ambiente se siente más liviano, y las risas llenan el aire.

Cuando finalmente nos despedimos, un nuevo brillo de esperanza se enciende en mi pecho. Tal vez esto es solo el comienzo de algo más.

Al llegar a casa, me encuentro con que mi padreno está. La casa se siente extrañamente vacía, y un nudo de ansiedad se formaen mi estómago. Pero en lugar de dejar que esos pensamientos me abrumen, decidoque hoy fue un buen día. Me voy a dormir con una sonrisa en el rostro, pensandoen la extraña pero maravillosa conexión que he encontrado

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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