3. Reflexiones inesperadas.

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No era necesario mil palabras, ni una voz, para representar la gran similitud que había entre una con la otra.

Físicamente... No.

Era un no sé qué, bastante extraño, incluso para ella, dejaba huellas en cada rincón de cualquier habitación de su pequeño departamento. Y para serlo, para ser un departamento, era bastante aseado. Lo mantenía pulcro, ordenado y con el ambiente aromatizado con olor a fresas frescas gracias a un spray, recién comprado.

—Miaaauuuu— imitó cómicamente al gatito gris, como el humo, mientras veía cómo se esforzaba, que no era tan arduo, a decir verdad, en subirse a su pierna gracias a sus pequeñas garras y apretaba en contra de la tela de seda roja de su jogger.

Rozándole la piel. Rasguñando un poco, pero que le provocó una radiante sonrisa.

Si, se sentía muy sola.

Pero ellos la hacían volver a la realidad, la despertaban de la pesadilla de la tristeza, evitando así caer en depresión. Estaban desplazandose de un sitio a otro. No tenía más amigos que ellos. Y no podía permitirse traer a un cachorro a su hogar.

Solo por evitar que aquellos mininos, así les llamaba en plural, que se abrumaran por las energías potentes del mismo.

Un cachorro no solo era hermoso, sino enérgico, en muchos aspectos.

—¿Qué haré, entonces? —se preguntó en voz alta, derrotada por el aburrimiento.

Acariciando al gatito gris que logró subir, llegar a su muslo, y acurrucarse, en un ovillo, que ronroneaba tranquilamente.

La soledad prometía cosas hermosas.

Pero también proporcionaba una tremenda tristeza, un tremendo silencio y una insoluble incapacidad de mitigar el aburrimiento, individualmente,

¿Prometerme cosas sería una gran idea?, pensó, y utilizarlo como combustible, volviendo realidad esas promesas, cumplir esas metas, esos propósitos, que de momento parecían vacíos. Que su vida no sólo sea trabajar, cuidar de gatos, amar libremente su entorno, ser asocial y simple.

Aunque esas "nimiedades", como lo veía el mundo, eran su día a día. Que le resultaba satisfactorio, porque era parte de ella. Era parte de ella la simple necesidad de ser ella misma en un entorno enloquecedoramente tranquilo, sin bullicio de distintas voces, entre el fresco aire que entraba por la ventana de la cocina, que atravesaba la puerta de esa entrada que estaba abierta y llegaba a la sala, en la misma dirección que el largo sofá en el que ella esta sentada, mirando al vacío.

Éstas reflexiones la tomaban por sorpresa, siempre.

Pero solamente una promesa que gritaba, de manera sutil y muy en el fondo su ser, en sus pensamientos no paraba de dar vueltas. Mareandola un poco. Confundiéndola. Dejándola sin aliento. Una promesa.

Una promesa.

Una promesa.

Una promesa, se repetía.

Una promesa con un significado realmente especial, importante y hermosa: nunca dejaría que ningún gato, mientras esté frente a sus ojos, a su cercanía y a su calor de madre, pasaría hambre. No, no de nuevo, nunca.

Esa bolsa de comida para gatos, que tal vez dentro de unos días podrían valer más que una simple comida para llevar, jamás caería de su mano. 





***

Fascinante... ¿verdad? 

En los detalles más pequeños, ¿se encontrará la verdad? ¿se verá realmente lo hermoso?




La chica con la comida de gatos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora